La tragedia solo era el principio

Un grupo de hombres regresa del frente de la guerra civil georgiana al remoto pueblo de Ushguli. En el interior de uno de los veh¨ªculos, dos excombatientes conversan: uno de ellos va a reencontrarse con su prometida a pocos d¨ªas de la planificada boda; el otro espera volver a cruzarse con quien le rob¨® el coraz¨®n durante los d¨ªas de contienda. Aunque ellos no lo saben, est¨¢n suspirando por la misma mujer. Para la debutante Mariam Khatchvani, directora de Dede, la tragedia impl¨ªcita en este punto de partida es solo una consecuencia particular de un problema m¨¢s grande: el asfixiante peso de la tradici¨®n en una comunidad donde lo femenino no posee ning¨²n margen de maniobra para transformar su destino. No es f¨¢cil llevarse bien con una pel¨ªcula como Dede, que, en ocasiones, parece privilegiar su tesis por encima de la construcci¨®n de las identidades de sus personajes, pero Mariam Khatchvani sabe c¨®mo ir desmontando, sin prisas, las reservas del espectador para demostrar que, bajo la superficie, hab¨ªa espacio para que se manifestaran las ambig¨¹edades de lo humano.

La acci¨®n transcurre en un 1992 que, en realidad, parece una estaci¨®n tard¨ªa de la Edad Media, con sus guerreros volviendo del campo de batalla y las mujeres, con la subjetividad y el deseo convenientemente negados, reducidas a mera mercanc¨ªa. Khatchvani cuenta su historia a golpe de violentas elipsis, que obligan al espectador a tomar pie en diversos puntos del relato. Avanzado el metraje, Dede cede la voz a un personaje que verbaliza el fundamento racional de una tradici¨®n (la supervivencia), al tiempo que cuestiona su preservaci¨®n. La tragedia de c¨¢mara era, en efecto, solo el punto de partida de una pel¨ªcula que acaba desvelando el funcionamiento de un microuniverso, ahondando en sus sombras, pero tambi¨¦n encontrando las fr¨¢giles luces del afecto.