Abrigo de vis¨®n, manitas de cerdo
Aretha Franklin tuvo una racha extraordinaria pero luego se desaprovecharon sus dotes
Esta historia de Aretha Franklin ocurre en un hotel de lujo neoyorquino. La cantante hace su entrada en el hall, con sus joyas y su abrigo de vis¨®n; ha estado de compras y aprieta contra su pecho una bolsa grande de papel de estraza. De repente, la bolsa revienta y su contenido se desparrama por el suelo encerado. Empleados y clientes se quedan horrorizados. Son productos de casquer¨ªa y despojos: tripas, intestinos, morros, orejas, patas de cerdo. Como si nada tuviera que ver con ella, Aretha contin¨²a andando hasta el ascensor y, sin mirar atr¨¢s, sube hac¨ªa su suite.
En la an¨¦cdota, intuimos a la verdadera Aretha. Una estrella capaz de dedicarse a cocinar la sabrosa comida sure?a, la llamada soul food, en un hotel de Manhattan. Y tambi¨¦n la diva altiva, preparada para ignorar los desastres causados por sus modos imperiales. La querencia por lo aut¨¦ntico revela la profundidad de sus ra¨ªces, ese pozo de g¨®spel ancestral ¨Csin olvidar el blues- que ella utilizaba para exorcizar sus dolores ¨ªntimos.
Y luego estaba la superestrella. Ella usaba sus exigencias como recordatorios de su naturaleza sobrehumana. Enemiga del aire acondicionado, hac¨ªa sufrir a los privilegiados que hab¨ªan pagado cantidades desmesuradas para verla en directo. Su fobia a los aviones era la excusa perfecta para frustrar a los promotores europeos, que alegaban in¨²tilmente que tambi¨¦n se pod¨ªa cruzar el Atl¨¢ntico en barco.
Europa siempre ha sido una soluci¨®n para artistas afroamericanos en momentos delicados de su carrera. Pero Aretha no buscaba la respetabilidad que proporcionan los escenarios brit¨¢nicos o franceses. Ella jugaba en otra liga, la del show business estadounidense, en tiempos donde eran pocas las mujeres que aspiraban a la Primera Divisi¨®n. La rivalidad se establec¨ªa en cifras de venta, condiciones de contratos, honores oficiales, incluso en intangibles que solo ellas pod¨ªan calibrar.
Sin embargo, no se discut¨ªan los m¨¦ritos musicales. Y es posible que en eso tambi¨¦n Aretha llevara ventajas. Seg¨²n reconoci¨® Jerry Wexler, uno de los hipsters de Atlantic que pilotaron su gran lanzamiento en 1967, ella era perfectamente capaz de producirse a s¨ª misma y, de hecho, lo hizo en muchas de sus grabaciones. Solo que Wexler y compa?¨ªa no le daban cr¨¦dito, supuestamente para que no se le subiera a la cabeza.
Una excusa miserable, que oculta la lucha por las royalties de producci¨®n y el deseo inconfesable de aprovecharse de las inseguridades de Aretha. Como cualquier otra cantante, ella necesitaba retos y contrincantes musicales de altura, como se evidenci¨® en Sparkle, el elep¨¦ de 1976 donde colabor¨® con Curtis Mayfielfd.
A partir de 1980, tras su fichaje por Arista, Aretha se habitu¨® al automatismo de trabajar con productores acomodaticios -Narada Michael Walden, Luther Vandross. Michael Powell- que aseguraban tener el pulso del ¨¦xito: simplemente, ella ten¨ªa que aportar su voz monumental. Se deslizaba hacia la era de los duetos, que engolosinaban a los programadores de radios y que generaban ¨¦xitos tibios. Uno puede so?ar que alg¨²n d¨ªa se monte un N¨²remberg para juzgar a los responsables de juntarla con Puff Daddy o Kenny G.
Babelia
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