La contracultura y nosotros, que la quisimos tanto
La explosi¨®n 'underground' de los setenta en Espa?a est¨¢ siendo reexaminada en forma de ensayos y memorias. ?Qu¨¦ queda de aquel esp¨ªritu en la sociedad hiperconectada de hoy?
La corriente ut¨®pica de la contracultura espa?ola podr¨ªa tener su alegor¨ªa en Qualsevol nit pot sortir el sol, canci¨®n publicada en 1975 por uno de los indiscutibles protagonistas de este movimiento, Jaume Sisa, el hombre que imagin¨® una casa sin due?os ni jerarqu¨ªas a la que todo el mundo ¡ªde Jaimito a Peter Pan, de Do?a Urraca a La Mo?os, de Snoopy a Moby Dick¡ª estaba invitado. Colectiva, incluyente, dionisiaca, inmadura y ca¨®tica, la fiesta empez¨® en los m¨¢rgenes de los ¨²ltimos a?os del franquismo y se diluy¨® con el primer Gobierno socialista. Un tiempo ¡°entre la sotana y la pana¡±, recuerda el periodista Jordi Costa en su ensayo C¨®mo acabar con la contracultura. Una historia subterr¨¢nea de Espa?a (Taurus), pendiente de ser reconstruido, rescatado y transmitido.
El texto de Costa se suma a otras publicaciones recientes, como Culpables por la literatura. Imaginaci¨®n pol¨ªtica y contracultura en la Transici¨®n espa?ola (1968-1986), de Germ¨¢n Labrador M¨¦ndez (Akal); la nueva entrega de las memorias de Nazario, Sevilla y la Casita de las Pira?as (Anagrama), o la reedici¨®n de un ensayo pionero, El mono del desencanto. Una cr¨ªtica cultural de la transici¨®n espa?ola (1973-1993), de Teresa M. Vilar¨®s (Siglo XXI, 1998). Textos dispuestos a reclamar justicia ¡ªal menos po¨¦tica¡ª para uno los episodios m¨¢s apasionantes y a la vez ninguneados de la cultura de Transici¨®n, en el que la b¨²squeda de una nueva identidad se materializ¨® en proyectos vitales y art¨ªsticos (imposible disociarlos) que en muchos casos acabaron inmolados, olvidados o arrinconados por el relato dominante.
Como se?ala Vilar¨®s en las notas de su libro, los estudios sobre la cultura invisible de este periodo llevan tiempo en marcha en las universidades de Estados Unidos, sin embargo, en Espa?a es una nueva generaci¨®n ¡ª¡°que vivi¨® y vio en sus padres los efectos finales de la Transici¨®n¡±¡ª la que ahora la reivindica. ¡°La cantidad y calidad del legado contracultural de los setenta es tan inmenso que lo extra?o es que no se haya recuperado antes¡±, afirma Labrador, para quien Internet ha favorecido la divulgaci¨®n ¡°de un capital cultural hasta ahora poco menos que secuestrado¡±. Aunque la contracultura de los a?os setenta ha generado ya sus propias tradiciones (¡°imposible entender el documental hoy en Espa?a sin Joaquim Jord¨¢, el flamenco sin [el productor Ricardo] Pach¨®n, Camar¨®n o Lole y Manuel, el cine sin Almod¨®var, la poes¨ªa sin Leopoldo Mar¨ªa Panero o la performance sin Oca?a, y otro tanto podemos decir del teatro independiente, el c¨®mic underground, el feminismo o las revistas contraculturales¡±), ¡°es la ausencia de referentes v¨¢lidos en la cultura oficial de la ¨¦poca la que nos obliga a buscar otros linajes¡±, dice el autor.
