Madrid
Joan quer¨ªa ver el Reina Sof¨ªa, pero le dije que los museos son obras de arte que hablan de la muerte
Entramos en Madrid y lo hicimos por las radiales deficitarias. Por la des¨¦rtica R-4. Le cont¨¦ a Joan qu¨¦ eran las radiales madrile?as. Me pareci¨® digno de mi amor tener un detalle con Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar y dar una propina a estas autopistas ruinosas que abofetean las proximidades de la capital y los bolsillos de los espa?oles. Los pobres espa?oles que siempre ser¨¢n pobres, porque es bueno ser pobre y es cristiano y es, sobre todo, muy espa?ol. Pens¨¦ que hab¨ªa que apoyar el d¨¦ficit p¨²blico. Y con este gesto, me volv¨ª a sentir el turista enamorado. Me sent¨ª bien d¨¢ndole una limosna a los gastos fara¨®nicos de una Espa?a que ya no volver¨¢. Es como si viera a Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar pidiendo en una esquina de la calle del Pez y le diera 50 c¨¦ntimos de euro para chuches. Joan se re¨ªa y baj¨® la ventanilla del Opel Manta. Y dijo en un espa?ol macarr¨®nico una expresi¨®n que habr¨ªa o¨ªdo por ah¨ª ¡°t¨ªo, eres la hostia¡±. Me cogi¨® de la mano, y casi nos chocamos contra un cami¨®n alem¨¢n que transportaba una docena de Volkswagen que fulg¨ªan al calor de la tarde. Subimos por la Gran V¨ªa y vimos las obras medio paradas, las vallas, las gr¨²as, los obreros asados a fuego lento. Todo esto ser¨¢ peatonal, le dije a Joan. Qu¨¦ hermosa es Madrid, dijo Joan. Aparqu¨¦ el Opel Manta donde pude, porque el parking cuesta una fortuna. Y nos fuimos a comer un bocadillo de calamares en un bar que est¨¢ cerca del Museo Reina Sof¨ªa. Ve¨ªa las rabas de calamar colgar de los labios de Joan, y sus dedos pelirrojos se llenaban de aceite de fritanga, y me sent¨ªa con ganas de besarla, pero no lo hice, para qu¨¦ hacerlo, mejor verla comer los calamares, era m¨¢s hermoso. Joan quer¨ªa ver el Reina Sof¨ªa, pero le dije que los museos son obras de arte que hablan de la muerte, y para qu¨¦ ver eso teniendo delante la vida de Madrid. Ya me estaba volviendo a enamorar. Que no hubiera nadie en Madrid, salvo los guiris, me aceleraba el coraz¨®n. Las inmensas avenidas, los sem¨¢foros en lo alto, como m¨¢stiles que ordenan nuestra vida urbana, los taxis blancos, siempre blancos en s¨ªmbolo de pureza y de buen rollo, la estatua de la Cibeles rodeada de armon¨ªa y de leyenda, la Puerta de Alcal¨¢ que nos recib¨ªa a Joan y a m¨ª, que ven¨ªamos del Sur de Espa?a. Anduvimos Madrid cogidos de la mano. Es la ciudad m¨¢s hermosa del universo, le dec¨ªa a Joan. Y Joan quer¨ªa comerse otro bocadillo de calamares. Y la llev¨¦ a un sitio maravilloso, que est¨¢ junto al Retiro, que se llama La mejor tarta de chocolate del mundo. Es un bar muy peque?o, hay que bajar unas escaleras. Y all¨ª estaba esper¨¢ndome mi dulce favorito: es portugu¨¦s y se llama Pao de L¨®. Cada mordisco que d¨¢bamos en el Pao de L¨® nos convert¨ªa en turistas inmortales. Tomamos dos raciones en la terraza, y nos costaron 10 euros las dos. Fui muy feliz porque pag¨® Joan. Pedimos, para ahorrar, dos vasos de agua con hielo. Ca¨ªa la noche. Nos dimos un beso en la mejilla porque nos pareci¨® m¨¢s original. Nos fuimos al Retiro. Nos tumbamos en la hierba, bajo los ¨¢rboles, y nos dormimos como si fu¨¦ramos dos ¨¢ngeles o dos mendigos.
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