Lazos amarillos, grafitis y anuncios: la lucha por el espacio p¨²blico
La pol¨¦mica por los s¨ªmbolos del independentismo en Catalu?a viene precedida de la pugna en las calles entre el arte urbano y la publicidad est¨¢tica
La misma polic¨ªa que ayer deten¨ªa a los grafiteros, hoy se dedica a proteger sus obras y sus intervenciones. Pero la domesticaci¨®n del arte urbano no ha acabado con el debate y el dilema fundamental que suscit¨® siempre: ?qu¨¦ hacer con el espacio p¨²blico? Qui¨¦n tiene derecho a ocuparlo y por qu¨¦, es una pol¨¦mica mucho m¨¢s vieja y de alcance mucho m¨¢s largo y hondo que la de los lazos amarillos de Catalu?a.
Hace cuatro a?os, el colectivo art¨ªstico Boa Mistura intervino algunos pasos de peatones del centro de Madrid para escribir versos en ellos. Tras ese ensayo general, este oto?o viene la funci¨®n grande: m¨¢s de mil pasos con sem¨¢foro de todos los distritos de la capital tendr¨¢n su verso. En esta ocasi¨®n, sin autores conocidos. Cualquiera puede enviar su frase a la web del proyecto Versos al paso y, si tiene suerte, ver¨¢ su obra en blanco sobre el negro asfalto. Se prev¨¦ una inundaci¨®n hipergluc¨¦mica de mala poes¨ªa que har¨¢ que Madrid se parezca a la carpeta de un adolescente de instituto.
A esos versos no les queda m¨¢s remedio que ser cursis, porque el arte urbano, eso que antes se llamaba vandalismo y pintarrajismo callejero, solo pudo convertirse en mainstream cuando renunci¨® a la transgresi¨®n, a la obscenidad y a la pornograf¨ªa, y adopt¨® mensajes blancos con los que es imposible discutir. Oponerse a los versos de los pasos de peatones es oponerse al amor o al amanecer. Criticarlos convierte al cr¨ªtico en Mister Scrooge. Esa es la fortaleza de lo cursi, que suena inapelable.
Los artistas m¨¢s conscientes y radicales cuestionan que las marcas acaparen el paisaje urbano sin dejar ni un resquicio a la expresi¨®n libre
Boa Mistura es uno de los ejemplos m¨¢s refinados de esta metamorfosis. Maestros y referentes de su campo han intervenido en muros y suelos de muchas ciudades y han contribuido como pocos al prestigio social y cultural de una expresi¨®n que, en sus or¨ªgenes, abominaba de la propia noci¨®n de arte y buscaba incomodar al ciudadano respetable y quitar horas de sue?o a los concejales de urbanismo.
La ¨²ltima campa?a publicitaria para televisi¨®n de Coca-Cola alude al cogollo mismo de la cuesti¨®n. Los personajes de unos murales de arte callejero se sofocan al sol del verano. A lo lejos ven un anuncio del refresco y, ansiosos por saciar su sed, se despegan de las paredes y hacen mil cabriolas por coches y fachadas hasta que se meten en la valla y beben la botella que est¨¢ fotografiada. Publicidad y grafiti, los enemigos ac¨¦rrimos, unidos al fin. De eso va todo: el grafiti es una forma de protesta y la vindicaci¨®n de un espacio p¨²blico que se ha vendido a las grandes empresas.
Los artistas m¨¢s conscientes y radicales cuestionan que las marcas acaparen el paisaje urbano sin dejar ni un resquicio a la expresi¨®n libre y espont¨¢nea de los ciudadanos. Para ellos, el vandalismo real es el de los anuncios luminosos de Piccadilly Circus. Creen que pagar unas tarifas no da derecho a apropiarse de toda el ¨¢gora, que eso es una rendici¨®n democr¨¢tica. Desde que los grafiteros tienen la consideraci¨®n de artistas y reciben premios y contratos de los mismos Ayuntamientos que autorizan los espacios publicitarios, muchos se preguntan si el conflicto sigue vigente o se ha alcanzado una entente cordial como la del anuncio de Coca-Cola. Al fin y al cabo, para un guerrillero del espray no hay diferencia alguna entre ser contratado por un Ayuntamiento o por una marca de ropa o de cerveza.
