La domadora y el sexo del tigre
El c¨¦lebre n¨²mero de Mabel Stark es uno de los m¨¢s recordados de la historia del circo
Entre las muchas historias asombrosas del mundo del circo destaca especialmente la tan extraordinaria de la domadora de tigres Mabel Stark, una de las primeras en la especialidad, que se met¨ªa en una jaula con hasta 18 de esas quisquillosas fieras listadas y tuvo una relaci¨®n tan ¨ªntima con una, el gran macho Rajah, que el felino acababa su n¨²mero eyaculando sobre ella. Como lo oyen. Stark (Princeton, Kentucky, c.1889-Thousand Oaks, California, 1968 ) tuvo incluso que cambiar su indumentaria de cuero negro por una de color blanco a fin de disimular las embarazosas (!) efusiones de la bestia.
Mabel Stark pionera en los a?os veinte del pasado siglo de la peligros¨ªsima doma de tigres (la siguieron otras como Madame Morelli, Rita Nazarova o Irina Bugrimova), ha sido reivindicada por el feminismo como una mujer libre y emprendedora que hizo carrera en un campo que parec¨ªa entonces, cuando se amaestraba a base de l¨¢tigo, pistola, m¨²sculo y rea?os, reservado a la m¨¢s viril masculinidad. Stark, que domaba a sus fieras con inteligencia, zanahoria en forma de filete de caballo y mano izquierda, fue adem¨¢s al parecer m¨¢s feliz con los tigres que con los hombres; y eso que se cas¨® al menos cuatro veces (parte de su biograf¨ªa est¨¢ envuelta en sombras) y que la mordieron mucho, los tigres.
La artista se encerraba en la jaula con 18 bestias al mismo tiempo
En tres ocasiones estuvo al borde de la muerte a causa de los ataques y su cuerpo, cubierto de cicatrices de la cabeza a los pies, era un poema (de Blake). Cualquiera que haya visto a un domador desnudo (yo he visto a varios cambi¨¢ndose para la funci¨®n, entre ellos, en su carromato, a ?ngel Cristo en calzoncillos, visi¨®n que me llevar¨¦ a la tumba) sabe qu¨¦ tremendas heridas son capaces de infligir los grandes felinos. A Mabel Stark no solo la sajaron con?zarpa y colmillo sino que le arrancaron porciones enteras de carne y m¨²sculo. Una vez casi le arrancaron una pierna, que le qued¨® colgando por un pingajo de piel. C¨®mo al final de su vida ¨Csu carrera dur¨® 57 a?os- no se ca¨ªa a trozos y segu¨ªa aguantando dentro de los uniformes de opereta (blancos) y bajo esa mata de pelo digna de Harpo Marx, eso s¨ª, sin sonre¨ªr un ¨¢pice, es un misterio.
Dotada de un coraje inexplicable para nosotros los mortales comunes (aunque en cambio le daba miedo el metro, qu¨¦ cosa), la domadora siempre regres¨® a la pista, a la jaula y a ponerse bajo la mirada verde esmeralda de la muerte con rayas. Es dif¨ªcil decir qu¨¦ llevaba a Mabel a los tigres, unos animales que los propios domadores que los aprecian consideran absolutamente imprevisibles e impulsivos, cuando no traicioneros. ¡°Con un le¨®n sabes siempre m¨¢s o menos lo que har¨¢¡±, dec¨ªa Roman Proske, el famoso Capit¨¢n Proske, que trabaj¨® con toda clase de fieras en los mejores circos del mundo; ¡°con un tigre jam¨¢s¡±. Los leones siempre rugen antes de atacar, lo digo por si les puede servir en alguna ocasi¨®n comprometida. Ese car¨¢cter de grandes bluffeurs no lo tienen los tigres. Parece que te acepten, que te obedezcan, que te aprecien incluso, pero a la que te descuidas, ?zas!, te dejan hecho trizas sin mayor explicaci¨®n. Cristo lo resum¨ªa de manera m¨¢s contundente que Proske y con varios ex abruptos, aunque recalcaba que a ¨¦l se lo hab¨ªan intentado comer tanto tigres como leones.
