F¨¢bulas nacionales
Rechazar el independentismo no exige abrazar la leyenda de la milenaria naci¨®n espa?ola. Si la clase intelectual no ejerce la cr¨ªtica implacable de esos mitos contribuir¨¢ a afianzar una o varias naciones de seres sojuzgados en nombre de f¨¢bulas
Para Juan Goytisolo, in memoriam
Durante los ¨²ltimos a?os de crisis econ¨®mica e institucional se ha generalizado la idea de que la Transici¨®n espa?ola ha fracasado debido a las debilidades del sistema pol¨ªtico que construy¨®. Para unos sectores de la opini¨®n, situados en la izquierda y en el independentismo, esas debilidades se deben a las renuncias consentidas por los dem¨®cratas de entonces con el ¨¢nimo de apaciguar a un franquismo que no habr¨ªa sido nunca desalojado del poder. Para otros, situados en la derecha, as¨ª como en una izquierda cada vez m¨¢s alineada con una cierta visi¨®n de la naci¨®n espa?ola, ser¨ªan resultado de un deficiente dise?o de las instituciones que articulan el poder territorial en la Constituci¨®n del 78, fruto de la alianza que reuni¨® a las fuerzas de izquierda y a los partidos nacionalistas bajo la causa compartida del antifranquismo. En la medida en que los nacionalistas se han quitado la m¨¢scara al arrojarse por la pendiente del independentismo, vienen a decir estos sectores, la responsabilidad por sus inadmisibles acciones de hoy alcanza tambi¨¦n a la izquierda, en la medida en que, en el momento de negociar la liquidaci¨®n del r¨¦gimen anterior, esta antepuso la lealtad a la alianza antifranquista a la defensa inequ¨ªvoca de la unidad de Espa?a. La combinaci¨®n cruzada de ambos sectores de opini¨®n est¨¢ resultando devastadora para el sistema constitucional del 78, puesto que parece no dejar otra alternativa que abrazar una sola visi¨®n de la naci¨®n espa?ola o, si no, contemporizar con la de los independentistas.
Si alguien realiz¨® con ¨¦xito su tarea en la Transici¨®n fue la clase pol¨ªtica
En realidad, las alternativas ser¨ªan distintas, y, sobre todo, menos asfixiantes para los ciudadanos comprometidos con el sistema constitucional del 78, si se advirtiera, en primer lugar, que las exacciones ejercidas por los independentistas en nombre de la naci¨®n que invocan no obligan a los dem¨¢s a responder en t¨¦rminos igualmente nacionales; o dicho de otra manera, que el reproche que dirigimos a los independentistas no es que fabulen una naci¨®n, sino que intenten extraer de esa f¨¢bula la legitimidad para destruir el sistema pol¨ªtico establecido por la Constituci¨®n. Pero, en segundo lugar, las alternativas ser¨ªan menos asfixiantes si, adem¨¢s de lo anterior, se advirtiera que rechazar la f¨¢bula nacional de los independentistas no exige abrazar la f¨¢bula de la milenaria naci¨®n espa?ola, heredera de S¨¦neca, Viriato, don Pelayo, Isabel la Cat¨®lica y las gestas imperiales. Tampoco de una m¨¢s reciente interpretaci¨®n fabulosa de la Constituci¨®n del 78 como manifestaci¨®n hipostasiada de lo que es ser hoy espa?ol, no como simple regla de convivencia. En tanto que ciudadanos de esa Constituci¨®n, lo que tenemos es el inequ¨ªvoco deber de respetar el Estado democr¨¢tico que pone en pie, precisamente para ejercer la libertad, igualmente inequ¨ªvoca, de cuestionar todas cuantas f¨¢bulas nacionales se nos ofrezcan en comuni¨®n. Seguramente los independentistas no obtendr¨¢n la victoria que buscan, y, sin embargo, se les podr¨ªa acabar regalando la que no esperan de continuar por el camino que vamos: la victoria de convertir las f¨¢bulas nacionales en el centro, no del debate intelectual, donde su carga letal est¨¢ contenida, sino del debate pol¨ªtico, donde se suele desbordar hasta extremos de discriminaci¨®n e, incluso, violencia.
