La bondad de los extra?os

Sobre el lugar donde supuestamente se encontr¨® el cad¨¢ver de Deolinda Correa, con su hijo abrazado a unos pechos que a¨²n daban leche, levant¨® el pueblo un santuario consagrado al culto de una santa a la que jam¨¢s canonizar¨ªa la Iglesia. Situado a algo m¨¢s de mil kil¨®metros de Buenos Aires, el santuario de la Difunta Correa es una crucial estaci¨®n de paso en el viaje que narra La novia del desierto, primer largometraje dirigido por Cecilia At¨¢n y Valeria Pivato, y funciona como perfecto espacio simb¨®lico para entender el esp¨ªritu de una pel¨ªcula que parece poseer una fe inquebrantable no en lo religioso, sino en la bondad de los extra?os. El Gringo, personaje importante en el relato, cuenta en una secuencia c¨®mo el santuario de la Difunta Correa le transform¨®, sin que se diera cuenta, en un creyente: tras a?os de instalar un puesto de mercadillo en la zona de culto, entendi¨® que, a fin de cuentas, resultaba evidente que esa muerta de pechos lactantes proporcionaba a sus fieles algo tan irrebatible como la esperanza.

El comienzo de La novia del desierto demuestra que un mero cambio de plano puede dar una fiel idea del afecto que rige la mirada del t¨¢ndem de cineastas: un ampl¨ªsimo plano general muestra a un grupo de viajeros caminando por una carretera bajo el sol inclemente, despu¨¦s de que un accidente les haya obligado a abandonar el autob¨²s en el que viajaban. La siguiente imagen se centra en la protagonista y la mujer que conversa con ella acerca de cuestiones de fe. El cambio de plano es un c¨¢lido abrazo a la fr¨¢gil hero¨ªna de esta historia, Teresa Godoy ¨Cinterpretada por la Paulina Garc¨ªa que deslumbr¨®, en clave completamente distinta, en Gloria (2013), de Sebasti¨¢n Lelio-, una empleada de hogar que se dirige a su nuevo destino y que, f¨¢cil es deducirlo, est¨¢ recorriendo el ¨²nico paisaje de tr¨¢nsito de su vida entre una prisi¨®n vital y otra. La pel¨ªcula es un sobresaliente retrato de ese personaje y una modesta mirada a los provisionales momentos de plenitud que, en ocasiones, proporciona el azar.