A Mabel Stark, aunque trabaj¨® tambi¨¦n con leones, leopardos y jaguares, le pirraban los tigres. ¡°Llaman al le¨®n Rey de la Selva, pero el tigre es el verdadero se?or de toda la creaci¨®n animal¡±, escribi¨® su autobiograf¨ªa Hold that tiger (1938). ¡°Puedes acobardar a un le¨®n, pero a un tigre nunca¡±. Solitaria y poco social, se identificaba con ellos, admiraba su belleza, su determinaci¨®n y pureza. Seg¨²n Robert Hough, obsesionado con su biograf¨ªa hasta el punto de escribir una apasionante novela sobre ella en primera persona, The final confession of Mabel Stark (Atlantic Books, 2004), con probablemente incluso menos dosis de invenci¨®n que las propias memorias de la domadora, la muerte de sus padres cuando era ni?a le cre¨® un complejo de culpa t¨ªpica de superviviente que la condujo a un impulso de autodestrucci¨®n, y a los tigres. Hough y la historiadora del circo Joanna Joys especulan con que tuviera una crisis nerviosa de joven, fuera tratada por la escasamente sutil psiquiatr¨ªa de la ¨¦poca y la sometieran a esterilizaci¨®n por ligadura de trompas como se acostumbraba. El caso es que no tuvo hijos en ninguno de sus matrimonios, que en la mayor¨ªa fueron con gente del circo que la ayudaron a progresar en su carrera.
Su cuerpo estaba lleno de cicatrices de la cabeza a los pies
Su vida sexual parece haber sido compleja, no solo por lo del tigre rijoso (y porque a uno de sus maridos la gente lo ten¨ªa por una mujer), sino porque sol¨ªa dejar dormir al felino en su cama, lo que no ha de favorecer precisamente una vida conyugal plena. En su novela, Hough pone que Rajah le robaba las bragas a Mabel Stark (?vaya con el tigre!) y que esta ten¨ªa que esconderlas, lo que no era f¨¢cil dado el fino olfato que, es sabido, poseen los felinos.
Nacida Mary Hayne, Mabel Stark empez¨® a trabajar de joven de enfermera pero al poco estaba haciendo de bailarina ex¨®tica en un circo. Pas¨® a trabajar como caballista y de ah¨ª, en 1916, a los tigres, gracias al domador Louis Roth, con el que se cas¨® y al que luego abandon¨® al caer el hombre en el alcoholismo, que debe de ser dificil¨ªsimo de combinar con la doma de fieras. Con tes¨®n y coraje, mucho coraje, Mabel alcanz¨® el estrellato llegando a ocupar en 1923 con su n¨²mero de tigres la pista central del Ringling Brothers, Barnum & Bailey, el Olimpo del circo.
Solitaria y poco social, se identificaba con estos animales
El n¨²mero que la hizo especialmente famosa fue aquel en el que Rajah, el enorme tigre de Bengala al que hab¨ªa cuidado desde cachorro y sacaba a pasear con tra¨ªlla (lleg¨® a ser su padrino de boda), se le abalanzaba por la espalda y la derribaba mientras ella simulaba estar despistada. La gente gritaba creyendo que el enorme tigre la estaba devorando, pero lo que suced¨ªa, al principio para sorpresa de la propia domadora, era muy distinto. Rajah sujetaba a Stark como hacen los tigres machos con las hembras al copular, y de hecho se met¨ªa tanto en situaci¨®n que, no encontrando mejor forma de culminar, seg¨²n cont¨® ella misma, acababa eyacul¨¢ndole encima. La primera vez, los mozos de pista y los artistas que se apercibieron de lo que hab¨ªa sucedido se dieron un buen atrac¨®n de risa. No podemos saber si hab¨ªa otras efusiones hors piste. Hough escribe que s¨ª y que la domadora tranquilizaba a su tigre en la intimidad rascando su ¡°pleasure spot¡±, est¨¦ eso donde est¨¦ en un tigre.
