El calor y el amor son iguales: queman
El turista enamorado contempla los term¨®metros urbanos. Se para delante de uno y espera la superaci¨®n del fuego por el fuego
Y el calor descendi¨® sobre los seres humanos. Hay que huir de Madrid, de Sevilla, de C¨¢ceres, de C¨®rdoba, como sea. El turista enamorado asocia el calor al subdesarrollo. Una vez, cuando era un cr¨ªo, ley¨® esta sentencia de Nietzsche que le dej¨® marcado para siempre: "El calor es enemigo de la civilizaci¨®n". Claro que si eres capaz de aguantar 40 grados a la sombra, como est¨¢ haciendo ahora mismo en Madrid, est¨¢s preparado para el infierno, para la guerra, para las bombas, para la evaporaci¨®n de la carne en cualquier momento. Es un desaf¨ªo a la naturaleza ponerse a pasear por la Castellana a las tres de la tarde por el mero placer de arder en soledad. El turista enamorado contempla los term¨®metros urbanos. Se para delante de uno y espera la superaci¨®n del fuego por el fuego: espera que el 40 deje paso al 41. Ojal¨¢ lleguen los 42 grados. Nos asfixiaremos por amor. El calor y el amor son la misma cosa: los dos queman. Oh, Granada, arde ya. Oh, Ja¨¦n, arde en este delirio de amor. Nadie tiene hambre con un calor as¨ª, pero el turista enamorado no dir¨ªa que no a una fabada rusiente, porque el calor pide m¨¢s calor. El calor es como el sexo, una vez que lo pruebas no puedes parar si no hasta morir. Oh, calor, m¨¢tame. Los guiris morir¨¢n de tormento tur¨ªstico hoy. Se quemar¨¢ su piel en las playas. Ser¨¢n, como en el chiste, gambas rojas con forma humana. El calor en Espa?a es arte. Es Picasso. Es Cervantes. Es un llamamiento universal a la vagancia. La huelga de taxistas se vuelve irreal, porque bajo el calor todo se torna imaginario y prescindible. Esa es la grandeza del fuego solar: hace que nuestro cuerpo se convierta en rey y soberano. Porque cuando un cuerpo suda bajo el terror de los 40 grados, comprende que no hay vida m¨¢s all¨¢ de la carne y comprende que la pol¨ªtica, la cultura, la sociedad son ficciones. Ah, el cuerpo, qu¨¦ bien arde, concluye el turista enamorado. Pero no soy tonto, tengo que salir de Madrid o me quemar¨¦ vivo. Las estaciones de tren, de autobuses, los aeropuertos est¨¢n rebosando cuerpos que sudan. B¨²scate una playa, ¨¦chale cubitos de hielo a las olas del mar. Pero el turista enamorado se resiste a irse de Madrid porque quiere ver un espect¨¢culo prodigioso, quiere ir a la Gran V¨ªa o a la Puerta del Sol, para ver c¨®mo los guiris se convierten en san Lorenzos, el santo que fue cocinado en una parrilla. San Lorenzo es el santo m¨¢s espa?ol de la historia. Los guiris se queman en la pira espa?ola. El turista enamorado, por solidaridad y cortes¨ªa, quiere quemarse con ellos, quiere inmolarse con ellos, est¨¢ dispuesto a untar una porra madrile?a en una sangr¨ªa caliente. Y de repente tiene una revelaci¨®n. Le es dado contemplar el poder igualatorio del calor espa?ol: sudan los mon¨¢rquicos como sudan los republicanos, suda la izquierda y suda la derecha, sudan los secesionistas y sudan los constitucionalistas. Suda el Rey de Espa?a. Suda Ada Colau. Sudan los nietos de Franco. Sudan los pecadores y sudan los santos. Suda hasta la Historia de Espa?a. Y el turista enamorado ve paz al fin. La paz del fuego sea con nosotros. Y sonr¨ªe.
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