Borg y McEnroe, una final de pel¨ªcula
Un filme recrea el hist¨®rico duelo del 5 de julio de 1980 en la hierba de Wimbledon. El sueco gan¨® un pulso memorable, de casi cuatro horas, entre dos estilos de juego y vida profundamente antag¨®nicos
Vaya por delante una cosa: a John McEnroe, uno de los dos protagonistas de la cinta, no le agrada especialmente que su hist¨®rico pulso con Bj?rn Borg en la final de Wimbledon de 1980 haya sido llevado a las pantallas por la industria cinematogr¨¢fica.
Al menos, as¨ª lo que expresaba a este peri¨®dico el pasado mes de septiembre, durante un encuentro en la zona este de Nueva York, en los Flushing Meadows de Queens. ¡°No la he visto y ni siquiera me preocupa demasiado. Yo no he tenido nada que ver con ella... De hecho, el chico que me interpreta [Shia LaBeouf] ni siquiera se parece a m¨ª; el otro [Sverrir Gudnason] s¨ª que se parece a Bj?rn¡ Estoy un poco decepcionado de no haber estado involucrado en esto, pero c'est la vie¡, supongo¡±, contaba con resignaci¨®n el indomable Big Mac, a sus 59 a?os fino y fibrado como un bamb¨², mucho m¨¢s en forma de lo que se pudiera imaginar.
Le gustase o no a ¨¦l, Borg/McEnroe (2017) vio la luz en el Festival de Toronto hace unos meses y ahora llega a las carteleras espa?olas. Pese a la dif¨ªcil relaci¨®n entre el cine y la recreaci¨®n de gestas deportivas, la industria ha inmortalizado la memorable batalla del 5 de julio de 1980, sobre el c¨¦sped ro¨ªdo de la pista central del All England Tennis Club de Wimbledon. Un pulso inolvidable, con un frente a frente entre dos estilos absolutamente antag¨®nicos y dispares; probablemente, el m¨¢s recordado que haya deparado nunca un gran torneo de tenis.
Aquel d¨ªa, recuerdan las cr¨®nicas de entonces, La Catedral palpit¨® con cada punto. A un lado Borg, el g¨¦lido y calculador Bj?rn Borg, y al otro McEnroe, el yankee iracundo que desprend¨ªa rock n¡¯ roll por todos sus poros; es decir, el hielo y el fuego, el d¨ªa y la noche, dos jugadores tan distintos y dos personalidades tan opuestas que, a pesar de todo, parad¨®jicamente converg¨ªan porque a los dos les un¨ªa la misma causa (el triunfo) y una constante sensaci¨®n de imperfecci¨®n. Ahora bien, por caminos radicalmente distintos. El uno (24 a?os el sueco) a partir de la pulcritud y la v¨ªa recta, del m¨¦todo m¨¢s estricto, y el otro (21) desde el exceso, la irreverencia y la anarqu¨ªa.
El loco tie-break de la cuarta manga
Con esas cartas sobre la mesa chocaron en aquella final, un maravilloso thriller en el que las entradas alcanzaron un precio de 200 libras en la reventa (32.000 pesetas de la ¨¦poca, 230 euros), seguro que bien invertidas despu¨¦s de todo el frenes¨ª, culminado con un taquic¨¢rdico 1-6, 7-5, 6-3, 6-7 y 8-6. Se resolvi¨® todo despu¨¦s de 3h 53m, con un fotograma in¨¦dito: Borg, el n¨®rdico p¨¦treo, hier¨¢tico e introspectivo hasta el l¨ªmite, hincando las rodillas sobre el tapete, jubiloso, brazos en alto; encaram¨¢ndose luego a la tribuna para besar a la rumana Mariana Simonescu, la mujer que acolch¨® buena parte de sus penas, de todas las angustias, porque Borg era fr¨ªo como un t¨¦mpano, pero ocultaba un laberinto emocional en sus entra?as.
El sueco, hoy 61 a?os, era obsesivo hasta el extremo. Un atleta extraordinario con cohetes en las piernas y un rev¨¦s a dos manos poderos¨ªsimo. Tenista de tierra en origen (gan¨® seis Roland Garros), una roca, se transform¨® en un contragolpeador de pura raza para adue?arse de la hierba y superar al legendario Rod Laver. Con su triunfo de 1980 sobre McEnroe, siendo entonces el n¨²mero uno, enlaz¨® cinco t¨ªtulos y 35 triunfos consecutivos en Wimbledon. Hizo historia aquella tarde, y eso que hab¨ªa jugado mermado desde la tercera ronda, debido a una contracci¨®n abdominal que se produjo contra Rod Frawley.
