¡®Die Soldaten¡¯: Mas l¨ªbranos del mal
El Teatro Real salda una deuda hist¨®rica de m¨¢s de medio siglo con una desasosegante producci¨®n de la ¨®pera de Zimmermann
Seducida por Fausto, mientras hila, sola, Margarita canta: ¡°Mein Herz ist schwer¡± (¡°El coraz¨®n me pesa¡±). Enamorada del joven Stolzius, tras desear buenas noches a su padre, sola, Marie se lamenta al final mismo del primer acto de Die Soldaten: ¡°Das Herz ist mir so schwer¡± (¡°El coraz¨®n me pesa tanto¡±). No hay casualidades: las dos adolescentes son hijas convulsas del Sturm und Drang. Goethe ley¨® por primera vez su Urfaust, el Fausto primigenio, en Weimar en 1775. Jakob Lenz public¨® Die Soldaten en Leipzig un a?o despu¨¦s, que es tambi¨¦n cuando ambos escritores se conocieron. D¨¦cadas m¨¢s tarde, Georg B¨¹chner convertir¨ªa a Lenz y su trastorno mental en tema literario. Y, antes de morir a los 23 a?os, dej¨® incompleto y en estado ca¨®tico su Woyzeck, otro homenaje expl¨ªcito a su compatriota, protagonizado igualmente por soldados, oficiales y mujeres vejadas, violadas y asesinadas por ellos.
Alban Berg, que vivi¨® con espanto su reclutamiento en la Primera Guerra Mundial, convertir¨ªa el drama de B¨¹chner en el libreto de su ¨®pera Wozzeck. Siguiendo su estela, Bernd Alois Zimmermann, que combati¨® con horror en la Segunda Guerra Mundial, se vali¨® con id¨¦ntica fidelidad de su modelo, Die Soldaten, para componer la ¨®pera hom¨®nima que se estrena por fin en Espa?a con estas representaciones en el Teatro Real. Su Marie tiene tanto de la desvalida v¨ªctima de Wozzeck, que lleva significativamente su nombre, como de la posterior y desdichada Lulu, y Zimmermann aprendi¨® tambi¨¦n de Berg la lecci¨®n de c¨®mo alumbrar una obra vanguardista ?atonal una, serial la otra? recurriendo a g¨¦neros musicales del pasado (toccata, ricercar, ciacona) y a una estricta estructura formal. Berg cita el coral de una cantata de Bach en su r¨¦quiem por Manon Gropius. Zimmermann retoma un coral de la Pasi¨®n seg¨²n san Mateo cuando, en el segundo acto, la abuela de Marie vislumbra su futura desgracia. Todos estos entrecruzamientos temporales apuntan en la direcci¨®n, como pensaba y predicaba el compositor alem¨¢n, de que pasado, presente y futuro son indistinguibles, una idea que alcanza su culminaci¨®n, su paroxismo, en la primera escena del cuarto acto.
'Die Soldaten'
M¨²sica de Bernd Alois Zimmermann. Susanne Elmark, Pavel Daniluk, Leigh Melrose y Hanna Schwarz, entre otros. Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real. Direcci¨®n musical: Pablo Heras-Casado. Direcci¨®n de escena: Calixto Bieito. Teatro Real, hasta el 3 de junio.
Calixto Bieito situ¨® su puesta en escena de Wozzeck en una l¨®brega planta industrial llena de tuber¨ªas y pasarelas. Ahora militariza a la descomunal orquesta que requiere Die Soldaten y la ubica en un andamiaje met¨¢lico no muy diferente, lo que desplaza a los cantantes al espacio que normalmente ocupa el foso, pegados literalmente al p¨²blico. Es una decisi¨®n triplemente acertada, porque redobla la fuerza ?visual y sem¨¢ntica? de la met¨¢fora militar, porque enlaza simb¨®licamente dos ¨®peras unidas por una relaci¨®n casi maternofilial y porque muchos de los problemas casi irresolubles que plantea la partitura de Zimmermann desaparecen casi de un plumazo. Bieito respeta, adem¨¢s, la ¡°m¨²sica esc¨¦nica¡± diferenciada de la orquestal, con los percusionistas adicionales y el combo de jazz compartiendo espacio con los cantantes, a la vez que sube a algunos de estos ¨²ltimos, cuando la acci¨®n lo justifica, junto al ej¨¦rcito instrumental. El burgal¨¦s tambi¨¦n se toma libertades: convierte a Madame Roux y a la Andaluza en un solo personaje, prescinde de los dobles, a?ade filmaciones (en general poco sustantivas), nos priva de otras y omite la nube del hongo nuclear final, hijo ya anacr¨®nico de la Guerra Fr¨ªa contempor¨¢nea del estreno. Pero todo cuanto hace tiene sentido y en los trances m¨¢s duros (la felaci¨®n de Marie a Desportes, su violaci¨®n por parte del fusilero) se muestra incluso recatado. Die Soldaten segrega semejante adrenalina por s¨ª sola que es mejor evitar excesos si queremos llegar todos vivos al final.
