El verano que E. T. me arruin¨® la vida
Mi imaginaci¨®n era un motor de combusti¨®n infinito y de ni?o protagonic¨¦ grandes noches con los ojos como platos y el pijama empapado en sudor. Rezaba porque no llegase el momento que acababa de llegar: el de ver la pel¨ªcula

A m¨ª la tele, en verano, me recordaba al invierno. As¨ª que no quer¨ªa saber nada de ella. La ignoraba y hacerlo me llenaba de satisfacci¨®n. Tambi¨¦n de orgullo (en Espa?a ambas sensaciones suelen ir asociadas), una especie de sentimiento de que estaba aprovechando el tiempo adecuadamente: playa, bici, juegos al aire libre. Mis veranos m¨¢s tempranos transcurrieron en una casita frente a la playa de El Pedrido, en la r¨ªa de Betanzos. All¨ª era donde la tele, apagada y olvidada, era testigo silenciosa del ¨¦xito de mi uso del tiempo infantil.
La confirmaci¨®n de que ignorar la televisi¨®n era una decisi¨®n acertada lleg¨® un verano de los tempranos ochenta, cuando estrenaron en TVE la por entonces omnipresente E.T., el extraterrestre (?o fue mi t¨ªo que apareci¨® con una cinta VHS de la peli?). El caso es que esa noche, varios primos y yo ten¨ªamos una cita frente a la pantalla abandonada para ver la pel¨ªcula de la que todo el mundo hablaba. Yo encar¨¦ el asunto ya mosqueado. Era un ni?o muy miedoso. Recuerdo mi infancia plagada de amenazas y percances: si me quedaba solo en la habitaci¨®n, pod¨ªa entrar un monstruo y atacarme; si en la cama me destapaba y sacaba cualquier extremidad de debajo del edred¨®n, cualquier ser podr¨ªa agarrarme desde debajo de la cama. Mi casa estaba plagada de fantasmas al acecho que pod¨ªan surgir del reflejo de un espejo y hasta en la ba?era era probable que hubiese pira?as. Le ten¨ªa miedo a todo. Mi imaginaci¨®n era un motor de combusti¨®n infinito y de ni?o protagonic¨¦ grandes noches con los ojos como platos y el pijama empapado en sudor.
Por eso, E.T., ese bicho de aspecto terror¨ªfico, no me hac¨ªa mucha gracia. Hab¨ªa visto alguna secuencia de la peli en la televisi¨®n, alg¨²n adelanto, y cada vez que el dichoso extraterrestre aparec¨ªa, me invad¨ªa la certeza de que enfrentarme a ¨¦l desembocar¨ªa en p¨¢nico. As¨ª que, en mi interior, rezaba porque no llegase el momento que acababa de llegar: el de ver la pel¨ªcula.
Sentados en varios sillones -con la mayor¨ªa de mis primos m¨¢s peque?os que yo y absolutamente tranquilos- arranc¨® el asunto. Yo ya estaba cagado desde la primera l¨ªnea de los cr¨¦ditos, pero disimulaba. Un ser al que no distingu¨ªamos se mov¨ªa entre arbustos en la noche cerrada de vete t¨² a saber d¨®nde. Unos polic¨ªas aparecen (los polic¨ªas, en E.T., dan la sensaci¨®n a los ni?os de que son los malos, pero para m¨ª eran el alivio que necesitaba mientras ve¨ªa la pel¨ªcula) y persiguen a aquel bicho, que corre y emite unos terribles y angustiosos sonidos. P¨¢nico. Me agarr¨¦ al sill¨®n y navegu¨¦ as¨ª por el resto de la pel¨ªcula. Mi hermana (dos a?os menos) estaba a mi lado como si nada. Dir¨ªa incluso, c¨®mo es posible, que disfrutando de la pel¨ªcula. C¨®mo se atreve.
Dos secuencias me dejaron petrificado: cuando Eliot descubre al infraser en su garaje al sacar la basura (el horror puro es cuando E.T. saca un dedo para coger un cacahuete que le lanza Eliot, un dedo angustioso, una escena digna de la mejor pel¨ªcula de terror. Qu¨¦ valor Eliot, dios m¨ªo, qu¨¦ valor) y cuando E.T. se asusta al ver a la hermana de Eliot y comienza a gritar estirando el cuello, una imagen de tal contenido de horror que no s¨¦ c¨®mo pudo sortear la censura. Esas dos im¨¢genes me acompa?ar¨ªan el resto de mi infancia. S¨ª: E.T. me caus¨® un trauma aquella noche. Durante los siguientes a?os, todos mis miedos adoptaron forma de aquel extraterrestre. Solo mentarlo me provocaba miedo. Solo pensar en ¨¦l me arruinaba las noches. Mis angustias encontraron su contenedor perfecto: aquella terrible criatura de expresi¨®n horrible, ojos amenazantes y piel repulsiva.
?C¨®mo que miedo a E.T., si es bueno? Es la frase que m¨¢s escuchar¨ªa en los a?os venideros. Que era como decirle a alguien con miedo a volar: pero si es totalmente seguro. La inutilidad. Me importaba un carajo que E.T. fuera bueno. De hecho, ya sab¨ªa que era bueno. Yo solo imaginaba aquel enano cabez¨®n reptiliano entrando en mi habitaci¨®n de noche, acerc¨¢ndose a mi cama y estirando el dedo luminoso mientras profer¨ªa alguno de sus gru?idos. Esa presencia -esto lo ten¨ªa claro- ser¨ªa insoportable para cualquier ni?o de 7 a?os. Por m¨¢s que estuvieran convencidos de la bondad de E.T..
Bien hubiera hecho en mantener apagada e ignorada la tele aquel verano. Sab¨ªa que era lo correcto. Y E.T. me lo confirm¨®.
Periodistas de EL PA?S recuerdan en esta serie c¨®mo han vivido su relaci¨®n con el verano y la televisi¨®n.
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