¡°Lo que ocurri¨® en Espa?a no es homologable al resto del mundo¡±, asegura Jordi Costa. ¡°Aqu¨ª la contracultura surge en plena dictadura, aunque est¨¦ en fase aperturista. Es ese lavado de cara del r¨¦gimen el que permite las brechas por las que se infiltrar¨¢ la contracultura¡±. Se refiere a los acuerdos con Estados Unidos que desembocaron en las bases militares de Mor¨®n y Rota, donde, a su juicio, surge el primer germen. Las fiestas que organiza el flamenc¨®logo estadounidense Don Pohren en torno a la guitarra flamenca de Diego del Gastor atraen a Espa?a a hippies y beatniks, y es en esas fiestas donde confluyen, bajo los primeros porros y ¨¢cidos, el artista Nazario, entonces obstinado con ser guitarrista; los miembros del grupo de fusi¨®n flamenca Smash (que en su Manifiesto de lo borde proclaman que ¡°s¨®lo puede uno corromperse por el palo de la belleza¡± o que ¡°los hombres de las praderas son los ¨²nicos que est¨¢n en el rollo¡±); o los hermanos Javier y Gonzalo Garc¨ªa Pelayo, cuyo filme Vivir en Sevilla (1978) es para Costa uno de los manifiestos m¨¢s genuinos (por su combinaci¨®n de ficci¨®n, documental y ensayo, porque trataba de sexo, amor, exilio y tradici¨®n, porque cuestionaba las propias convenciones cinematogr¨¢ficas o porque defend¨ªa la vitalidad de lo imperfecto) de la efervescencia contracultural. ¡°Hay una revoluci¨®n que nace en Sevilla de ese primer impulso que tiene que ver con el mestizaje entre los discos de rock psicod¨¦lico, el consumo t¨®xico y las nuevas indumentarias¡±, dice Costa.
¡°Fue la respuesta contundente y radical a un mundo que no nos gustaba¡±, dice Emilio Sola
En la nueva entrega de sus memorias, Nazario recuerda que cuando Diego del Gastor muri¨® ¨¦l no volvi¨® a tocar la guitarra. Se la hab¨ªa llevado a Barcelona, pero ¡°s¨®lo la sacaba del estuche para mostrarla¡±, como hoy ense?a ¡°las plumillas con las que dibujaba historietas¡±, escribe. El instrumento acab¨® en manos de Sisa, mientras el joven sevillano se convert¨ªa en bandera libertaria de su ciudad de adopci¨®n junto a sus inseparables Camilo y Oca?a, cuyos paseos travestidos Ramblas abajo (la nueva conquista del espacio p¨²blico) inmortaliz¨® Ventura Pons en otra pel¨ªcula referente de la ¨¦poca, Oca?a, retrato intermitente (1978). En ella, el propio Oca?a (fallecido a los 36 a?os en 1983) apunta ya a dos de los futuros escollos de la l¨²dica vida subterr¨¢nea: la marginalidad (¡°Yo soy un marginado como las putas, los chulos, los maricones y los ladronzuelos. Aunque soy un pintor me siento identificado con esa gente, me encantan y fascinan¡±) y el choque con el puritanismo de cierta militancia de izquierdas, que no trag¨® con la bacanal esc¨¦nica que el performer y sus amigos montaron en las Jornadas Libertarias del 22 al 25 de julio de 1977. Organizadas por el Sindicato de Espect¨¢culos de la CNT, la revista Ajoblanco, la Asamblea de Trabajadores de Espect¨¢culos del Espacio Sal¨®n Diana y el Comit¨¦ Federal de la CNT, aquella hist¨®rica explosi¨®n anarquista tuvo, seg¨²n recuerda en Los setenta a destajo (RBA, 2007) el editor de Ajoblanco, Pepe Ribas ¡ª?que ahora prepara la continuaci¨®n de aquellas memorias, Los 80 al carajo¡ª, su cara B: ¡°Hubo un punto oscuro, un incidente que evidenciaba el futuro que nos aguardaba. El debate que suscitaba m¨¢s inter¨¦s, sobre c¨®mo articular el movimiento libertario en el futuro, zozobr¨® a causa de las intransigencias que fomentaban tanta desuni¨®n, tanta intriga y tanta secta¡±.
