Aborigen en habitaci¨®n alquilada
Vivir la experiencia de Airbnb, que divide a los seres entre hu¨¦spedes y anfitriones, en el barrio G¨°tic es cohabitar con turistas y gente en precario, que se miran y se sortean
Cuatro de la madrugada. Un ventilador, tan potente como ruidoso, est¨¢ a un lado de la cama. Hace lo que puede en esta noche de agosto. Repito habitaci¨®n Airbnb, en pleno centro de Barcelona, Barri G¨°tic. A nueve paradas de metro de mi casa con aire acondicionado. Es raro sentirse como un pr¨®fugo, un turista marciano, un se?or raro en tu propia ciudad. A unos metros, en el balc¨®n que se abre a la plaza Traginers, un joven que no conozco de nada est¨¢ fumando. Es o interpreta el papel de qui¨¦n vive aqu¨ª habitualmente. Desde Airbnb (acr¨®nimo de colch¨®n hinchable y desayuno: airbed and breakfast) se insiste en la idea de ciudadanos que quieren compartir su alojamiento ante la opini¨®n p¨²blica y los consistorios municipales que le exigen transparencia, legalizar su oferta y no herir de muerte a determinados barrios. A los pies del joven, hay un perro, creo que un galgo pero ya se sabe: de noche todos los perros son galgos. En el balc¨®n, una bandera de Polonia. Las llaves me las dio una simp¨¢tica chica de esa nacionalidad que, como los camellos en las viejas canciones de Lou Reed, lleg¨® tarde a la cita. 45 minutos para ser precisos.
Para alquilar una habitaci¨®n en Airbnb, la empresa/plataforma de software, te has de dar de alta en su web. En ¨¦sta todo es frescura y solvencia, hasta cuando te piden que te hagas un selfie para la ficha. No hay sombras o no las aciertas a ver en todo el tr¨¢mite. Datos tarjeta, preguntas l¨®gicas, pesta?a de ayuda y tel¨¦fono de asistencia. Mi objetivo es alquilar un par de noches en dos habitaciones en el barrio de Barcelona donde m¨¢s habitaciones y apartamentos tur¨ªsticos quedan bajo el paraguas Airbnb. Barcelona es la ciudad europea donde menos creci¨®, pero es, en la actualidad, la tercera ciudad del continente con unos tres millones de pernoctas a?o. El precio medio por habitaci¨®n es de 107 € pero puedes conseguir donde dormir desde 34 €. Los apartamentos grandes rondan los 300 €. Mi habitaci¨®n es de 70 € incluyendo gastos de limpieza, tarifa e impuestos. La primera tarde fui a la nevera y cog¨ª un yogur de az¨²car de ca?a de los cuatro que hab¨ªa. El interior de la nevera est¨¢ repleto. Los usuarios que pasan por la ciudad dejan bebidas, fruta, alimentos que no se pueden llevar. No tengo ni idea si el alquiler incluye ese yogur. Lo l¨ªquido en plan furtivo y luego, escondo los otros tres detr¨¢s de una botella de Sprite que est¨¢ a las ¨²ltimas. Alquil¨¦ una segunda noche tambi¨¦n en el G¨°tic, en calle Escudillers por 49 €. Sin embargo, a las cuatro horas de la contrataci¨®n, me avisaron desde Airbnb que se anulaba la reserva. Me devolver¨ªan el dinero en un plazo m¨¢ximo de cinco d¨ªas. Cinco d¨ªas en los que -?perdici¨®n!- pod¨ªan descubrir que faltaba un yogur de ca?a.
En el mundo Airbnb los seres humanos se dividen entre hu¨¦spedes y anfitriones rollo Invasi¨®n de los Ultracuerpos. Hu¨¦sped y anfitri¨®n se comunican directamente mediante mensajes de texto a trav¨¦s de la plataforma. El chico del balc¨®n, mi anfitri¨®n, que ahora est¨¢ en el otro dormitorio tose cada minuto y veinticuatro segundos. Fantaseo con un final Kurt Cobain pero recuerdo que he contratado una Experiencia para ma?ana: aprender a hacer una paella en ingl¨¦s. En la oferta de Airbnb se a?aden ofertas de ocio que se hacen llamar Experiencias. Las Experiencias te demuestran que tu propia ciudad es risue?a, jovial y soleada. Siempre y bajo cualquier circunstancia.
La zona del G¨°tic donde se ubica Traginers est¨¢ detr¨¢s de la Catedral, al final de Via Laietana. Partiendo desde aquella, la calle peatonal de Sots-Tinent Navarro serpentea al lado de las murallas romanas y torres de defensa. All¨ª, hay unos escalones en los que la gente toma brebajes y mejunjes y se lanza t¨¦cnicas de seducci¨®n, an¨¦cdotas, problemas vitales. Grupos de dos, tres, seis personas. Casi cada grupo habla un idioma distinto y uno se da cuenta de que Barcelona es tambi¨¦n toda esta gente aqu¨ª y ahora hablando entre la retaguardia del caballo de Ram¨®n Berenguer y las murallas, haciendo lo que quieren y con quien quieren, vestidos a su manera y completamente tranquilos porque Barcelona es as¨ª: confiada y pac¨ªfica. Un lugar en el que ni los violentos quieren serlo: apenas te roban, se echan a correr.
