Grandeza de Roca Rey
Cort¨® las dos orejas al ¨²ltimo toro de una corrida mansa y rajada de Victoriano del R¨ªo
El presidente se excedi¨®, quiz¨¢, al sacar a un tiempo los dos pa?uelos blancos que conced¨ªan las dos orejas a Roca Rey a la muerte del sexto de la tarde; se excedi¨®, quiz¨¢, porque el estoconazo final estuvo precedido de un pinchazo y un aviso. Dicho lo cual, y demostrado que el prestigio de esta plaza ya es historia, reconocer se debe que la actuaci¨®n del torero peruano ante ese toro fue una lecci¨®n de grandeza torera.
Ciertamente, toda la labor de este joven espada a lo largo de la corrida fue la demostraci¨®n de que es un torero diferente, con una cabeza privilegiada, con un valor sorprendente y unas maneras cada vez m¨¢s hondas y cl¨¢sicas. Lo dej¨® claro con el capote en sus dos toros, por delantales, chicuelinas, saltilleras, con suavidad, armon¨ªa y un pasmoso desprecio al peligro. Y lo corrobor¨® muleta en mano en las tres tandas por la derecha que aguant¨® su primero, con una brillante expresi¨®n de mando y temple en sus mu?ecas, y lo firm¨® en el sexto, ante el que comenz¨® por estatuarios, derecho como una vela, y, seguidamente, ofreci¨® una lecci¨®n magistral de cabeza amueblada, oficio y t¨¦cnica cuando el animal, que decidi¨® rajarse y huir de la pelea, no tuvo m¨¢s remedio que embestir ante la decisi¨®n inapelable de un torero perfectamente colocado, tirando de cada embestida, el toro embebido en cada muletazo, en una sucesi¨®n de pases ce?idos, largos y hondos. Fue una faena de menos a m¨¢s, emocionante por inesperada y torer¨ªsima de principio a fin. Pinch¨® en todo lo alto, se pas¨® de faena y lo avisaron, y cobr¨®, finalmente, un estoconazo hasta la bola que le permiti¨® salir a hombros por la puerta grande con todos los honores.
Junto al triunfo tambi¨¦n se despej¨® cruelmente una de las grandes inc¨®gnitas de la feria: Roca Rey tampoco llena la plaza de Bilbao; los tendidos solo se cubrieron poco m¨¢s de la mitad, lo que explica que el problema es m¨¢s serio de lo que pudiera parecer.
Y otro asunto: no hay toros para esta plaza. Victoriano del R¨ªo, uno de los ganaderos de moda, un hierro de los llamados de ¡®garant¨ªas¡¯, no pudo reunir a seis ejemplares con el trap¨ªo exigible. Los lidiados en primero y quinto lugares carec¨ªan de la presencia requerida para el toro del Bilbao; y el sexto tampoco debi¨® pasar el examen del reconocimiento. Y es m¨¢s: todos mansos y con las fuerzas muy justas, de modo que no hubo tercio de varas. Y llegaron a la muleta sin alma, sin vida, sin fortaleza ni alegr¨ªa. Quiz¨¢, sea este otro de los graves problemas: el toro tontamente noble y sin fuerza ha expulsado a la que un d¨ªa fue seria y exigente afici¨®n de esta plaza.
DEL R?O / CASTELLA, GARRIDO, ROCA
Cuatro toros de Victoriano del R¨ªo, (el segundo, devuelto), y dos, primero y cuarto, de Toros de Cort¨¦s, desigualmente presentados -primero y quinto, anovillados-, mansos, muy nobles y descastados. Sobrero de Encinagrande, manso y deslucido.
Sebasti¨¢n Castella: pinchazo _aviso_ y estocada trasera y baja (ovaci¨®n); estocada trasera y baja (silencio).
Jos¨¦ Garrido: bajonazo (palmas); media baja _aviso_ (ovaci¨®n).
Roca Rey: pinchazo hondo _aviso_ y un descabello (ovaci¨®n); pinchazo aviso_ y gran estocada (dos orejas). Sali¨® a hombros.
Plaza de toros de Vistalegre. 24 de agosto. S¨¦ptima corrida de feria. Algo m¨¢s de media entrada.
Pero el asunto afecta tambi¨¦n a los toreros.
Primero, que el grande Roca Rey tambi¨¦n se apunta, y con qu¨¦ cari?o, a este hierro; claro, que a fin de cuentas no hace m¨¢s que continuar -err¨®neamente- la estela de sus mayores.
Como Castella, por ejemplo, que se encontr¨® de salida con un anovillado primero, manso de libro, pero noble y encastado en la muleta, con el que estuvo pesado y vulgar en una sucesi¨®n interminable de pases en l¨ªnea recta, muy por debajo de la codicia y la incansable movilidad de su oponente. Se justific¨® ante el rajado cuarto, y solo las protestas de una parte del p¨²blico impidieron que ofreciera otro recital de aburrida cantidad.
Jos¨¦ Garrido entr¨® en sustituci¨®n del lesionado Cayetano y tuvo mala suerte. Se plant¨® de rodillas en toriles para recibir a su primero y en el momento de la larga cambiada el animal se lesion¨® gravemente y fue devuelto. El sustituto fue un buey deslucido.
Muy afanoso y entregado Garrido estuvo ante el quinto, soso y con escasa codicia, como todos, y a punto estuvo de tocar pelo.
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