¡®El lago de los cisnes¡¯ pule su plumaje en Covent Garden
Londres acoge el estreno de la nueva producci¨®n del cl¨¢sico del ballet, que estar¨¢ en el Teatro Real de Madrid en julio
Donde hay tradici¨®n hay entusiasmo. Pasa con el ballet y con la m¨²sica esc¨¦nica, as¨ª como con cualquiera de las artes. Una noche de estreno de danza en la Royal Opera House de Covent Garden es siempre un lujo lleno de animaci¨®n, una cierta tensi¨®n expectativa y c¨®mo no: una legi¨®n de cr¨ªticos, ballet¨®manos y abonados verticales del ballet esperando que se levante el inveterado tel¨®n granate con insignias isabelinas. El pasado jueves 17 ha sido ocasi¨®n para el estreno mundial de la nueva producci¨®n del Royal Ballet de El lago de los cisnes, una lujosa puesta en escena con abundancia de purpurina, metros de brocados y m¨¢s metros de otras telas nobles, y un aparataje pomposo que llegaba hasta el atrezo; se habla de que ha alcanzado el mill¨®n de libras esterlinas y que ha superado a La Bayadera de la ?pera de Par¨ªs de 1992. En el decir local, no se recordaba, en ballet, una premiere de Lago de tiros tan largos desde los tiempos de Anthony Dowell (y c¨®mo no recordar la a¨²n m¨¢s antigua producci¨®n de 1980 con Makarova, filmada y reglada por Nureyev y citada ahora en la escenograf¨ªa del tercer acto a trav¨¦s de la gran escalera). Aqu¨ª en Londres las grandes producciones, con muy buen criterio, se hacen para durar; son car¨ªsimas, pero eso mismo recrea un instinto contable por conservarlas en activo y en buen estado, pi¨¦nsese en La Bayadera de Makarova o en La bella durmiente de Dowell, esta ¨²ltima precisamente reabri¨® el Teatro Real en 1997). Los dise?os de escenograf¨ªa y vestuario estrenados ahora han sido ideados por John MacFarlane y la responsabilidad de la producci¨®n es del joven bailar¨ªn y core¨®grafo de la casa Liam Scarlett (Ipswich, 1986), al que le ha ca¨ªdo del cielo esta responsabilidad apenas rebasada la treintena. ?Es este Lago mejor que el anterior, que data de 1987 y fue remozado en 2000? Esa pregunta y comparaci¨®n carece de inter¨¦s. En ballet no se puede volver atr¨¢s hagas lo que hagas. Un destino que combina lo est¨¦tico con lo dial¨¦ctico te empuja hacia delante. Es verdad que la producci¨®n de 2018 es manierista, un compendio de citas, algunas m¨¢s oportunas que otras, pero realizadas todas con elegancia y realizadas con la mejor factura posible. El p¨²blico que llenaba el coliseo de Covent Garden ovacion¨® largamente a los bailarines, encabezados por la argentina Marianela N¨²?ez (San Mart¨ªn, 1982) y el ruso Vadim Muntagirov (Cheliabinsk, 1990), y tambi¨¦n hubo espont¨¢neos aplausos a los decorados, algo que no siempre ocurre y que suele ser muy buena se?al. En los telones umbrosos del segundo y cuarto acto el entusiasmado observador puede ver los cielos llenos de presagios de F¨¹slli o de Turner; en el primer cuadro algo de Constable anida en el fondo de la escena, y el tercer acto, el sal¨®n regio de palacio, la pl¨¢stica se debate entre un sue?o con Piranesi y un delirio de John Soane, todo a esa escala perfecta en un escenario como el londinense, donde se facilita y encuadra con equilibrio.
