En alg¨²n lugar de Castilla
La lluvia de Perseidas marca cada agosto una celebraci¨®n campestre cuyos responsables evitan publicitar
La primera norma de El Cortejo de la Avutarda es que no se puede hablar de El Cortejo de la Avutarda. ¡°T¨² ven, v¨ªvelo y escr¨ªbelo, pero no digas d¨®nde estamos¡±, me rog¨® Bego?a, la responsable de todo esto, cuando le cont¨¦ mi prop¨®sito de incluirlo en este tour de festivales y festejos por Espa?a. En estos tiempos en los que la gente paga por ser recomendada, ruega con l¨¢grimas en los ojos por un ba?o de likes y amistades y quiere ver su vida y su local bien llenos de gente, La Avutarda se esconde. No cuesta dinero, no ofrece un programa absolutamente cerrado, solo indica que la gente se lleve los sacos y las esterillas, algo de comida y un ¡°ya nos iremos apa?ando con el ba?o¡±.
Quiz¨¢s lo ¨²nico que se puede decir de El Cortejo de la Avutarda sin miedo a resultar inexactos es que naci¨® con el nombre de Fiesta del Amor, y que fue precisamente para honrar a un amor que se fue. Bego?a, la ide¨®loga del festival, una mujer de mediana edad dulce y en¨¦rgica cuya inteligencia brilla desde la primera historia que te cuenta, perdi¨® a quien hab¨ªa sido su pareja durante muchos a?os. Como respuesta o como asidero y salvaci¨®n, cre¨® este festival en la era de la vieja casa familiar.
Su madre, Martina, gobierna el lugar, sonr¨ªe a los asistentes, muestra la manteler¨ªa que ella misma ha bordado y que ganar¨¢ quien tenga el n¨²mero premiado en la rifa (rifa que, por cierto, financia el festival). En la fachada de la casa, un mosaico honra la memoria de una t¨ªa de Bego?a, una mujer intr¨¦pida y sabia, cuyo nombre lleva el concurso de poemas y microrrelatos, una de las actividades.
A El Cortejo de la Avutarda acuden desde hace cinco a?os un grupo extenso de amigos de amigos, de conocidos de aquel o del otro, de personas que conocen al artista que algo har¨¢ all¨ª. A veces un par de desconocidos montan su tienda en la era y echan ra¨ªces all¨ª durante tres d¨ªas, para volver, a partir de entonces, todos los a?os. ?Las avutardas? Poca gente las ha visto por all¨ª. En realidad, el apareamiento de estas aves enormes y de plumajes de fantas¨ªa carnavalera, se produce algo m¨¢s lejos. ¡°Pero despu¨¦s los machos se vienen todos aqu¨ª a contarse unos a otros lo que han hecho¡±, explica Isis, una de las organizadoras del festejo.
La programaci¨®n es ecl¨¦ctica. Conciertos, proyecciones de v¨ªdeos. Mientras cenamos en medio de la oscuridad, todos de pie alrededor de unas mesas en las que se junta una comida comunal, alguien me cuenta que el a?o pasado dos personas aprovecharon El Cortejo para casarse. Este a?o se planea como acci¨®n festivalera rehabilitar el antiguo horno de pan del pueblo. Cada edici¨®n tienen lugar nuevos rituales. Solo uno permanece: ver la lluvia de Perseidas, en funci¨®n de la cual se va cambiando la fecha del festival.
Al atardecer, Alberto Acinas, oscuro trovador, ofrece un concierto. Las sillas se arraciman alrededor del escenario improvisado con vistas a los campos castellanos agostados. Se mezclan en el p¨²blico personas de toda condici¨®n y lugar. Viejos del pueblo, apoyando el ment¨®n en sus bastones, atienden con gran inter¨¦s.
Acinas toca acompa?ado por Curro, un coreano afincado en Espa?a ¡ªy que dice amarla intensamente, ¡°porque es que Espa?a huele a Nenuco¡±¡ª al que nadie, ni siquiera el propio Acinas, conoc¨ªamos hace dos horas. Sin haber ensayado ni nada parecido, sus formas de hacer ¡ªAlberto cantando y tocando una guitarra de doce cuerdas con un dedo vendado por un accidente cortando mel¨®n, y Curro sigui¨¦ndole el juego con su saxo soprano¡ª se entrelazan magistralmente.
Es imposible no pensar, durante los conciertos de Alberto Acinas, en fantasmas y oscuras cuevas que gotean alg¨²n l¨ªquido ectoplasm¨¢tico dentro de nosotros mismos. Con los vapores del vino elev¨¢ndose y un atardecer de fuego dise?ado por alg¨²n dios tambi¨¦n borracho, imagino que eso que siento escuchando el concierto es lo que quiz¨¢s sinti¨® una de esas ni?as pastoras que se toparon con apariciones marianas en medio de un bosque.
M¨¢s avanzado el recital, siento la necesidad de concretar la sensaci¨®n. Imagino que es posible que, antes que la pastorcilla, fuera una oveja, la m¨¢s osada del reba?o, la que avistara a la Virgen, y que ese sobresalto celestial del animal, ese estremecimiento y ese sudor ovejo, es en realidad el que nos ba?a a muchos de los presentes mientras va anocheciendo y la voz del demonio nos habla desde las canciones de Acinas ¡ªsiempre alegremente torturado y torturadamente c¨®mico¡ª perdi¨¦ndose en el campo castellano, atrayendo a dos peque?os murci¨¦lagos que sobrevuelan nuestras cabezas.
Al caer la noche nos tumbamos en la era, celebrando con sorpresa cada una de las estrellas que mueren ¡ªque murieron hace millones de a?os¡ª y regalan su ¨²ltimo coletazo de luz. Poco a poco, los c¨¢nticos se van apagando, las voces desaparecen, y solo quedan los grillos y las estrellas.
Sin reglas
No todo es prescripci¨®n y recomendaci¨®n, palabras que finalmente confluyen en gentrificaci¨®n y masificaci¨®n. Entonces, ?por qu¨¦ hablas de este festival en un medio nacional de gran tirada? ?Qu¨¦ absurdo es este, poner la miel en los labios del consumidor de festivales? Yo no recomiendo El Cortejo de la Avutarda. Solo quiero remarcar que la diversi¨®n y el buen veraneo a veces no dependen de pulseras, abonos, seguratas revis¨¢ndote la mochila. En ocasiones, lo mejor sucede en un trigal segado, acompa?ado de gente a la que nunca ibas a conocer. Lo bueno es que hay m¨¢s festivales as¨ª, que siguen existiendo fiestas no regladas, fuera del mapa, que funcionan por el boca a boca, que surgen de forma espont¨¢nea. Y que, si no encuentras una, quiz¨¢s puedas ir al campo y, respetuosamente, organizarla t¨² mismo.
Babelia
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