La distinci¨®n entre un debate y otro tiene importancia porque, contemplada desde ella la Transici¨®n, ofrece un panorama diferente del que se est¨¢ dando por bueno en Espa?a. Como si hubieran desertado de su propio debate al hacer balance de la transici¨®n, no pocos intelectuales desprecian retrospectivamente a la clase pol¨ªtica que la protagoniz¨®, acus¨¢ndola de traici¨®n, de entreguismo, de cobard¨ªa. Y, sin embargo, si alguien realiz¨® con ¨¦xito la tarea que ten¨ªa encomendada fue la clase pol¨ªtica, que, ateni¨¦ndose al debate que era el suyo, alcanz¨® a construir un marco institucional, un Estado democr¨¢tico, en el que los intelectuales gozaban y a¨²n gozan de plena libertad para elaborar y refutar f¨¢bulas de cualquier naturaleza. M¨¢s bien habr¨¢n sido estos, los intelectuales, quienes durante los cuarenta a?os transcurridos desde la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n han fracasado en desactivar la carga letal de las f¨¢bulas nacionales, han fracasado a la hora de ejercer con respecto a ellas la tarea que les corresponde, que no es otra que la cr¨ªtica implacable de los mitos que, ansiosos de ¨¦pica, hacen creer a los ciudadanos que batallas de tiempos remotos se pueden ganar ahora, como escribe Kafka.
No se explica por qu¨¦ se buscan en Ortega soluciones al independentismo
Se podr¨¢ tal vez decir que la visi¨®n castellanista de Espa?a forjada por la generaci¨®n del 98, que tanto contribuy¨® a enconar el problema nacional al menospreciar la presencia de Catalu?a, el Pa¨ªs Vasco o Galicia, est¨¢ definitivamente superada. Pero si esto es as¨ª, no se explica por qu¨¦ se siguen buscando en Ortega unas soluciones al independentismo que son, por el contrario, el origen de los problemas a los que nos estamos enfrentando. En Espa?a invertebrada, ese renovado manual de urgencia frente a los males de la patria y sus jeremiadas, Ortega no solo dice cosas como que son las ¡°cabezas castellanas¡± las ¨²nicas en disponer de ¡°los ¨®rganos necesarios¡± para pensar ¡°el problema de la Espa?a integral¡±, o que el espejo el en el que se deben mirar nuestros gobernantes para conseguir una Espa?a sin particularismos es C¨¦cil Rhodes, el fundador de la Rodesia del apartheid, o que la salida de la escalada nacionalista no se encuentra tanto en las medidas pol¨ªticas que se puedan adoptar cuanto en el recurso al ¡°eterno instrumento de una voluntad operando selectivamente¡± para lograr ¡°una purificaci¨®n y un mejoramiento ¨¦tnicos¡±. Es dif¨ªcil saber si lo que est¨¢ pasando entre nosotros es que nadie lee o que nadie entiende lo que lee. Pero, a la vista de las reacciones intelectuales que est¨¢ provocando el independentismo, cabe preguntarse si no se tratar¨¢ de algo peor; en concreto, de la creciente dificultad de ejercer la cr¨ªtica de las f¨¢bulas nacionales con las que a cada cual le haya tocado comulgar en raz¨®n de su lugar de nacimiento o de la lengua que habla desde la infancia.
De no enfrentarse a esa dificultad, de no desafiarla sin contemplaciones, los intelectuales podr¨ªan estar contribuyendo a afianzar, no una patria de hombres y mujeres libres que se rigen por la Constituci¨®n elaborada por una clase pol¨ªtica hoy denostada, sino una o varias naciones de seres sojuzgados en nombre de f¨¢bulas que parecen distintas, pero que son siempre la misma y ¨²nica f¨¢bula.
Jos¨¦ Mar¨ªa Ridao es escritor, autor de, entre otros, El vac¨ªo elocuente. Ensayos sobre Albert Camus?y Durero so?ado.
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