Pl¨¢cido recital de Jonas Kaufmann
El tenor alem¨¢n obtiene un triunfo incontestable en su largamente esperado debut en el Teatro Real
El mismo d¨ªa en que se inauguraba el Festival de Bayreuth con Lohengrin, una de sus grandes creaciones, y un d¨ªa antes de que interpretara Tha?s sobre el mismo escenario Pl¨¢cido Domingo, con quien tantas veces se le ha comparado, Jonas Kaufmann cantaba en el Teatro Real m¨²sica de Richard Wagner y Jules Massenet, entre otros. Hasta en dos ocasiones sucesivas (en enero y noviembre de 2016), en lo que acabar¨ªa siendo un dilatado per¨ªodo de obligado silencio para dar reposo y cuidado a su maltrecha voz, Kaufmann cancel¨® sendos recitales de Lied en el Teatro Real con el pianista Helmut Deutsch. Exceptuada una sustituci¨®n puntual en 1999, cuando la uni¨®n de su nombre y su apellido no remit¨ªan a¨²n a la estrella mundial en que empezar¨ªa a convertirse pocos a?os despu¨¦s, esta visita a Madrid, en plena can¨ªcula, constituye, por fin, el debut del tenor alem¨¢n en el Teatro Real.
Su recital se ha ajustado al pie de la letra a las reglas del g¨¦nero, esto es, una alternancia perfecta de piezas instrumentales y vocales para que la estrella pueda descansar entre aria y aria. De las primeras, comandadas por su fiel Jochen Rieder, un director de su total confianza pero de talento absolutamente desparejo al suyo, poco puede decirse que sea positivo, desde alguna elecci¨®n un tanto disparatada (como la Bacanal de Saint-Sa?ns inicial, extra?¨ªsimo p¨®rtico para lo que vendr¨ªa despu¨¦s, y que conoci¨® una versi¨®n muy ruidosa y nada sutil, casi opuesta a la que dirigi¨® hace poco, como cierre de su concierto, una ubicaci¨®n mucho m¨¢s l¨®gica, Fran?ois-Xavier Roth al frente de Les Si¨¨cles en el Festival de Granada) hasta traducciones francamente deficientes de la Cabalgata de las valquirias (?una pieza instrumental del tercer acto precediendo a un parlamento de Siegmund en el primero?) o del Preludio de Los maestros cantores, un encaje de bolillos contrapunt¨ªstico que son¨®, sin embargo, vociferante y confuso.
Pero nadie hab¨ªa ido al Teatro Real a escuchar esto, y la propia orquesta parec¨ªa asimismo muy poco motivada mientras tocaba estos obligados interludios. Todos quer¨ªan o¨ªr a Kaufmann, que se present¨® con zapatos burdeos con corbata a juego y un ce?ido traje oscuro adamascado, y nadie estaba dispuesto a salir de all¨ª sin haber vivido una velada de apoteosis. Sin embargo, nada m¨¢s iniciarse el aria de Romeo del Rom¨¦o et Juliette de Gounod, qued¨® patente que la voz del tenor alem¨¢n no corr¨ªa como debiera y ¨¦l mismo parec¨ªa m¨¢s preocupado de que no le jugara ninguna inoportuna mala pasada que dispuesto a dejarse llevar, a abandonarse y a correr riesgos, que son siempre el mejor combustible de la emoci¨®n.
Obras de Saint-Sa?ns, Gounod, Bizet, Chabrier, Hal¨¦vy, Massenet y Wagner. Jonas Kaufmann (tenor). Orquesta Titular del Teatro Real. Dir.: Jochen Rieder. Teatro Real, 25 de julio.
La primera parte, ¨ªntegramente francesa, pas¨® con m¨¢s pena que gloria, exceptuado el comienzo del aria de Eleazar del cuarto acto de La Juive, una m¨²sica intrascendente pero en la que Kaufmann son¨® fugazmente como el grand¨ªsimo cantante que es: apianando magistralmente, levantando el freno, transmitiendo el sentido de cada palabra, trascendiendo el fraseo musical que siempre sabe construir de forma natural. L¨¢stima que optara al final por un agudo no escrito en la partitura y perfectamente innecesario. En ? souverain, de Le Cid de Massenet, volvi¨® a hacer gala de su espl¨¦ndido legato, por momentos extraordinario, y su musicalidad innata, pero la voz segu¨ªa sonando comprimida y poco resonante.