Una figura medular y recurrente en todos los textos que rescatan la ¨¦poca es Pau Malvido, alias de Pau Maragall, hermano peque?o del exalcalde de Barcelona, y autor de Nosotros los malditos (publicadas originalmente en la revista Star y recopiladas por Anagrama en 2004), serie de cr¨®nicas que levantan acta en directo del grito contracultural. En una imagen de la pel¨ªcula Morir de d¨ªa, reflexi¨®n p¨®stuma e inacabada del cineasta Joaquim Jord¨¢ sobre los estragos de la hero¨ªna en los ochenta en Barcelona, Malvido aparece micr¨®fono en mano, haciendo entrevistas en barrios obreros, buscando el relato alternativo de una ciudad que iniciaba ya su metamorfosis ol¨ªmpica. ¡°Ahora que las revistas hablan tanto de los movimientos juveniles, de los hippies, de los anarquistas y de los comuneros, nosotros, que tenemos ya m¨¢s de 25 a?os y que formamos parte de las primeras tribus barcelonesas de hippies y freaks, queremos explicar unas cuantas cosas para mayor vacile de propios y extra?os. Ante todo: que toda esta avalancha de art¨ªculos y revistas nos aburren con sus tonter¨ªas¡±, escribi¨® Malvido.
¡°La contracultura fue la respuesta contundente y radical a un mundo que no nos gustaba en absoluto¡±, recuerda el historiador y profesor Emilio Sola, miembro de uno de los templos madrile?os de aquellos tiempos, La Vaquer¨ªa de la Calle de la Libertad, local que mezclaba ¡°pintura, m¨²sica, poes¨ªa, whisky y bocadillos¡± y que qued¨® destruido en 1976 por una bomba de los Guerrilleros de Cristo Rey. En su casa tambi¨¦n se encontraba la sede de la editorial La Banda de Moebius, cuyo logo, un ni?o mutilado vestido de primera comuni¨®n, era obra del artista Ceesepe. All¨ª publicaron Eduardo Haro Ibars, Leopoldo Mar¨ªa Panero o el gallego Xaime Noguerol, que en 1978 edita Irrevocablemente inadaptados, cr¨®nica de una generaci¨®n crucificada. Labrador cita a Noguerol, Eva Forest y Xos¨¦ Luis M¨¦ndez Ferr¨ªn como tres autores clave. Atra¨ªdo por esa juventud libertaria y clandestina empez¨® a investigar: ¡°Me atrajo su compromiso a cualquier precio con formas de vida m¨¢s aut¨¦nticas, m¨¢s sensibles, m¨¢s libres. Su falta de miedo, tan emocionante en una sociedad donde tanto miedo hab¨ªa entonces¡±. ¡°Aquel deseo radical generaba otro tipo de relaciones¡±, contin¨²a Emilio Sola, ¡°otro tipo de arte y de literatura y de todo lo dem¨¢s de manera natural y sin pedirle permiso a nadie, pues los ¡®argumentos de autoridad¡¯ se hab¨ªan venido abajo, como en los grandes cambios culturales de la historia, desde el Renacimiento-Barroco para ac¨¢; y al no ser admisibles esos argumentos de autoridad hab¨ªa que mont¨¢rselo como a uno le viniese en gana o le pudiera parecer. Eso era la libertad o su sensaci¨®n b¨¢sica al menos. E imagin¨¢rsela era muy emocionante y creativo¡±.
Es en las fiestas en torno a la guitarra de Diego del Gastor donde Jordi Costa sit¨²a el primer germen
A Costa la filiaci¨®n contracultural le llegar¨ªa con su primer trabajo en la redacci¨®n de El V¨ªbora ¡ª¡°Llegu¨¦ tarde, mi adolescencia coincidi¨® con los ochenta y entonces la alegr¨ªa sencilla de vivir se convirti¨® en otra cosa¡±¡ª, donde se profesionalizar¨¢n gran parte de los dibujantes de c¨®mic underground, que bajo el grupo El Rrollo Enmascarado (1973) llevaron la nueva vor¨¢gine de las calles ¡°a las inagotables posibilidades expresivas de la historieta¡±. Una explosi¨®n (Nazario, Mariscal, Max, Montesol, Gallardo y Mediavilla, Vall¨¦s¡) ocurrida en Barcelona pero cuya onda expansiva lleg¨® veloz a Madrid de la mano de Ceesepe, ¡°un puente en muchos sentidos¡±, explica Costa. ¡°Ceesepe fue el nexo de uni¨®n entre el underground barcelon¨¦s y la Cascorro Factory, que ser¨ªa la c¨¦lula madrile?a en la primera explosi¨®n de la historieta contracultural espa?ola. La Cascorro Factory no era en absoluto mim¨¦tica: propon¨ªa una est¨¦tica m¨¢s dura, que probablemente recog¨ªa cierta herencia canallesca de la bohemia madrile?a. Los referentes eran otros, como tambi¨¦n lo eran las sensibilidades¡±. Para Costa, Ceesepe se convirti¨® en sus primeras creaciones del personaje Slober en el mejor poeta del ¡°mal viaje¡± que tuvo la historieta contracultural: ¡°Sus fantas¨ªas discurr¨ªan por el lado oscuro y salvaje de esa fractura generacional. En la revista Carajillo, en fecha tan temprana como 1975, public¨® una historieta ¡ª?D¨®nde vamos?¡ª en la que ya planteaba c¨®mo el sue?o de la contracultura pod¨ªa declinar en pesadilla conformista¡±.
