El Prado: a 15 obras maestras por hora
La ruta que propone el museo madrile?o para recorrer en 60 minutos algunas de sus iconos desde la mirada de una cr¨ªtica de arte rodeada de turistas
M¨¢s o menos como en los sue?os, el tiempo en los museos pasa muy r¨¢pidamente. En la noche de la pintura, los ojos se mueven en fase REM constante mientras el sol resplandece ah¨ª afuera, cociendo el asfalto. Fue Orhan Pamuk quien escribi¨® que los museos de verdad son los sitios en los que el tiempo se transforma en espacio. El premio Nobel turco hab¨ªa construido el suyo propio, El museo de la Inocencia, un gabinete de las maravillas que nace de un libro y termina como un aleph de todos los museos del mundo.
En la memorable escena del Louvre de Bande ¨¢ part (1964), los j¨®venes Odile, Franz y Arthur tardan en recorrer el museo 9 minutos y 45 segundos, superando en dos segundos el r¨¦cord del californiano Jimmie Johnson, si creemos lo que nos dice el propio Godard en su filme. Los so?adores de Bertolucci mejoraron la carrera en unas cuantas d¨¦cimas (The Dreamers, 2003). Traducido a segundos, correr-caminar por un museo es algo tan nost¨¢lgico, tan extra?o e id¨¦ntico, como una plusmarca de Usain Bolt. El atletismo se parece al arte porque es como estar en el mundo del m¨¢s all¨¢, donde las cosas m¨¢s hermosas ocurren de acuerdo con nuestros deseos.
Si "para hacer una pel¨ªcula todo lo que se necesita es una chica y una pistola" -la frase qued¨® err¨®neamente atribuida a Godard-, para nuestra visita de una hora al Prado tenemos a una chica con un plano. En la galer¨ªa central, Dolores G -a quien llamaremos Dolor, como el perro de Frida Kahlo- fantasea y sonr¨ªe mientras oye a su espalda el pataleo de los ni?os que preguntan a sus padres cu¨¢nto camino queda y estos se?alan de nuevo al frente, a ese horizonte que es una pintura, un tiziano, un veron¨¦s, un rubens, y entonces los chavales corren afanosos y se adelantan para llegar primero y o¨ªr el latido del tiempo. Ya lo advirti¨® Goya, el tiempo tambi¨¦n pinta.
Dolor despliega el plano sobre su mano izquierda. En el dibujo de las tres plantas del edificio est¨¢n se?aladas las 14 obras sugeridas (hay que clicar en "Recorridos recomendados" y seleccionar la visita que durar¨¢ sesenta minutos). Muy cerca, el estruendo sordo de un grupo de turistas sigue a la chica, empujado por id¨¦ntica ilusi¨®n. Le ha parecido o¨ªr que una parte de ellos ha optado por la expedici¨®n de dos horas, mientras que una pareja de j¨®venes italianos se dispone a hacerla en tres.
En lo m¨¢s hondo de su ser, Dolor conserva oculta la esperanza de poder hacer alg¨²n d¨ªa una visita de 36 horas. Sentirse peque?a y sola en las galer¨ªas, sin necesidad de apresurarse, saboreando la v¨ªspera del siguiente cuadro, el bramido del ciervo de Vel¨¢zquez dando las diez, los gatos de Goya maullando las once, el pajarito de la Sagrada Familia de Murillo que p¨ªa doce veces... y as¨ª, cada animalillo anunciando los cuartos y las horas, con sus voces distintas.
Le despierta de su fantas¨ªa un guardi¨¢n de sala, que con un gesto abrupto corrige la posici¨®n de un turista chino que envidiosamente mira de cerca el escapulario de seda rojo de El Cardenal (1512) de Rafael. No se sabe a ciencia cierta qui¨¦n es el prelado del retrato, pero los estudiosos ven un parecido con Francesco Alidosi, el Marcinkus del Renacimiento, favorito de Julio II (inmortalizado por Rafael aquel el mismo a?o, la pintura est¨¢ en la National Gallery de Londres). Fue apodado el Gan¨ªmedes del papa, uno la luna y el otro un J¨²piter lun¨¢tico, tal era la atracci¨®n del pont¨ªfice por su banquero. En el cuadro, llaman la atenci¨®n algunos motivos leonardescos, en particular de la Gioconda, por la composici¨®n triangular y el sfumato concentrado en el flequillo recortado a dos velocidades, como una muralla inexpugnable que protegiera la cabeza del asedio a inconfesables secretos.
Unos pasos m¨¢s all¨¢, est¨¢ el joven Durero (Autorretrato, 1498). Apuesto, de mirada penetrante, es sin duda el Brad Pitt de la ¨¦poca. Est¨¢ ataviado como un gentiluomo: lleva un jub¨®n blanco y negro y cubre sus manos con unos delicados guantes grises, las mismas que ejecutaron esta tabla, como se lee en la inscripci¨®n del alf¨¦izar de la ventana, escrita en alem¨¢n: "Lo pint¨¦ seg¨²n mi figura a los veintis¨¦is a?os".