Enfrente, McEnroe propon¨ªa el abordaje constante, un saque-volea de manual, con una determinaci¨®n incomparable y un toque impecable en la red; tambi¨¦n, los genuinos exabruptos que le costaron varias reprimendas de la refinada grada inglesa, aunque muchas veces sirvieran para flagelarse a s¨ª mismo. A su salida a la pista escuch¨® algunos chiflidos esa tarde, antes de que comenzase el show. Borg extra?amente inc¨®modo, algunas lagunas de juego y poco a poco la curva ascendente, la ebullici¨®n, sintetizada en el loco tie-break de la cuarta manga, decidido en 34 puntos y 22 minutos de libertinaje ten¨ªstico: 18-16 a favor de McEnroe, despu¨¦s de que el americano levantase cinco match points en contra y acertase en su s¨¦ptima bola de set. Entonces, 2-2. Iguales. Ah¨ª lleg¨® la explosi¨®n.
¡®Iceborg¡¯, en toda su expresi¨®n
El golpe parab¨®lico y curvado de McEnroe le obligaba a Borg a restar casi desde las tribunas. El vikingo replic¨® con artiller¨ªa pesada y 10 aces. Suspense m¨¢ximo, cada uno defendiendo el turno de servicio. Y McEnroe comport¨¢ndose, porque ante Borg nunca mont¨® ning¨²n esc¨¢ndalo de los suyos por el respeto que infund¨ªa el sueco. Todo abierto hasta que en el decimotercer juego Borg tir¨® un passing cruzado para responder a un saque y cerr¨® el encuentro. De nuevo, otra vez, campe¨®n. Su hegemon¨ªa en el sur de Londres perduraba. Adi¨®s al r¨¦cord de Laver, m¨¢s m¨ªstica. Iceborg, en toda su expresi¨®n.
¡°Esta final me enganch¨® definitivamente al tenis¡±, explica el reportero Manuel Poy¨¢n, ligado a la cobertura de la raqueta desde principios de los ochenta y locutor de infinidad de torneos. ¡°La valent¨ªa de ambos fue brutal. En el fondo, los dos eran unos rebeldes, pero contrapuestos. Lo que m¨¢s me impresion¨® es que Borg consigui¨® que McEnroe se comportara de manera educada; contra Connors o Lendl dec¨ªa de todo, pero con ¨¦l era distinto¡±. Y se suma Alejandro Delm¨¢s, otro veterano con una extens¨ªsima ristra de coberturas a las espaldas. ¡°Ese tie-break fue incre¨ªble, una monta?a rusa. Eran dos genios, cada uno a su manera: uno era Suecia, el otro cien por cien EE UU¡±.
Antes del gran choque, McEnroe le hab¨ªa ganado tres veces a Borg, entre ellas el primer duelo: Estocolmo, 1978. Sin embargo, esa tarde el n¨®rdico escap¨® y se embols¨® el cheque de 20.000 libras (23.000 euros). Unos meses despu¨¦s, McEnroe le arrebat¨® el US Open y al a?o siguiente le bati¨® en la final de Londres, y de nuevo en Nueva York, pero en la memoria hist¨®rica del tenis qued¨® tatuado el gran d¨ªa de gloria. Al final, los cara a cara quedaron en tablas (7-7) y el destino fragu¨® una buena amistad. McEnroe fue el padrino de bodas de Borg y este ¨²ltimo, ya sin est¨ªmulos (o por el temor a no poder seguir dominando), se retir¨® a los tempranos 26.
Y para siempre, eterno, el 5 de julio de 1980.
?LA MEJOR FINAL DE LA HISTORIA?
El siempre rom¨¢ntico (y subjetivo) ejercicio de las comparaciones traza paralelismos entre una final y otra. La de Borg y McEnroe en Wimbledon se eleva como una de las m¨¢s grandiosas, aunque hay quienes sit¨²an por encima la que disputaron Rafael Nadal y Roger Federer en 2008, sobre el mismo escenario.
Entonces, el espa?ol quebr¨® la racha triunfal del supercampe¨®n suizo, que encadenaba 65 partidos sin perder en el major londinense: 6-4, 6-4, 6-7, 6-7 y 9-7, despu¨¦s de 4h 49m y varios parones por la lluvia, casi sin luz.
Son las dos finales se?aladas, aunque los hay quienes apuntan a la de Nadal y Novak Djokovic en Australia 2012. El serbio gan¨® un marat¨®n de 5h 53m, cifra r¨¦cord para el cap¨ªtulo definitivo de un Grand Slam. Tambi¨¦n se citan otras como la de Ivan Lendl y McEnroe en el Roland Garros de 1984 (3-6, 2-6, 6-4, 7-5, 7-5 a favor del primero), y tantas otras m¨¢s.
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