Feriantes de los libros
En otros pa¨ªses se protegen las bibliotecas. En Espa?a se incentiva con dinero p¨²blico la compra de coches, no la de libros
Aqu¨ª vuelven, unos y otros, todos los a?os, volvemos, en v¨ªsperas del verano, como volv¨ªan los feriantes a mi ciudad natal hacia finales de septiembre, con aquellos cargamentos ambulantes que instalaban en descampados de las afueras y de los que iban alz¨¢ndose todo tipo de construcciones fant¨¢sticas: norias, casetas de tiro, tiendas de circo, la gran barraca pecadora del Teatro Chino Manolita Chen, con sus telones a todo color de opulentas vedetes en tacones de plataforma y biquinis. Aqu¨ª vuelven a finales de mayo, con la constancia de los fen¨®menos estacionales, al mismo tiempo que vuelven a Madrid los atardeceres de tormenta y los diluvios tropicales, los copos de flores blancas de los casta?os, los vilanos en el aire, el polen flotante y los ataques de alergia. Vuelven a alzarse las casetas en el paseo central del Retiro con su traj¨ªn de carpinter¨ªas de ciudad provisional, de ciudad precaria y un poco selv¨¢tica entre las arboledas en que esta ¨¦poca, gracias a la lluvia, cobran un verdor deslumbrante. La Feria del Libro del Retiro trae consigo una proliferaci¨®n bot¨¢nica de hojas impresas de papel y hojas de ¨¢rboles bien regadas de savia, y como el papel de los libros al fin y al cabo tiene tambi¨¦n un origen arb¨®reo su olor tan atractivo para el aficionado conserva un rastro de madera y resina, m¨¢s incitante todav¨ªa cuando se mezcla en un c¨®ctel perfecto al olor de la tinta.
Har¨¢ unos 10 o 15 a?os, en Estados Unidos, se difundi¨® una expresi¨®n despectiva y sarc¨¢stica para denominar a los adictos al papel impreso, fuera el de los peri¨®dicos o el de los libros. Los llamaban, nos llamaban,?Dead Tree People, la gente del ¨¢rbol muerto, como los practicantes de un culto residual, pat¨¦ticos en su anacronismo, como una tribu aislada perdida en la regi¨®n des¨¦rtica de un pasado deplorable. Hab¨ªa de pronto como una ansiedad de profec¨ªas apocal¨ªpticas, una prisa por certificar el final del libro impreso y en gran parte tambi¨¦n de la lectura. Una moda puede ser m¨¢s destructiva que una ideolog¨ªa, que una religi¨®n. Una moda suscita unanimidades m¨¢s apasionadas que una causa justa, que una verdadera innovaci¨®n provechosa. A la moda del papanatismo de lo tecnol¨®gico se sumaron calamitosamente la llegada de la crisis de 2008 y el ascenso impune de la pirater¨ªa, que beneficiaba sobre todo a las empresas tecnol¨®gicas m¨¢s poderosas del mundo, pero que despertaba, no se sabe por qu¨¦, el entusiasmo de una izquierda convencida de que la ignorancia es una gran palanca de igualdad. De la derecha ni hablo, porque la derecha en Espa?a solo se ha preocupado de los libros para prohibirlos o quemarlos.
Cada a?o, contra viento y marea, contra los augurios, contra la brutalidad oficial, contra la crisis, contra las tormentas, la feria ha seguido volviendo al Retiro
Pareci¨® que estaba derrumb¨¢ndose todo. Qui¨¦n iba a gastar dinero en un libro cuando pod¨ªa conseguir gratis 500 o 1.000 o 2.000 al comprarse un lector electr¨®nico, o baj¨¢rselos ¡ªrobarlos¡ª con toda comodidad y sin ning¨²n peligro. Qui¨¦n iba a leer en papel pudiendo hacerlo en una pantalla, hasta en la del tel¨¦fono. En pa¨ªses civilizados se reforzaban las ayudas a las librer¨ªas y a la edici¨®n, y se proteg¨ªan las bibliotecas p¨²blicas. En Espa?a muchas bibliotecas simplemente dejaron de comprar libros y cancelaron las suscripciones a las revistas culturales. En Espa?a se incentivan con dinero p¨²blico las compras de coches, pero no las de libros.
Y mientras tanto, cada a?o, contra viento y marea, contra los augurios, contra la brutalidad oficial, contra la crisis, contra las tormentas, la feria ha seguido volviendo al Retiro. Los mismos reporteros culturales que hace 10 o 15 a?os inventaban titulares sobre el final inminente del libro de papel y de la lectura ahora los inventan sobre su perduraci¨®n. Siempre decepciona que no se cumpla la profec¨ªa de un desastre. El lector electr¨®nico no ha acabado con el libro impreso del mismo modo que la televisi¨®n no acab¨® con la radio, en contra de las profec¨ªas ya olvidadas de los expertos de otra ¨¦poca, ni el cine con el teatro. Algo que yo observaba en los momentos de m¨¢s ¨¦xito aparente de las profec¨ªas era la afici¨®n a los libros tangibles que notaba en muchos j¨®venes ya educados en la normalidad digital. La renovaci¨®n en los dise?os y en las tipograf¨ªas que hemos visto en estos ¨²ltimos a?os, la irrupci¨®n de nuevas editoriales visualmente innovadoras, descubridoras de rarezas literarias, la ha tra¨ªdo sin duda una generaci¨®n que reivindica el libro no como un legado de la nostalgia sino como una novedad incesante, por usar las palabras de Pedro Salinas.
De modo que all¨ª seguimos todos, cada a?o, en una especie de plebiscito cotidiano y festivo, en la curiosidad de la lectura y la holganza del paseo por el parque, a lo largo de las filas de casetas como de t¨®mbola modesta y tiro al blanco sin peligro, en la fraternidad plebeya de la literatura, en el pluralismo de su ciudadan¨ªa, que admite a todo el mundo, toda la variedad de los mundos y las voces que caben en los libros. Ahora hay quien se escandaliza porque youtubers o instagramers o influencers o estrellas de la televisi¨®n congreguen las filas m¨¢s largas de lectores en espera de una firma. Hay gente para todo. Siempre la ha habido. Y por lo tanto tambi¨¦n hay libros para cada uno. Y los libros que venden mucho han permitido siempre editar a los que venden poco. Caminar una ma?ana entre tantas casetas, tantos libros, tantos lectores posibles, ya es una inmersi¨®n en la lectura, un incentivo para el descubrimiento. Dec¨ªa Borges que cualquier hombre se resigna a comprar cualquier libro. Cualquiera puede tambi¨¦n encontrar esa aguja en un pajar que es el libro raro y desconocido que cambia su vida, o que lo vuelve l¨²cido y feliz durante unas horas.
En la feria uno observa de cerca la demograf¨ªa misteriosa de los lectores, que suelen ser lectoras en seis de cada diez casos, m¨¢s o menos. En la feria vienen los lectores que tienen tu misma edad y se han ido educando al mismo tiempo que t¨², y te acompa?an desde los primeros libros, y tambi¨¦n muchos que ni siquiera hab¨ªan nacido cuando los libros se escrib¨ªan. Alguno trae con emoci¨®n un ejemplar antiguo que encontr¨® dedicado en la biblioteca de un padre o una madre muertos. En el libro est¨¢n las palabras escritas, y tambi¨¦n el roce de las manos que lo leyeron y lo guardaron, y los d¨ªas en los que se ley¨®, y una parte de la vida del que se lo lleva reci¨¦n firmado, hoje¨¢ndolo con impaciencia entre la gente de la feria.
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