Dolor se dirige a la sala del Jard¨ªn de las Delicias (1490-1500), el tr¨ªptico donde El Bosco concentra todo el destino de la Humanidad, con el pecado como hilo conductor. Lujuria, gula, ambici¨®n, castigo, criaturas que inspiraron a Spielberg y Cameron, con Sigourney Weaver en el papel de Eva que recibe su castigo en el Infierno. Es dif¨ªcil desengancharse de esta parrilla de historias, un Netflix g¨®tico donde la tierra es siempre plana. Muy cerca est¨¢ la conmovedora Crucifixi¨®n (1509-19), de Juan de Flandes. En el grupo de parientes y seguidores de Cristo, bajo la nube oscura que cubre la parte superior de la pintura, destaca la Virgen aislada en su dolor; en un primer plano, sobre una piedra, hay una calavera, un f¨¦mur, corales y lo que parece un enigm¨¢tico objeto negro rectangular rescatado anacr¨®nicamente del G¨®lgota: un Iphone. En la no menos elegante pintura El Descendimiento (antes de 1443) de Van der Weyden, el pa?o de pureza que cubre a Cristo es tan transparente que se puede ver con nitidez la sangre que fluye. A la izquierda, la Virgen se ha desvanecido y repite la postura del hijo con una empat¨ªa maternal jam¨¢s lograda antes en una pintura. El videoarte de Bill Viola le debe mucho a este cuadro.
Es el turno de Goya. En Los fusilamientos (1814), como en casi toda su pintura, el Sordo de Fuendetodos retrata el miedo y la piedad mejor que el hero¨ªsmo. Antes de subir a la primera planta, Dolor busca la escultura Orestes y P¨ªlades (hacia el siglo X a.C.), de la Escuela de Pasiteles, que reproduce el abrazo de los dos efebos. Es una obra muy visitada por las reinas queer durante las celebraciones LGTB de Madrid. La chica acelera el ritmo para llegar a El caballero de la mano en el pecho (1578-80). El ojo derecho del noble cristiano pintado por El Greco atraviesa como un l¨¢ser todo lo que se le pone delante. Demasiada severidad. El sue?o de Jacob (1639), de Jos¨¦ de Ribera, es un kitkat: ¨¢ngeles subiendo y bajando mientras el pastor los sue?a.
Por fin, Las Meninas (1656), el cuadro/manifiesto de Vel¨¢zquez sobre el placer de ver -la escopofilia- y el siempre ambiguo papel de la realeza, pues los monarcas posan para el artista y la imagen aparece en el espejo, pero en realidad ellos est¨¢n fuera del marco, donde estamos nosotros, los espectadores. Dolor no parece muy convencida de esta interpretaci¨®n, as¨ª que enfila el ¨²ltimo tramo hacia el Carlos V en la batalla de M¨¹hlberg (1548), un tiziano poco manierista si lo comparamos con Venus y Adonis o D¨¢nae recibiendo la lluvia de oro. Enfrente est¨¢ el Rubens que se adelant¨® a la era del consumo de masas: Las tres Gracias (1630-35). La esposa del pintor, Helena Fourment, aparece representada a la izquierda, la gracia del medio aprieta su b¨ªceps (?comprueba su condici¨®n f¨ªsica?) mientras la tercera reclama su atenci¨®n (parece molesta). En otra sala, La Inmaculada Concepci¨®n (1767-69), de Tiepolo, reproduce la imagen de la Virgen que pisa la serpiente del Pecado Original. Un cubo de agua fr¨ªa despu¨¦s del m¨¦nage ¨¤ trois rubensiano.
El corolario de la ruta rescata por una vez la figura de la mujer heroica, Judit en el banquete de Holofernes (1634), el ¨²nico rembrandt que posee el Prado, con la hero¨ªna que sabe utilizar sus armas para liberar al pueblo holand¨¦s de la monarqu¨ªa espa?ola.
Acaba la expedici¨®n. Dolor apura los ¨²ltimos cinco minutos frente al perro metaf¨ªsico de Goya. El animal est¨¢ inundado de sol pero en ¨¦l no hay alegr¨ªa. La chica observa el cuadro, inm¨®vil, como si estuviera ante algo prodigioso, la imagen de la supervivencia. Dolor, ese perro. Debi¨® de ser tambi¨¦n su nombre.
Iconos a modo de aperitivo
La Crucifixi¨®n (1509-1519), Juan de Flandes.
El caballero de la mano en el pecho (hacia 1580), El Greco.
Las meninas (1656), Vel¨¢zquez
El sue?o de Jacob (1639), Jos¨¦ de Ribera.
El 3 de mayo en Madrid o Los fusilamientos (1814), Goya.
La Anunciaci¨®n (1425 - 1426), Fra Angelico. Actualmente esta pieza no est¨¢ expuesta porque est¨¢ en restauraci¨®n.
El Cardenal (1510-1511), Rafael.
Carlos V en la Batalla de M¨¹hlberg (1548), Tiziano.
La Inmaculada Concepci¨®n (1767-1769), Tiepolo.
El Descendimiento (antes de 1443), Van der Weyden.
El jard¨ªn de las delicias (1490-1500), El Bosco.
Las tres Gracias (1630 - 1635), Rubens.
Autorretrato (1498), Durero.
Judit en el banquete de Holofernes (antes Artemisa) (1634), Rembrandt.
Orestes y P¨ªlades o Grupo de San Ildefonso (Hacia el 10 antes de Cristo), Escuela de Pasiteles.
Babelia
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