Como en una carrera de relevos, la transmisi¨®n de experiencias de la contracultura viaj¨® de Sevilla a Barcelona, de Barcelona a Formentera y, finalmente, a Madrid, donde en 1980 se estrenaba Pepi, Luci, Bom y otras chicas del mont¨®n, de Pedro Almod¨®var, la historia de tres chicas cuyas andanzas (inconcebibles en el presente de lo pol¨ªticamente correcto) simbolizan el esp¨ªritu libre y provocador de la ¨¦poca, que desembocar¨ªa en el relato estereotipado de la movida madrile?a. ¡°Almod¨®var y Mariscal son un ejemplo de que alcanzar un triunfo absolutamente inconcebible en los tiempos de la contracultura no conlleva una traici¨®n a sus ideales. Yo en Almod¨®var veo una evoluci¨®n coherente que no implica la renuncia, y Mariscal ha demostrado como nadie que la inmadurez es un arma muy poderosa¡±, afirma Costa.
El car¨¢cter l¨²dico y desordenado del movimiento contracultural, su incorregible peterpanismo, no se presta a narraciones compactas ni a simplificaciones. Es un relato fragmentado que ha sido v¨ªctima tambi¨¦n de perennes clich¨¦s y prejuicios. En palabras de Labrador, ¡°prejuicios pacatos: si eran cuatro gatos, si eran unos pijos, si no dejaron obras duraderas, si no estaban a la altura de lo que se hac¨ªa fuera¡, prejuicios que no se corresponden con la potencia del archivo contracultural. Mi prejuicio favorito es ese que dice que la contracultura fue una palanca de cambio al servicio del neoliberalismo, o que sirvi¨® para despolitizar a la clase obrera. Las formas de la contracultura pulsaron y expresaron los deseos de libertad de una ¨¦poca, sin concesiones. Por eso dan miedo y por eso se busca negar sus potencias o su alcance¡±.
En el poemario de Emilio Sola que inaugur¨® La Banda de Moebius, La soledad, los viajes, el mar, la amnist¨ªa, varios muertos y un aniversario, se leen versos que hoy, m¨¢s de cuatro d¨¦cadas despu¨¦s, ahuyentan desde su innegable melancol¨ªa la tentaci¨®n del derrotismo: ¡°Es un error perder la juventud¡±, dice uno; ¡°Dejamos una herencia de lucha en el silencio¡±, otro. Y en la recta final: ¡°Nada hay que defender?/ mucho hay que conquistar?/ siempre seremos vencedores¡±.
Lecturas
C¨®mo acabar con la contracultura. Jordi Costa. Taurus, 2018. 332 p¨¢ginas. 20,90 euros.
Culpables por la literatura. Germ¨¢n Labrador. Akal, 2017. 672 p¨¢ginas. 32 euros.
El mono del desencanto. Teresa M. Vinar¨®s. Siglo XXI, 2018. 360 p¨¢ginas. 20 euros.
Sevilla y la Casita de las Pira?as. Nazario. Anagrama, 2018. 280 p¨¢ginas. 17,90 euros.
Los 70 a destajo. Pepe Ribas. Booket, 2017. 736 p¨¢ginas. 10,95 euros.
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