Bieito, ausente en el estreno, acaba de estrenar en Londres The String Quartet¡¯s Guide to Sex and Anxiety y cuando se present¨® esta producci¨®n de Die Soldaten en la Komische Oper de Berl¨ªn, su director, Barrie Kosky, se refiri¨® a ¨¦l como ¡°el maestro de la violencia y el sexo¡±, dos temas muy presentes en Die Soldaten y que en este caso no solo admiten, sino que reclaman casi, un tratamiento de la m¨¢xima crudeza. Las escenas colectivas, protagonizadas por soldados y oficiales, est¨¢n resueltas con verdadero virtuosismo y enorme potencia dram¨¢tica, mientras que en las intimistas, que tambi¨¦n las hay, Bieito prodiga magn¨ªficos detalles teatrales que, gota a gota, van apuntalando el terrible final. Hacer que la abuela de Marie camine enganchada a un gotero con suero es una imagen que nos recuerda inevitablemente a c¨®mo present¨® ¨¦l mismo en su d¨ªa al hijo de Wozzeck y Marie pegado a una bombona de ox¨ªgeno. Los personajes m¨¢s fr¨¢giles son los m¨¢s visionarios y, a la postre, los supervivientes.
Die Soldaten se tuvo por ininterpretable hasta su estreno en 1965. Stricto sensu, traducir todas y cada una de las l¨ªneas instrumentales y vocales tal cual las escribi¨® Zimmermann en su enjambre polif¨®nico es, efectivamente, imposible (hay divisi para la cuerda con 51 partes distintas y personalizadas y casi una veintena de percusionistas que tocan m¨¢s de 30 instrumentos, m¨¢s los soldados que percuten sus cucharas en el segundo acto con ritmos indicados n¨ªtidamente por el compositor). No hay voz humana capaz de cantar con precisi¨®n las contorsiones notacionales del alem¨¢n, como tampoco hay instrumentistas que puedan ejecutar al pie de la letra, y en perfecta conjunci¨®n con sus compa?eros, sus inhumanos requerimientos. Hay que aproximarse al ideal, pero a sabiendas de que la meta es inalcanzable. Hace un par de semanas, Fran?ois-Xavier Roth logr¨® acercarse a la perfecci¨®n en Colonia (en la nueva y fallida producci¨®n de Carlus Padrissa). La lectura de Pablo Heras-Casado no posee la milagrosa transparencia de aquella genial recreaci¨®n, ni la descomunal violencia sonora que se gener¨® all¨ª en varios momentos, pero es evidente que tanto el granadino (y su mod¨¦lico replicador de gestos junto al escenario) como la orquesta han trabajado muy, muy duramente para conseguir estos resultados. Ha sido, probablemente, el mayor reto de sus vidas profesionales y decir que han salido airosos del herc¨²leo empe?o es un elogio del que son just¨ªsimos merecedores.
Famosa por sus sonoridades macizas, implacables, del tipo de la avasalladora descarga din¨¢mica del Preludio inicial, ser¨ªa injusto olvidar que la escritura de Die Soldaten es, en muchos otros momentos, un dechado de delicadeza, una leve gasa instrumental que no tapa jam¨¢s a las voces y que, en una buena interpretaci¨®n, permite o¨ªr con nitidez el acorde de un clave, el arm¨®nico de una guitarra o la solitaria nota de un arpa (estos instrumentos se encuentran al fondo y en lo m¨¢s alto del escenario del Teatro Real, lo que obliga a amplificarlos). Es una l¨¢stima que el ¨®rgano no tenga mayor presencia ni una sonoridad algo m¨¢s eclesi¨¢stica, tan del gusto de Zimmermann, que se hizo m¨²sico tocando el que hab¨ªa en el monasterio en que se educ¨® de ni?o. Su ¨®pera es ultraexigente porque recorre todo el espectro sonoro entre dos extremos muy alejados entre s¨ª. Una indicaci¨®n frecuente en la obra, que encontramos, por ejemplo, en el Intermezzo del segundo acto, en la Ciacona II o, por supuesto, en el temible Tribunal del cuarto acto, es ¡°con tutta forza¡± o, rizando el rizo, ¡°con tutta forza sempre¡±. En nada extra?a que el ¡°retrato personal¡± que acaba de publicar en Alemania Bettina Zimmermann, la hija del compositor, presente en el estreno de Colonia, se titule justamente as¨ª, con tutta forza. El libro contiene numerosas fotograf¨ªas hasta ahora desconocidas y se ha convertido en una herramienta insoslayable para ahondar en la vida y la obra de su padre. En ¨¦l leemos que el ¡°juicio destructivo inicial¡± de la supuesta ininterpretabilidad de Die Soldaten ¡°se ha transformado con el paso de los a?os en una especie de ?sello de calidad?, casi en un accesorio ornamental¡±. Sobre el hist¨®rico estreno en 1965 en Colonia recuerda que, nada m¨¢s concluir, ¡°estall¨® una mezcla salvaje de gritos de abucheo, aplausos y bravos¡±. En este bautismo en Espa?a, por fortuna, los primeros han desaparecido por completo.
