El final definitivo de la juventud
El deterioro de mi gata 'Emily' me golpea como un choque de trenes
![](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/ZQKEXLZICJZWOVIRZM6X3CIRKU.jpg?auth=6aa259465c05b6dd7abcfb055c8a2126bd25f92c33c2a79b6c99dcc0f091949c&width=414)
-?Por qu¨¦ tenemos una gata? ?Me lo podr¨ªas recordar?
Se lo pregunto a mi pareja. La casa apesta a vinagre y lavandina. Nuestra gata, Emily, as¨ª bautizada en homenaje a Dickinson y Bront? est¨¢ desde hace meses en estado E. A. Poe: tiene epilepsia. Al principio, como p¨¦simos cuidadores que somos, pensamos que se estaba rascando: si alg¨²n lector quiere hacerse da?o y buscar videos de convulsiones felinas en YouTube, ver¨¢ lo mucho que se parecen a un intento de aliviar cierta comez¨®n. Solo que despu¨¦s de las rascadas, Emily se quedaba shockeada, spaced out como dicen los gringos. La llevamos al veterinario y dijo: convulsiones. Y nos deriv¨® a un neur¨®logo, en realidad el neur¨®logo de Buenos Aires, un hombre con curr¨ªculo de cien p¨¢ginas, muy atento y accesible a todas horas del d¨ªa y la noche pero due?o del malhumor de un porte?o desencantado que, les explico, es un malhumor oce¨¢nico.
La medic¨® con pastillas para humanos. Emily, que ya caminaba mal -no voy a detallar su historia cl¨ªnica: bautizarla como las tr¨¢gicas Emily dispar¨® un karma nefasto- ahora camina p¨¦simo, como una borracha de madrugada y eso no es lo peor. Lo grave es que, como est¨¢ drogada, olvida que debe ir a hacer sus necesidades a la cajita destinada para el menester. Entonces mea en mi silla de trabajo, en la cama, en la cocina, donde quiere.
Y nosotros limpiamos. Hace fr¨ªo. Hay que mantener abiertas las ventanas para evitar que se nos pegue el olor a desinfectantes. Ella, por supuesto, no registra estar en falta. Duerme. Llamo al neur¨®logo y le pido, le imploro, bajar la dosis.
-Hac¨¦ lo que quieras- me contesta. Su modo implica: si le bajan la dosis, morir¨¢. Bueno: si no son capaces de cuidar y soportar a la mascota amada cuando lo necesita, qu¨¦ personas viles son.
Pienso: se la bajo igual. Luego me arrepiento. Emily, adem¨¢s, nunca me quiso. Solo quiere a mi pareja, seg¨²n otro te¨®rico veterinario porque mi pareja es var¨®n y las gatas tienen una relaci¨®n m¨¢s estrecha con los machos. Muy heteronormativa, Emily. Lo que quiero decir es lo siguiente: yo no puedo darle las pastillas porque, aunque est¨¢ drogada, tiene la lucidez suficiente para ara?arme hasta el da?o irreversible. Tiene que d¨¢rselas ¨¦l. El resentimiento de esta dependencia todav¨ªa no es palpable pero lo ser¨¢. La epilepsia gatuna, como la humana, no es fatal. Emily no es muy vieja.
Un amigo me dijo: ¡°Yo no tengo mascotas porque es como adoptar un ni?o que se va a morir joven¡±. Mi amigo es pura hip¨¦rbole: yo no tengo ni?os propios pero s¨¦ que no es comparable el lazo entre mascota e hijo, porque ya tuve mascotas que se murieron y la tristeza fue intensa pero muy diferente al duelo por un v¨ªnculo complejo. La despedida fechada, sin embargo, me produce una melancol¨ªa espantosa. Cuando era m¨¢s joven, mi propia vida y la de los dem¨¢s me parec¨ªa algo dado, irrelevante en consecuencia, ?si ¨¦ramos inmortales! El deterioro de Emily, ahora, me golpea en el final definitivo de mi juventud. Y se siente como un choque de trenes.
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