El ballet brit¨¢nico es una isla dentro de otra; puede aplic¨¢rsele aquello de ¡°el continente aislado por la niebla¡±, a excepci¨®n de una cierta tradici¨®n cosmopolita en la plantilla que viene de los tiempos de la lituana Svetlana Beriosova (uno de los primeros grandes cisnes naturalizados brit¨¢nicos). As¨ª la compa?¨ªa hoy tiene hasta tres mulatos en plantilla, algo impensable hace apenas tres d¨¦cadas, entre ellos el portugu¨¦s Marcelino Samb¨¦, ya destacado y premiad¨ªsimo primer solista que bail¨® la danza napolitana del tercer acto, cameo exquisito y compleja coreograf¨ªa patrimonial de Frederick Ashton que se conserva intacta en el tercer acto del Lago. Al ballet ingl¨¦s le interesa exclusivamente lo que pasa all¨ª, en sus augustas sedes, y tampoco se interesan demasiado por lo que piensen o escriban los dem¨¢s. La compa?¨ªa de bandera gira poco por el extranjero y s¨ª es muy cierto que el nivel ha vuelto a los cauces de excelencia y virtuosismo que le son cara tradici¨®n. En ello est¨¢ justificado el entusiasmo que ha despertado la futura gira veraniega a Espa?a.
Liam Scarlett, por su parte, ha sido de una prudencia ejemplar en el trabajo encomendado; apenas se nota su mano o su individualidad pl¨¢stica. Puede conjeturarse que el ¨¦xito formal de este Lago est¨¢ en mantenerse en los m¨¢rgenes de toda convenci¨®n: el Lago ingl¨¦s sigue siendo muy ingl¨¦s, con algo de empirismo continuista. Ellos tienen muy a pecho que fueron los primeros en Europa occidental en poner una versi¨®n ¨ªntegra de este cl¨¢sico (y en Reino Unido se aplicaron las anotaciones cor¨¦uticas en sistema Stepanov que llev¨® consigo Nicholas Grigorovich Sergueyev, custodiadas en la Houghton Library de la Harvard Theatre Collection (EE UU), base de todo lo que, en m¨²ltiples variantes, vemos hoy, con a?adidos, cambios y otras aventuras). Como en otras producciones brit¨¢nicas precedentes, se valora y jerarquiza el cuarto acto, se le da su lugar (posee algunos de los pasajes musicales m¨¢s conseguidos e importantes de toda la partitura, en el criterio experto de Roland John Wiley) y lo recrea en extenso. Un logro culterano e importante ante el machaque a que lo someten otras versiones actuales. En el primer acto, por ejemplo, hay una marcialidad que es filol¨®gica y que ya Nureyev en la versi¨®n Par¨ªs potenci¨® con el coro masculino; en el cuarto, en Londres se recrea sin pisar osadamente en su huella, a Lev Ivanov y su tejido de planimetr¨ªa, las formaciones sim¨¦tricas o en estrella y un progresivo canon a espejo que se adhiere con liquidez al andante majestuoso.
Los dise?os de la ropa, tan ampulosos como discutibles, basculan entre ¨¦pocas y periodos imprecisos pero que informan al espectador de un tiempo y una intenci¨®n: desde la reina Victoria a los d¨ªas finales del imperio austro-h¨²ngaro, y es por eso que vemos vestidos que parecen sacados exquisitamente de un figur¨ªn de Charles Frederick Worth. La escenograf¨ªa hace lo mismo con un tono ecl¨¦ctico intencionado, pero siempre con algo de peso prusiano y con mejor fortuna. El nuevo Lago de los cisnes del Royal Ballet podr¨¢ verse en el Teatro Real de Madrid del 18 al 22 de julio con la participaci¨®n estelar de sus principales figuras en el doble papel de Cisne Blanco-Cisne Negro, Odette-Odille; estrena Marianela N¨²?ez y le siguen Natalia Osipova, Sarah Lamb, Akane Takada y Lauren Cuthbertson acompa?adas respectivamente por Vadim Muntagirov, Matthew Ball, Ryoichi Hirano, Steven MacRae y Federico Bonelli.
Babelia
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