El Real ha elegido a una cantante con todas las garant¨ªas para encarnar a Marie, la protagonista. Susanne Elmark cant¨® el papel hace dos a?os en el Teatro Col¨®n de Buenos Aires, estren¨® el pasado mes de marzo en N¨²remberg la nueva producci¨®n de Peter Konwitschny y protagoniz¨® tambi¨¦n en 2013 esta de Bieito en Z¨²rich y Berl¨ªn. La danesa lo hace todo bien: cantar (hasta un inclemente Re sobreagudo), actuar, mostrar la ca¨ªda en picado de su personaje y acongojarnos con su sino final, que la vuelve irreconocible para su propio padre. Hay otros cantantes que ven¨ªan tambi¨¦n con la lecci¨®n aprendida de las producciones del Col¨®n (Julia Riley como una s¨®lida Charlotte, No?mi Nadelmann ?mejor actriz que cantante? como condesa de la Roche, y Leigh Melrose, que se deja la piel como Stolzius, al que confiere una gran entidad esc¨¦nica y vocal) o de N¨²remberg (el despreciable Desportes de Uwe Stickert), lo que sin duda ha puesto las cosas algo m¨¢s f¨¢ciles. Y las nuevas incorporaciones son elecciones irreprochables, excepci¨®n hecha quiz¨¢ de Germ¨¢n Olvera como un Eisenhardt falto de presencia y con dicci¨®n confusa: espl¨¦ndida la castradora madre de Stolzius de Iris Vermillion (un prototipo de madre-vampira como lo es tambi¨¦n la condesa de la Roche, esta con peligrosas desviaciones sexuales a?adidas), excelentes el Pirzel, histri¨®nico en su justa medida, de Nicky Spence y el Mary de Wolfgang Newerla, rotundo el Wesener de Pavel Daniluk, admirable Reinhard Mayr en el tercer acto como el conde von Spanheim y obligada menci¨®n final para esa artista colosal que es Hanna Schwarz, que a sus 74 a?os vuelve a dar una lecci¨®n de c¨®mo llenar un escenario con un cuerpo menudo y una gran voz que a¨²n retiene mucho de lo que tuvo. Fue una Erda inolvidable en este mismo escenario hace a?os y ahora compone una turbadora abuela de Marie.
Angustiados tras la largu¨ªsima nota final de Die Soldaten (¡°???sin octavar, sin percusi¨®n!!!¡±, nos exclama Zimmermann desde la partitura), a la que se superpone el tremendo grito que suena por los altavoces, olvidamos quiz¨¢ que las ¨²ltimas palabras que hemos o¨ªdo cantar ?¡°con tutta forza¡±, por supuesto? son ¡°sed libera nos a malo!¡±, el final del padrenuestro que salmodia en lat¨ªn en tonus rectus sobre la nota Re el capell¨¢n militar Eisenhardt, situado por Bieito en el centro del escenario, en lo alto, casi como un pantocr¨¢tor, desgraciadamente no con su voz amplificada por un altavoz, como quer¨ªa Zimmermann. Y ese mal cat¨®lico nos retrotrae irremediablemente a la pregunta que se hab¨ªa hecho la a¨²n inocente Marie (Bieito hace bien en exagerar a prop¨®sito su candidez e ingenuidad) en su mon¨®logo final del primer acto: ¡°Dios, ?qu¨¦ mal he cometido?¡±, del mismo modo que las tres cajas tocan su implacable redoble conclusivo con id¨¦ntico ¡°ritmo f¨¦rreo¡± al prescrito en el Preludio que abre la obra: alfas y omegas perfectamente entrelazadas. Como era habitual en sus partituras, Zimmermann incluy¨® tambi¨¦n al final de Die Soldaten el acr¨®nimo O.A.M.D.G. (Omnia ad maiorem Dei gloriam, ¡°Todo a la mayor gloria de Dios¡±), aunque cuesta imaginar al Dios en que siempre crey¨® el compositor alem¨¢n acogiendo benevolente una creaci¨®n tan f¨¦rreamente desesperanzada.
Cinco a?os despu¨¦s del estreno, Zimmermann se quit¨® la vida, componi¨¦ndose antes un r¨¦quiem que inclu¨ªa textos de tres poetas suicidas. La azarosa y agotadora gestaci¨®n de Die Soldaten, un retrato despiadado de la condici¨®n humana, unida a una depresi¨®n pertinaz y a una incurable afecci¨®n ocular, no parec¨ªan dejarle muchos resquicios abiertos. Pero nadie deber¨ªa aqu¨ª, despu¨¦s de m¨¢s de medio siglo de espera, y en el a?o del centenario del nacimiento de su autor, dejar o librarse de ver, por temor o aprensi¨®n, esta ¨®pera apocal¨ªptica, por m¨¢s que, una vez acabada, nos angustie y luego nos pese, tambi¨¦n a nosotros, el coraz¨®n como una losa, pues nos pone cara a cara, brutal e inmisericordemente, frente al espejo de nuestra propia maldad. Como sus agentes o como sus c¨®mplices mudos y cobardes.
Babelia
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