Los turistas con sus maletas en el G¨°tic s¨®lo se cruzan y acaso relacionan con otros turistas con o sin maletas, aparte de camareros, ciclistas de trixi y dem¨¢s. Con ellos y con los ¨²nicos abor¨ªgenes que quedan que son, en su gran mayor¨ªa, gente que no ha podido irse a otro sitio, en riesgo de exclusi¨®n social: pobreza, desamparo, drogadicci¨®n, soledad extrema. Son parte de un ej¨¦rcito que, al retirarse ¨¦ste, los dej¨® atr¨¢s. Quiz¨¢s les prometieron que vendr¨ªan a por ellos pero lo cierto es que no lo han hecho. Las murallas se cerraron y ellos se quedaron fuera. Son casi invisibles m¨¢s all¨¢ de servicios sociales y ¨®rdenes religiosas. Un local en Sots-Tinent Navarro, Caf¨¦ Just Menja Just luce a la hora de almorzar y cenar una cola de esas personas en precario. Turistas y gente en precario. Realidades que s¨®lo se miran, sortean e invaden territorio sin afectarse lo m¨¢s m¨ªnimo. El suyo es un encuentro que no cambia para nada al otro. En Vins i tapes de la Mer?¨¨, me tomo una ca?a cercado de turistas. Tocan la guitarrica unos chavales y tengo detr¨¢s de m¨ª, a lo mejor del barrio, apoyados horas y horas contra una pared: drogas, camas compartidas, deudas de cinco euros y hay que ir a comer a los Monjes Capuchinos que te lo dan en una cajita. Uno de ellos no se cree que un monje pueda tener nombre de caf¨¦ italiano. Otro trata de explic¨¢rselo. Llega uno en una moto haciendo ruido. De paquete, su novia. Flacos, tatuados y cincuentones. Son Sailor y Lula en un viaje por el tiempo y por mil anal¨ªticas. ?Pero todo esto conforma un barrio? Gente de paso que genera negocios nocturnos y locales que les alquilen bicicletas, les sirvan bebidas y comidas y estampar alg¨²n tatuaje. Un barrio son ni?os que van a la escuela y, de poder ser, juegan en la calle. Abuelos y se?ores y se?oras que van y vuelven del trabajo. Que se preocupan por el sitio donde est¨¢n hoy y estar¨¢n ma?ana y el a?o que viene. Un barrio es una panader¨ªa y una peluquer¨ªa, un carterista y un vago. Y turistas y colgados y una vecina que te pregunte por tu madre.
Dejo mi habitaci¨®n y rezo porque Carlos y Matilda siga abierto. Airbnb, Donald Trump o Amazon utilizan la misma media verdad aplicando la pomada antisistema sobre la p¨²stula liberal: hacernos creer que nuestro problema son los intermediarios. Que eso encarece y complica nuestro placer. Y ya de paso qu¨¦ molestas son las legislaciones, los partidos pol¨ªticos y parlamentos, las librer¨ªas, los t¨¦cnicos. S¨®lo hay que escuchar el coraz¨®n de la masa y d¨¢rselo: usted no necesita que nadie modele, mida y revise lo que quiere. Un aborigen drogota me pide un cigarro. Lleva en los brazos un enorme coj¨ªn con la cara de Doraemon. Se lo doy. Desde donde estoy veo como mi anfitri¨®n deja el balc¨®n. Regresa bebiendo a morro de una botella de Sprite. Qu¨¦ ingenuo: lo supo desde el primer momento.
La batalla de Colau contra Airbnb
El a?o pasado, la periodista Ariadna Trillas afirmaba en la revista Alternativas Econ¨®micas que la plataforma de alquiler tur¨ªstico Airbnb se ha convertido en "el pararrayos perfecto" al que dirigir las cr¨ªticas sobre todos los males del turismo masivo. Y en Barcelona ha ocurrido algo as¨ª. Airbnb es el gen¨¦rico con el que entidades vecinales personalizan la existencia de pisos tur¨ªsticos y las consecuencias de convivir con ellos. Que no son pocas. Un estudio del investigador Agustin C¨®cola de 2016 afirmaba que m¨¢s de la mitad de los edificios del barrio G¨°tic (en el meollo de la presi¨®n tur¨ªstica) tienen pisos tur¨ªsticos y que las camas en apartamentos alcanzan casi al n¨²mero de vecinos. El rechazo vecinal es tal que cuando hace dos a?os Airbnb patrocin¨® camisetas de los Castellers de Barcelona, la reacci¨®n en las redes fue tan furibunda que la colla tuvo que retirar la publicidad del portal.
El gobierno de la alcaldesa Ada Colau lleg¨® al Ayuntamiento con la defensa del derecho a la vivienda como prioridad. El consistorio hizo un estudio que revel¨® que el 40% de los 16.000 pisos tur¨ªsticos de Barcelona eran ilegales. Y all¨ª empez¨® la batalla: en 2016 puso en marcha un plan de choque contra los pisos tur¨ªsticos ilegales: inspecciones, una web para que los vecinos pudieran delatar oferta sin licencia en su barrio, multas (5.500) y ¨®rdenes de precinto (4.100) y cierre (2.355).
Otro frente fue la petici¨®n a los portales de que retiraran de sus webs los anuncios ilegales. Airbnb no lo hizo al principio. Y all¨ª empez¨® la guerra. Barcelona fue la primera ciudad del mundo en multar a la empresa: 600.000 euros por anunciar pisos que no tienen licencia de alojamiento tur¨ªstico. Las asperezas se han limado a medida que el portal retiraba oferta ilegal. Primero limit¨® a un anuncio por propietario la oferta del centro. Y ha ido retirando los anuncios que el Ayuntamiento le pasaba en listados de viviendas sin licencia. El mes pasado el consistorio celebr¨® que los portales han retirado ya un 70% de la oferta ilegal. Tres a?os despu¨¦s, el portal m¨¢s conocido ya se sienta (como ¡°buen actor¡±) en la Mesa de Plataformas de alquiler vacacional, junto a Booking, Homeaway o Rentalia.
Babelia
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