Wagner se aviene mal con su prescripci¨®n en peque?as grageas: pide a gritos contexto, espacio, desarrollo, paciencia, como sabe muy bien Kaufmann, que est¨¢ cantando este mes en el festival de ?pera de M¨²nich Die Walk¨¹re y Parsifal bajo la direcci¨®n de Kirill Petrenko. De la primera de ellas cant¨® el comienzo de la tercera escena del primer acto y lo mejor fue la convicci¨®n y la generosidad que confiri¨® a los dos calderones, sobre un Sol bemol y un Sol natural, que escribe Wagner cuando Siegmund canta el nombre de su padre, W?lse. Y Kaufmann tuvo aqu¨ª el m¨¦rito a?adido de no dejarse influir por una introducci¨®n instrumental plagada de desajustes. La canci¨®n del premio del tercer acto de Los maestros cantores fue poco expansiva y, de nuevo, demasiado controlada, mientras que In fernem Land, que el alem¨¢n ha cantado admirablemente en otras ocasiones, no tuvo la gradaci¨®n din¨¢mica y expresiva que requiere, aunque Kaufmann s¨ª que luci¨® su excelente dicci¨®n del texto. Lo mejor, de nuevo, fue otro calder¨®n, con pianissimo a?adido, sobre la palabra ¡°Taube¡± (paloma). Curiosamente, decidi¨® cantar la inusual segunda estrofa y, aunque ya lo ha hecho en alguna ocasi¨®n, no debe de estar muy familiarizado con su m¨²sica o su texto porque se hizo colocar un iPad en un atril con la partitura como red de seguridad.
El p¨²blico quer¨ªa m¨¢s, por supuesto, y las propinas adoptaron de nuevo la forma de otro binomio francoalem¨¢n. Primero, Pourquoi me r¨¦veiller, del Werther de Massenet, en la que su voz son¨® algo menos constre?ida y casi liberada del peso que ven¨ªa atenaz¨¢ndola; despu¨¦s, otro breve parlamento de Siegmund de la misma escena de La Valquiria (¡°Winterst¨¹rme wichen dem Wonnemond¡±), demasiado soso, m¨¢s veraniego que primaveral, y de nuevo con poqu¨ªsima ayuda por parte de Rieder. Como colof¨®n, un peque?o acto de travestismo con la ¨²ltima de las Cinco canciones para una voz femenina, m¨¢s conocidas como los Wesendonk Lieder. Con Tr?ume (Sue?os), un ejercicio crom¨¢tico en las ant¨ªpodas del diatonismo a ultranza del preludio de Los maestros cantores (¡°lo que m¨¢s le gustaba a Hitler: m¨²sica en Do mayor¡±, como afirm¨® malignamente en cierta ocasi¨®n Ernst Krenek), conclu¨ªan dos horas y media de un recital en el que el tenor alem¨¢n cant¨® poco m¨¢s de cincuenta minutos. Al final, medio patio de butacas hac¨ªa a su ¨ªdolo fotos con sus m¨®viles: ¡°Yo estaba all¨ª¡±. Otros prefirieron piropearlo sonoramente y varias personas, las m¨¢s audaces, acudieron hasta el proscenio para entregar flores y regalos al tenor, que les correspondi¨® con su mejor sonrisa.
L¨¢stima que ninguno de aquellos dos recitales cancelados en 2016, ambos con programas realmente s¨®lidos y bien construidos (Mahler, Britten, Richard Strauss en el primero; Schumann, Duparc, Liszt y Richard Strauss en el segundo) y con el tenor, como tambi¨¦n manda el g¨¦nero, cantando ininterrumpidamente de principio a fin, sin interludios instrumentales, llegara a buen puerto. Cualquiera de ellos hubiera sido mucho m¨¢s sustancioso, interesante y disfrutable que lo escuchado ahora. Aunque esto tambi¨¦n ha sido, sin ninguna duda, mejor que nada. Tras la placidez de un recital con muy pocos picos y m¨¢s bien instalado en una planicie vocal salpicada de simas instrumentales, hoy le toca el turno a Pl¨¢cido: el apellido es innecesario.
Babelia
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