Tras a?os en la c¨²spide, que coincidieron con la ¨¦poca dorada del circo estadounidense, y haberse introducido en el mundo de Hollywood -hizo de doble de Mae West en I¡¯m no angel (1933)-, la carrera de Stark entr¨® en declive al decidir el Ringling prescindir de su n¨²mero y sustituirla por Clyde Beatty, coincidiendo con el matrimonio de la domadora con un administrador del circo que les estaf¨® una pasta. Stark pas¨® varios a?os en circos de segunda fila hasta recalar en 1938 en Jungleland, un centro de adiestramiento de animales para el cine y parque tem¨¢tico. En 1968, tras el disgusto de que a una tigresa escapada, Goldie, la mataran a tiros y que a ella la despidieran, Mabel Stark se suicid¨® con una sobredosis de barbit¨²ricos. La encontraron al cabo de tres d¨ªas. Ella siempre sostuvo que quer¨ªa morir en las garras de un tigre. ¡°La vida sin tigres no vale la pena, no encuentro felicidad ni placer sino con ellos¡±, escribi¨®. Seguramente Rajah hubiera dicho lo mismo de su domadora.
El peor ataque, en territorio de Stephen King
Durante su carrera, Mabel Stark (sobre la que se ha estrenado un documental el pasado marzo Mabel, Mabel, tiger trainer y a la que Sam Mendes quiere dedicar una pel¨ªcula con Kate Winslet) fue atacada por sus fieras numerosas veces. Nunca ech¨® la culpa a sus animales sino a ella misma. Dentro de lo que cabe tuvo mucha suerte. A su predecesora Marguerite Haupt la hab¨ªa destripado en la pista uno de los tigres que pasaron a manos de la domadora. Entre los casos modernos m¨¢s famosos de ataque est¨¢, claro, el que sufri¨® Roy Horn, del c¨¦lebre d¨²o de domadores-magos (y amantes) de Las Vegas Siegfried & Roy, por parte del tigre blanco Manticora en 2003 y que lo dej¨® dram¨¢ticamente paralizado del lado izquierdo. El momento m¨¢s terrible de Mabel Stark tuvo lugar en Bangor, Maine (?el lugar donde vive Stephen King!) en 1926. Hab¨ªa llovido, los tigres estaban inc¨®modamente h¨²medos y no hab¨ªan comido lo que desde luego aconsejaba cancelar el n¨²mero, pero la domadora, quiz¨¢ en un primer impulso suicida, decidi¨® actuar. Fue un desastre. Uno de los tigres, Belle, se sent¨® en el taburete del macho dominante, Sheik, que, furioso, se fue a por Mabel y la hizo caer de un zarpazo. Otro tigre resentido, Zoo, aprovech¨® la oportunidad y le arranc¨® un buen trozo de m¨²sculo de la pierna de un mordisco. En medio de un pandem¨®nium de rayas y colmillos, Sheik volvi¨® a la carga para llevarse parte del cuero cabelludo de la domadora y Zoo empez¨® a arrastrarla para devorarla en un rinc¨®n. Stark, ba?ada en sangre, tuvo la serenidad de desenfundar su rev¨®lver y hacer un disparo de salva en el hocico del tigre, que la solt¨®. La sacaron de la jaula m¨¢s muerta que viva y estuvo dos a?os entrando y saliendo del hospital hasta recuperarse. "Me preguntaba en cu¨¢ntos trozos me descuartizar¨ªan los tigres", recordaba de aquella tremenda hora listada. "Sobre todo estaba preocupada por el p¨²blico, deb¨ªa ser una visi¨®n horrible contemplar c¨®mo me desgarraban, y sufr¨ªa tambi¨¦n por mis tigres, pensando en el castigo que les impondr¨ªan por matarme".
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