Wagner y la eternidad
Inabarcable, incomprensible, inolvidable, el genio reposa bajo una l¨¢pida sin nombre
El mejor epitafio que pueda relacionarse a Wagner se encuentra entre las lilas de Hans Sachs, zapatero sabio de Los maestros cantores?que murmura unos ripios a prop¨®sito del arte y su naturaleza inabarcable: "Lo siento y no puedo entenderlo. No puedo retenerlo, pero tampoco olvidarlo. Y si pretendo abarcarlo, no puedo medirlo".
Podr¨ªa decirse lo mismo de Wagner. Sentirlo y no poder entenderlo. No poder retenerlo pero tampoco olvidarlo. Y no poder medirlo al pretender abarcarlo. As¨ª es Wagner, inabarcable, con m¨¢s raz¨®n cuando su m¨²sica resquebraja en sentido vertical las convenciones del espacio y del tiempo. El reino de Wagner no est¨¢ en este mundo. Ni tampoco en el jard¨ªn del Valhalla, as¨ª es que su l¨¢pida que sacraliza la casa familiar de Bayreuth simboliza una extra?a devoci¨®n y plantea un extraordinario desconcierto al mostrarse desnuda, lisa, sin inscripciones, fechas, referencias ni epitafios.
Es una tumba an¨®nima y inequ¨ªvocamente wagneriana, hasta el extremo de que la desnudez absoluta tanto incita la modestia del viejo aforismo latino -sic transit gloria mundi- como suscita la reflexi¨®n contraria: Wagner excita su propia megaloman¨ªa con un monolito gigantesco cuya identificaci¨®n ni siquiera es necesaria. La tumba de Wagner no requiere aclaraciones, ni tampoco s¨ªmbolos cristianos.
Wagner est¨¢ enterrado como el primero de los hombres y como el ¨²ltimo. Y la naturaleza del jard¨ªn se ha propuesto arroparlo. Los ¨¢rboles rodean la l¨¢pida como las columnas de un templo griego, y las hojas custodian profusamente la morada del difunto, creando la sensaci¨®n de una altar pagano de enorme poder teatral.
Se dir¨ªa que Wagner se ha arraigado en una suerte de mito tel¨²rico, igual que ocurre con la m¨²sica de Parsifal. Su ¨²ltima ¨®pera, su reencuentro con Cristo para esc¨¢ndalo de Nietzsche -la lanza que te hiri¨® te sanar¨¢- y su testamento. De otro modo no hubiera querido oficiar su propia misa de difuntos en un ritual morbosamente premonitorio.
Me refiero al momento en que se introdujo ¨¦l mismo clandestinamente en el foso del teatro de Bayreuth. Dirig¨ªa la ¨²ltima funci¨®n de Parsifal?el maestro Hermann Levi, pero Wagner lo sustituy¨® en el tercer acto. Que es el acto de la redenci¨®n y del hallazgo del Grial, de la transfiguraci¨®n de Kundry en paloma y de la escena definitiva en que el coro invoca el himno de acci¨®n de gracias.
As¨ª se despide Wagner del mundo. Y no porque muriera con los estertores de los ¨²ltimos compases, pero los meses que prolongaron su agon¨ªa no fueron otra cosa que la oportunidad de marcharse a Venecia para languidecer en la laguna. Venecia es un cementerio sobre el agua, una ciudad espectral. Los turistas la han degradado a un parque tem¨¢tico de gondoloeros, m¨¢scaras de escayola y selfies epid¨¦micos, pero en 1883 todav¨ªa pod¨ªa visitarse con el estremecimiento de la laguna Estigia, esperando que el barquero lleve tus restos a la otra orilla.
Lo hab¨ªa previsto y hasta predicho Franz Liszt. Tan seguro estaba de que Wagner morir¨ªa en el regaz¨® de San Marcos que escribi¨® una plegaria para piano un a?o antes del entierro. La l¨²gubre g¨®ndola", se titulaba. Y describ¨ªa con devoci¨®n y lirismo la aspiraci¨®n metaf¨ªsica de Wagner, citando incluso la m¨²sica de Trist¨¢n e Isolda, evocando, sin mencionarlo, el pasaje del "liebestod" (muerte de amor) en que las aguas mecen el fluctuante torrente, en la resonancia armoniosa, en el h¨¢lito del alma universal, en el gran Todo, perderse, sumergirse, sin conciencia.
Sumergido y sin conciencia permanece Wagner debajo de una pesad¨ªsima losa gris¨¢cea y solemne. Pudo haberla descoyuntado el mismo bombardeo que destruy¨® la casa familiar de Wahnfried en 1945, vengando con exceso el abuso propagand¨ªstico con que el r¨¦gimen nazi pretendi¨® convertir y pervertir a Wagner en la soluci¨®n de una religi¨®n nueva. Bayreuth degener¨® en una aberraci¨®n sectaria. Hitler instrumentaliz¨® a Wagner como el patriarca y el profeta de la edad del superhombre.
Semejante desmesura intimida a sus herederos y ha convertido la rehabilitaci¨®n de Wahnfried en una oportunidad para conjugar el fetichismo y el rigor acad¨¦mico con la expiaci¨®n de los tiempos en que la marcha de Sigfrido suspir¨® los funerales de Reynhard Heydrich, anfitri¨®n de la conferencia de Wannsee donde la "soluci¨®n final" acab¨® con los griales.
En contraste, un escultor germano llamado Ottmar H?rl recibi¨® la autorizaci¨®n para multiplicar por las calles de Bayreuth una escultura que representa a Wagner como si fuera un enanito de Blancanieves. Una figura simp¨¢tica, con los brazos alzados hacia fuera, repintada en diferentes colores -azul, negro, rojo-, aunque ninguno tiene m¨¢s sentido que el color lila o el violeta. Lila, como la canci¨®n del zapatero Hans Sachs. Violeta, como el color que Wagner atribu¨ªa a la partitura de Parsifal, asumiendo la transici¨®n del mundo de los vivos al de los muertos, transitando en una g¨®ndola que se ha convertido en piedra por los siglos de los siglos.
Babelia
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