La ¨¦pica del bur¨®crata
Las tramas protagonizadas por agentes de despacho se han convertido en el mejor reclamo para el espionaje franc¨¦s
En Oficina de infiltrados, la historia de esp¨ªas que algunos han considerado la mejor serie francesa de la historia, los agentes secretos raramente participan en persecuciones espectaculares, las secuencias de tiroteos y explosiones son escasas, y los protagonistas est¨¢n lejos del arquetipo de James Bond.
El t¨ªtulo original de la serie, que empez¨® a emitirse en 2015 y pr¨®ximamente estrenar¨¢ su cuarta temporada, es Le Bureau des l¨¦gendes. Literalmente, "La oficina de las leyendas". Como su nombre indica, los h¨¦roes de esta ficci¨®n televisiva son bur¨®cratas, u oficinistas. Pero oficinistas con sentimientos: bur¨®cratas que se enamoran. Y es as¨ª, con el factor humano, como se tuerce todo.
Porque esto es Francia, el pa¨ªs que sacraliza el Estado y en el que la casta de los altos funcionarios gobierna el pa¨ªs. Y el pa¨ªs, tambi¨¦n, al que le gusta recrearse en el lugar com¨²n de la patria de la seducci¨®n.
Es l¨®gico, por tanto, que estos James Bond franceses pasen gran parte de los cap¨ªtulos sentados en sus despachos ante los ordenadores o discutiendo en salas de reuniones. Y se entiende que en Oficina de infiltrados, creada por el cineasta ?ric Rochant, el trabajo de los agentes sea ante todo una cuesti¨®n mental, un juego de espejos en el que al final nadie sabe qui¨¦n es qui¨¦n, como partidas simult¨¢neas de ajedrez. Pero un ajedrez peculiar, en el que los sentimientos contaminan la raz¨®n, y viceversa.
Los bur¨®cratas de Oficina de infiltrados o bien son agentes con una identidad y una biograf¨ªa falsa ¡ªla ¡°leyenda¡± del t¨ªtulo franc¨¦s¡ª a los que sus jefes env¨ªan a pa¨ªses en conflicto, o bien son los responsables de dirigirlos y controlarlos durante las operaciones.
Le Carr¨¦ en 'El ala oeste de la Casa Blanca'
?ric Rochant, fact¨®ctum de la serie Oficina de infiltrados y experimentado cineasta, reconoce su devoci¨®n por los thrillers estadounidenses de los setenta. Tambi¨¦n ha explicado que ve su serie m¨¢s cercana a El ala oeste de la Casa Blanca o a Mad Men que a Homeland. La historia de espionaje de la celebrada serie se inspira tambi¨¦n en las novelas de espionaje de autores como John Le Carr¨¦ o Robert Littell.
La oficina de la serie ¡ªuna c¨¦lula supersecreta dentro los servicios de espionaje franceses¡ª es ficticia, pero tiene una ubicaci¨®n conocida en el mundo real: la DGSE, siglas de la Direcci¨®n General de la Seguridad Exterior, el equivalente de la CIA en Francia. La sede de la DGSE ¡ªy de la ficticia Oficina de infiltrados¡ª se encuentra en el 141 del bulevar Mortier, un complejo militar que ocupa una manzana en el distrito XX, en el este de Par¨ªs, junto a la estaci¨®n de metro Porte des Lilas y cerca de una iglesia cuyo nombre parece elegido expresamente para una burocracia que gestiona crisis en pa¨ªses conflictivos y se ocupa de la lucha antiterrorista. Se trata de Nuestra Se?ora de los Rehenes, erigida en el lugar donde una decena de sacerdotes fueron ejecutados durante la Comuna de Par¨ªs, en 1871.
Las buenas ficciones explican un tiempo y un pa¨ªs. La Francia de Oficina de infiltrados es una potencia geopol¨ªtica consciente de sus limitaciones pero que quiere jugar en el gran tablero global, que trata de t¨² a t¨² a Estados Unidos y Rusia, y se mueve por los teatros m¨¢s calientes del globo como Siria o Ir¨¢n. Es un pa¨ªs con un pasado colonial, y ah¨ª est¨¢ para recordarlo una de las tramas, que sucede en Argelia, y con un problema de yihadismo aut¨®ctono, reflejado en la historia de un franc¨¦s musulm¨¢n que va combatir con el Estado Isl¨¢mico. Y es tambi¨¦n un pa¨ªs en el que el Estado impone respeto. Una de las paradojas de esta serie es que, pese a que los planes de los esp¨ªas de la DGSE casi siempre se tuercen, no hay rastro de cr¨ªtica en el relato, y el tono con los servicios secretos es casi reverencial.
¡°Territorio militar. Prohibido fotograf¨ªas¡±, dice un cartel en el muro coronado de alambres de espino y varias c¨¢maras que rodea la sede de la DGSE. ¡°Zona protegida. Prohibido entrar sin permiso¡±, dice otro cartel.
El bulevar Mortier est¨¢ casi vac¨ªo este mediod¨ªa de mediados de agosto. Solo se ve un grupo de hombres y mujeres de mediana edad, con aspecto ¡ªs¨ª¡ª de oficinista. Y un poco m¨¢s atr¨¢s, un grupo de j¨®venes atl¨¦ticos vestidos de sport. Todos se detienen frente a una puerta met¨¢lica. La puerta se abre. Ellos entran. ?Son esp¨ªas? ?Vuelven de almorzar? ?Qu¨¦ misi¨®n preparan? ?Estar¨¢ entre ellos un Guillaume Debailly, el brillante y atormentado protagonista, interpretado por Mathieu Kassovitz? ?Ser¨¢ una de las mujeres la formidable agente Marina Loiseau real?
La magia de las buenas ficciones es que impactan en la realidad, la modifican. Y haber visto Oficina de infiltrados no solo causa una sensaci¨®n extra?a en quien se pasea por el bulevar Mortier, y de repente puede llegar a sospechar que los oficinistas que vuelven de almorzar le vigilan, y que quiz¨¢ alguien salga de detr¨¢s de una esquina, lo meta en un autom¨®vil y se lo lleve a una caser¨ªo lejos de la ciudad para interrogarle y preguntarle qu¨¦ hac¨ªa tomando notas en una libreta frente al sanctasanct¨®rum del espionaje franc¨¦s.
La serie se ha convertido en el mejor anuncio para la DGSE, un agencia que hab¨ªa tenido mala fortuna en la ficci¨®n: sus agentes aparec¨ªan con frecuencia retratados como chapuceros o bufones, como explica Yves Trotignon, exfuncionario de la agencia y autor de Politique du secret. Regards sur Le Bureau des l¨¦gendes "(Pol¨ªtica del secreto. Miradas sobre 'Oficina de infiltrados')". M¨¢s cerca de Mortadelo y Filem¨®n que de James Bond. Ahora son figuras mod¨¦licas: los actuales agentes son fans; Rochant incluso recibi¨® una medalla, seg¨²n Le Figaro; y algunas informaciones se?alan que gracias a la serie el reclutamiento ha aumentado.
Si los bur¨®cratas-esp¨ªas se hubiesen infiltrado en Oficina de infiltrados, la operaci¨®n no habr¨ªa salido mejor.
Babelia
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.