La corte de los milagros
El personaje de Quevedo llega a la reci¨¦n nombrada capital dispuesto a dejar de ser el pobre diablo que hab¨ªa sido hasta entonces
De camino a la capital del reino (que lo era solo desde hac¨ªa unos a?os, cuando el rey Felipe III determin¨® trasladarla de nuevo a Madrid desde Valladolid, adonde la hab¨ªa llevado brevemente, dicen que por influencia del duque de Lerma, que se lucr¨® de ambas mudanzas anticip¨¢ndose a lo que hoy es pan com¨²n: la especulaci¨®n urban¨ªstica), al Busc¨®n le abri¨® los ojos sobre lo que encontrar¨ªa en la Corte un ¡°hidalgo de portante, con su capa puesta, espada ce?ida, calzas atacadas y botas, y al parecer bien puesto, el cuello abierto, el sombrero de lado¡± con el que se emparej¨® a pocas leguas de Segovia y que tambi¨¦n se dirig¨ªa a la Corte, ¡°adonde caben todos, y adonde hay mesas francas para est¨®magos aventureros¡±. Y es que, continu¨® el hidalgo mientras caminaban, ¡°la industria all¨ª es piedra filosofal, que vuelve oro cuanto toca¡±.
Prevenido, pues, el Busc¨®n, de lo que se encontrar¨ªa en Madrid (¡°Lo primero que ha de saber es que en la Corte hay el m¨¢s necio y el m¨¢s sabio, m¨¢s rico y m¨¢s pobre, y los extremos de todas las cosas¡± fue la primera ense?anza de su compa?ero de camino, y la segunda que para sobrevivir en la Corte ¡°un caballero de nosotros ha de tener m¨¢s faltas que una pre?ada de nueve meses¡±), lleg¨® a la ciudad dispuesto a dejar de ser el pobre diablo que hasta entonces le hab¨ªa tocado por su nacimiento. Lo consigui¨® solo a medias y por poco tiempo ¡ªel que le dur¨® el dinero de la herencia¡ª, pues en seguida la suerte, que siempre es cruel con la gente pobre, le llev¨® a conocer y a tratar con lo peor de Madrid, incluso a dar con sus huesos en el calabozo: ¡°A las doce y media entr¨® por la puerta (de la casa de los amigos de don Toribio, el hidalgo sin blanca al que conoci¨® en el camino de Segovia, en la que se alojaron la primera noche) una estantigua vestida de bayeta hasta los pies, m¨¢s ra¨ªda que su verg¨¹enza¡± comienza el Busc¨®n el relato de sus andanzas de buscavidas en uni¨®n de una cofrad¨ªa del hampa capitalina que se repart¨ªa la ciudad por cuarteles y con cuyos miembros dormir¨ªa esa noche en dos camas ¡ªdespu¨¦s de pasar la cena ¡°de claro en claro¡± como en la pensi¨®n de Cabra¡ª ¡°tan juntos que parec¨ªamos herramientas en estuche¡±.
Caballeros de rapi?a
Las andanzas madrile?as del Busc¨®n abarcan varios cap¨ªtulos de la novela y terminan con ¨¦l en la c¨¢rcel junto con toda la cofrad¨ªa de hampones ¡ª¡°caballeros de rapi?a¡± los definir¨¢ Quevedo por su boca¡ª y de donde saldr¨¢ sobornando al carcelero y al alguacil con el poco dinero que le quedaba de la herencia (¡°Ahorre de pesadumbre", le dijo el escribano, que tambi¨¦n cobr¨® su mordida, ¡°que, con ocho reales que d¨¦ al alcaide, le aliviar¨¢; que esta es gente que no hace virtud si no es por inter¨¦s¡±). La iglesia del Salvador, ya desaparecida, la calle de San Luis, que es la que la cofrad¨ªa le adjudic¨® para su rapi?a, la sopa boba de San Jer¨®nimo (¡°Donde hay aquellos frailes de leche como capones¡±), la Puerta de Guadalajara, ante la que pon¨ªan sus puestos los mercaderes de la ¨¦poca a la altura del actual Congreso de los Diputados, las calles Mayor y de las Carretas, las gradas de San Felipe ¡ªen el arranque de la primera¡ª donde estaba el mayor mentidero de Madrid, pues las noticias (falsas y verdaderas) ten¨ªan en ¨¦l su origen... Aunque algunos lugares ya no existen es f¨¢cil imaginarlos y otros est¨¢n como entonces, reconvertidos, eso s¨ª, en otro tipo de mentideros y de lugares de chirler¨ªa, con lenguas de german¨ªa diferentes a las que conoci¨® el Busc¨®n, pero cuyo objetivo sigue siendo id¨¦ntico: enga?ar al que se deje, ya sea vecino o de fuera. Comenzando por los lugares que se presentan como herederos de la picaresca ¨¢urea, como una autodenominada Venta del Busc¨®n, en la calle de la Victoria, que del Busc¨®n solo tiene los frescos de las paredes y el nombre. Y es que ya lo dijo Quevedo por boca de su personaje: ¡°Somos gente que comemos un puerro y representamos un cap¨®n¡±.
Un paseo a cualquier hora por ese Madrid quevedesco (y cervantino y de Lope de Vega y de todos los escritores del Siglo de Oro que dotaron al poblach¨®n reci¨¦n convertido en corte de alma) ver¨¢ que poco ha cambiado, si bien hoy sean los turistas los principales paganos de los abusos y los enga?os de los timadores y pedig¨¹e?os, que los hay por cientos. En el ¨²ltimo paseo que yo me di por la zona, el ¨²nico local que estaba libre de ellos era la librer¨ªa de Antonio M¨¦ndez, cuyo empleado espantaba las moscas a falta de clientes mientras miraba la calle y los negocios de alrededor atestados de candidatos a engordar a sus salteadores.
Tras escapar de la c¨¢rcel (a la que volver¨¢ otra vez), el Busc¨®n cambiar¨¢ de amigos, pero no de actividad, pues ¡°el dinero ha dado en mandarlo todo, y no hay quien le pierda el respeto¡±. El paseo de coches del Prado, donde conoci¨® a dos mujeres, madre e hija, que como ¨¦l buscaban ascender de posici¨®n social, y la Casa de Campo, entonces lugar apartado y silvestre a donde las invit¨® a una merienda que pag¨® con sus ¨²ltimos ahorros buscando lo mismo que ellas (las convenci¨® de ser un caballero importante, don Felipe Trist¨¢n de nombre, con el fin de agradar a su pretendida), ser¨¢n los escenarios de sus nuevas aventuras, as¨ª como el entorno de la actual Puerta del Sol, donde sufrir¨¢ dos percances doloros¨ªsimos, el primero en la calle del Arenal, donde viv¨ªa aquella con su madre, al tirarle el caballo que alquil¨® por cuatro reales a un criado cuyo due?o o¨ªa misa en San Felipe a fin de demostrar su condici¨®n de caballero, y el segundo en la de la Paz, donde recibi¨® una paliza por culpa de su antiguo amigo segoviano don Diego Coronel, con el que se encontr¨® por casualidad y que le cambi¨® su capa nueva por la suya vieja sabedor de que lo persegu¨ªan acreedores. Convencido de que la corte de los milagros de Madrid tampoco era un buen lugar para ¨¦l, el Busc¨®n determin¨® marcharse a Toledo, ¡°donde ni conoc¨ªa ni me conoc¨ªa nadie¡±.
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