Festivales y bacanales
Nuestras romer¨ªas despiertan la voracidad de los fondos de inversi¨®n
Dos o tres cosas que cre¨ªa saber sobre los festivales de m¨²sica en Espa?a. La primera, que son un buen negocio para los que encabezan el cartel y, obviamente, tambi¨¦n para los organizadores. Este a?o, ha entrado capital for¨¢neo en el accionariado de eventos barceloneses de primera fila: S¨®nar y Primavera Sound han atra¨ªdo el inter¨¦s de fondos de capital riesgo como Providence Equity Partners y The Yupaica Companies. Buena noticia para los fundadores y un interrogante para el futuro: recuerden que el FIB levantino cambi¨® de perfil ¨Cy perdi¨® la m¨ªnima relevancia cultural que pod¨ªa tener¨C tras ser adquirido por una empresa brit¨¢nica.
Segunda certeza: que toda capital de provincia o localidad tur¨ªstica cree necesario contar con un festival que aporte atenci¨®n medi¨¢tica y visitantes. Lo primero parece f¨¢cil. Se ha comprobado nuevamente este verano, gracias a los automatismos que reinan en las redacciones estivales: hemos visto los telediarios repitiendo d¨ªa tras d¨ªa las masas de la piscina del Arenal Sound o los conciertos en los balcones de Flamenco On Fire. Respecto a los ingresos que aportan a la ciudad, se recurre a unos rimbombantes informes de impacto econ¨®mico que lucen tan fiables como esas cifras de ventas que proclaman las discogr¨¢ficas. Es decir: fantas¨ªa pura.?
Para buena parte de la tropa, la m¨²sica sirve esencialmente como excusa para disfrutar de la Secret¨ªsima Trinidad: la borrachera, el consumo de estupefacientes y la coyunda.
La conjunci¨®n de ambas posibilidades explica que pr¨¢cticamente todos los festivales cuenten con subvenciones de ayuntamientos o autonom¨ªas (son escasos los que se organizan desde las mismas instituciones). Alcaldes y concejales deben internarse en un mundo proceloso, una industria del festival que otorga cada a?o premios misteriosos ¨Clos Iberian Festival Awards- en categor¨ªas como Best media partner o Mejor activaci¨®n de marca.
Desde la ¨®ptica municipal, tal apoyo tiene l¨®gica: los festivales son el equivalente moderno de las romer¨ªas. Con matices, claro: importan los conciertos programados pero, para buena parte de la tropa, la m¨²sica sirve esencialmente como salvoconducto. Excusa para disfrutar de la Secret¨ªsima Trinidad: la borrachera, el consumo de ¨Cuso la terminolog¨ªa de la Guardia Civil¨C estupefacientes y la coyunda.
Fuera de las vallas, no se pueden reconocer esos objetivos. Este a?o ha salido una simp¨¢tica gu¨ªa de uso para festivaleros que plantea dilemas tales como el uso de sandalias (perfectas para la acampada, peligrosas para ver actuaciones) o la manera de alimentarse sin hacer colas (soluci¨®n propuesta: las latas de ensalada con su tenedor de pl¨¢stico). Ni se habla del alcohol, aparte de alguna referencia a las resacas, ni del sexo, aunque s¨ª se menciona de pasada los preservativos; las drogas, caramba, son notables por su ausencia.
?Est¨¢n siendo evasivos o realmente los nuevos concurrentes a festivales viven en los mundos de Yupi? Vaya usted a saber: el librito en cuesti¨®n, con sus test y sus p¨¢ginas en blanco para anotaciones, parece un producto de cualquier editorial de libros de texto para la ESO.
La realidad es m¨¢s cruda: los festivales est¨¢n organizados para facilitar el consumo de alcohol, incluso con vendedores que se desplazan entre la multitud. Un festival no es buen destino para los quienes hayan elegido la sobriedad. Aparte de la presi¨®n comercial, est¨¢n los amigos bienintencionados que se empe?an en hacerte recaer. O no tan amigos: abundan los colegas que entienden la abstinencia como un reproche y no lo pueden soportar.
As¨ª que sigue siendo v¨¢lido aquel himno de Ian Dury, "Sex & drugs & rock & roll". Con un m¨ªnimo cambio, para no asustar a la Nueva Sensibilidad, ahora ser¨ªa "Sex & drugs & alcohol". Prueben a cantarla: encaja perfectamente.
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