Stanislavski en ¡®El chiringuito¡¯
Una energ¨ªa digna del Actors Studio recorre el plat¨® del programa deportivo
En 1930, el director y dramaturgo norteamericano Joshua Logan se traslad¨® a Mosc¨² para estudiar con el mism¨ªsimo Stanislavski. Tras un ensayo particularmente agitado, le pregunt¨® al maestro por el M¨¦todo. ¡°Cread el vuestro, el que os funcione. Solo os ruego una cosa: romped las tradiciones¡±.
Tan solo por eso, por ese af¨¢n de romper con lo establecido, el mes¨ªas de la actuaci¨®n habr¨ªa aplaudido ante un visionado de El chiringuito. Tambi¨¦n porque recorre el plat¨® una energ¨ªa digna de una sesi¨®n del Actors Studio. Hay improvisaciones, recreaciones, mon¨®logos, encendidas escenas de confrontaci¨®n, coreograf¨ªas. Hay risas. Y gritos. Y susurros. Y hasta l¨¢grimas y elocuentes silencios cariacontecidos. Es un prodigio de t¨¦cnica teatral sin t¨¦cnica ni impostura.
No hay otro programa en el que los protagonistas ejecuten con los ojos fijos en la c¨¢mara ¡ªcomo un actor mirando desde el proscenio¡ª parlamentos tan extensos. Tan sentidos. Se levanta Alfredo Duro, busca su sitio en el escenario, enlaza frases como un tit¨¢n verborreico. Le responde Roncero con su mon¨®logo vertiginoso siempre?in crescendo, como si por un momento se pudiera convertir en el Rey Lear.
Pero Stanislavski habr¨ªa estado sobre todo orgulloso del uso que hacen de eso que ¨¦l llamaba ¡°memoria emotiva¡±: recurrir a las emociones m¨¢s f¨ªsicas para reconstruir una escena. ?C¨®mo era el escalofr¨ªo que sentiste? ?C¨®mo se te aceler¨® el pulso? Los personajes de El chiringuito no analizan el partido, lo interpretan in situ. Se levantan de sus sillitas de banquillo y reproducen los movimientos de las jugadas pol¨¦micas. ¡°Si pones la cadera aqu¨ª, no hay desplazamiento¡±. ¡°Cuando levantas as¨ª la pierna, el contacto es inevitable¡±. Patean, saltan, se interceptan. Ponen su cuerpo al servicio de la escena, como el mejor de los actores.
Confieso que veo el programa con inevitable ¨¦xtasis. Esperando con ansia la lecci¨®n magistral que esa noche nos reservan. Un poco como Paul Newman cuando, sentado en una de las ¨²ltimas sillas del Actors Studio, miraba sin atreverse a abrir la boca. Contemplando a los maestros.
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