Como todos los caminos al infierno, este tambi¨¦n se empedr¨® con buenas intenciones. A principios de los a?os 2000, muchos colectivos vecinales de Espa?a recurrieron al arte urbano para revitalizar barrios degradados. Solares y fachadas ruinosas se convirtieron en murales de artistas internacionales y las calles peligrosas devinieron galer¨ªas al aire libre, siguiendo el modelo de la East Side Gallery de Berl¨ªn, donde se honra a los grafiteros que pintaron el muro que dividi¨® la ciudad hasta 1989. Esto arrastr¨® a algunos Ayuntamientos, que incorporaron el arte urbano ¡ªcon entusiasmo desigual¡ª a sus planes de recuperaci¨®n. Surgieron entonces algunos de los festivales de arte urbano m¨¢s importantes del pa¨ªs, que hoy son referencia internacional en su ¨¢mbito, como el Festival Asalto de Zaragoza (2005) o el del barrio de Canido en Ferrol (2008), pioneros y depositarios de la obra de algunos de los mejores muralistas del mundo, incluyendo a Banksy (aunque la autor¨ªa de su mural ferrolano sea discutida). M¨¢s tarde llegaron el Madrid Street Art Project (2012) o el ?s Barcelona (2013), en el barrio del Poblenou, entre otros.
Oponerse a los versos de los pasos de peatones es oponerse al amor o al amanecer. La fortaleza de lo cursi es que suena inapelable.
Para los puristas del grafiti, esto no solo es una muestra de decadencia (nada puede insultar m¨¢s al artista underground que el elogio de un concejal), sino el comienzo de una paradoja muy inquietante: su ¨¦xito ha ayudado a poner de moda los barrios donde est¨¢n las obras, lo que ha acelerado la gentrificaci¨®n, como ha sucedido en todas las zonas deprimidas, que atraen enseguida la codicia inmobiliaria. Los precios de la vivienda han subido y los vecinos de toda la vida han sido sustituidos por j¨®venes con m¨¢s dinero, lo que acaba tambi¨¦n con los comercios tradicionales. Ha sucedido en Zaragoza, donde la zona del Tubo, en el casco hist¨®rico, pas¨® en muy poco tiempo de la marginalidad a ser el lugar m¨¢s animado y concurrido de la ciudad, y est¨¢ empezando a pasar en Canido, antiguo barrio popular de la parte alta de Ferrol, donde algunos j¨®venes ya han reformado con gracia las casitas viejas.
El artista Banksy resume todas las paradojas y dilemas del arte urbano. Por un lado representa como nadie la esencia del v¨¢ndalo: an¨®nimo, nocturno, transgresor y al¨¦rgico a cualquier forma de complacencia y concesi¨®n al buen gusto. Por otro lado es un mito celebrado por los cr¨ªticos de arte y cortejado por los comisarios de exposiciones de medio mundo, as¨ª como por las marcas comerciales, que pagar¨ªan millones por contratarle como publicista. ?Se puede ser un enemigo p¨²blico y un artista de referencia a la vez?
Ah¨ª es donde el asunto trasciende las pol¨¦micas locales y las cuestiones urban¨ªsticas y sociales para elevarse a un debate mucho m¨¢s profundo y universal: la relaci¨®n del arte con el poder. Qui¨¦n se aprovecha de qui¨¦n y c¨®mo se expresa ese conflicto, si es que lo hay. ?Son los artistas urbanos decoradores de versos de autoayuda o guerrilleros insolentes? ?Qu¨¦ da mayor legitimidad art¨ªstica: un premio de un festival o una multa de la polic¨ªa? Creo que lo importante es que se trasladen estas dudas a la misma calle donde se exponen las obras. Tal vez los versos de los pasos de peatones sean mal¨ªsimos, pero las preguntas que suscitan son muy pertinentes.
Sergio del Molino es periodista y escritor, autor, entre otras obras, de?La Espa?a vac¨ªa y?La mirada de los peces.
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