Ramblas arriba
La directora de cine Isabel Coixet escribe esta columna en el primer aniversario de los atentados en Barcelona
Tengo una foto con mi padre, yo deber¨ªa tener 4 a?os en ella, delante de la estatua de Col¨®n. Sonr¨ªo y ¨¦l est¨¢ con sus manos protectoras en mis hombros. Nos la hizo uno de esos fot¨®grafos que andaban por entonces con una c¨¢mara y un tr¨ªpode y un carrito rojo con dibujos y hac¨ªa fotos a la gente que no ten¨ªa c¨¢mara. Tengo esa foto ahora en mi despacho. Me ha acompa?ado en todos los lugares en los que he vivido. Subo despacio ahora desde Santa M¨®nica: el Amaya, hotel Oriente, Nou de la Rambla¡ Un grupo de coreanos siguen a una mujer con un palito al que ha atado un pa?uelo azul. Les lleva a la Plaza Real. Esta Plaza tambi¨¦n est¨¢ ligada a mi infancia, a la fascinaci¨®n por las c¨¢maras , a la vez que, de muy peque?a, mi padre me trajo aqu¨ª y me dijo en voz baja que estaban rodando una pel¨ªcula y que aquel hombre enorme sentado en una poltrona era un genio y se llamaba Orson Welles y yo le pregunt¨¦ ?y donde est¨¢ la l¨¢mpara? Porque los ¨²nicos genios que conoc¨ªa sal¨ªan de una l¨¢mpara cuando la frotabas.
Mi adolescencia, el bar Glaciar, Carmen y Potau , el intento de hacer teatro en el s¨®tano del bar, la lucha de Potau por traer otro p¨²blico a la plaza, por dinamizarla, los a?os duros donde no era aconsejable pisarla, la tienda de taxidermia que me fascinaba, las ma?anas de domingo , los puestos de venta de sellos y de monedas.
Liceo: el momento que nunca olvidar¨¦ cuando tuve la fortuna de ser la primera persona que film¨® la platea llena de nuevo, tras el incendio. Macbeth. La son¨¢mbula.Don Giovanni. Ese temblor dorado, ese cosquilleo anticipatorio que se siente siempre en el vest¨ªbulo del Liceo. Y enfrente mismo, el primer lugar donde prob¨¦ un shawarma. Caf¨¦ de L`¨®pera: la primera gran discusi¨®n con mi mejor amigo. Un poco mas arriba, pasada el Mercat de la Boquer¨ªa, el lugar donde mi madre nos llevaba a mi hermano y a m¨ª a merendar, despu¨¦s de ver las galer¨ªas de la calle Petrixol.
Entro en una tienda de revistas donde desde hace a?os, siempre encuentro tesoros que no se pueden encontrar en ning¨²n otro lugar. Van a trasladarla a otro sitio, al Poble Sec, me dicen. Salgo con cuatro revistas despu¨¦s de ojear m¨¢s de cuarenta. La encargada de la tienda me sigue ya en la calle. Me dice que le hubiera gustado enviarme un video de su madre que acaba de fallecer, se emociona, se disculpa. No hay de qu¨¦ disculparse, le digo. Su madre que creci¨® en estas mismas Ramblas, que fue abandonado nada mas nacer, que luch¨® contra viento y marea para que el pasado no oscureciera su vida ni la de su hija, que para siempre estar¨¢ ligada a estos adoquines, a este lugar. Menos mal que no vi¨® toda la sangre el a?o pasado, todos esos muertos, menos mal, dice. Llora. Lloro. Nos abrazamos. En un instante fugaz, esta mujer me ha vuelto a recordar que las Ramblas son el coraz¨®n y el est¨®mago y la historia viva de esta ciudad. Y el pulso tambi¨¦n de mi vida.
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