Muere Inge Feltrinelli, editora formidable en un mundo de locos
Mantuvo y ampli¨® la visi¨®n y el trabajo de su marido, un mito del libro en el siglo XX
Su apellido alem¨¢n de soltera era Sch?nthal. Su matrimonio con Giangiacomo Feltrinelli, millonario italiano que fund¨® un imperio editorial con su nombre y adem¨¢s opt¨® por la revoluci¨®n castrista en su pa¨ªs y en Am¨¦rica, le dio el apellido con el que ella, fallecida ayer en Mil¨¢n a los 87 a?os, pasar¨¢ a la historia.
Pasar¨¢ a la historia por sus propios m¨¦ritos, como la fot¨®grafa que retrat¨® a Greta Garbo son¨¢ndose los mocos o a Ernest Hemingway totalmente borracho en su finca de La Habana. Y, sobre todo, por haber prolongado la visi¨®n editorial de uno de los mitos visionarios del mundo del libro en el siglo XX.
Inge Feltrinelli fue una editora formidable. Ten¨ªa una energ¨ªa parecida a una simpat¨ªa que termin¨® siendo tambi¨¦n latina. Era la reina de Fr¨¢ncfort, en cuya feria mundial de editores era una estrella que ahora tiene dif¨ªcil reemplazo. Era, pues, simplemente Inge, una mujer inteligente ¡°en un mundo de locos¡±, como defin¨ªa ella misma el universo en el que la dej¨® su marido, Giangiacomo, muerto en 1972 a los 45 a?os como consecuencia del estallido de una bomba con la que cumpl¨ªa su voluntad revolucionaria.
La sobrevive, en el empe?o que no atenu¨® ni esa alevosa ausencia, su hijo Carlo Feltrinelli, cuya decisi¨®n de integrarse en el mundo editorial espa?ol al comprar la Anagrama de Jordi Herralde mostr¨® la prolongaci¨®n del esp¨ªritu europeo que mantuvo en pie aquella germano-italiana que fue su madre.
Era el de Inge un esp¨ªritu magn¨ªfico, inolvidable. Su despacho en Feltrinelli reflejaba sus intereses: los libros que la acompa?aban estaban abiertos o se?alados; su ropa era la de una joven que nunca quer¨ªa que las arrugas de la edad le quitaran los colores que llevaba por dentro.
En abril de 2011, cont¨® a EL PA?S algunos sucesos de la relaci¨®n de su marido con Fidel Castro: le dijo, por ejemplo, que deb¨ªa dejar a la gente vivir libremente, lo cual enrabiet¨® al l¨ªder cubano, ¡°pero de todos modos le gust¨® Giangiacomo, porque vio que no le ten¨ªa miedo¡±. Esa evocaci¨®n de su marido revolucionario, y la consecuencia fatal que tuvo su impulso, fue lo ¨²nico que ensombrec¨ªa entonces el rostro elegante de esta dama.
Dolor convertido en energ¨ªa
En aquella ocasi¨®n nos dijo que su hijo, ahora tambi¨¦n un editor espa?ol, era su sue?o realizado. Para ella, ¡°el mundo editorial es un sistema tan nervioso, tan dif¨ªcil y tan complejo que no se puede heredar¡±. Entonces, siete a?os m¨¢s joven, Carlo, que en 1999 public¨® Senior Service,un retrato de su padre, era a¨²n un hombre silencioso que se aprestaba a asaltar los cielos que dejaron plantados sus padres en una casa de Mil¨¢n en la que el comedor y el lugar de trabajo se comunicaban como en ella se comunicaban la faena y la alegr¨ªa.
Ese sue?o de que su hijo fuera editor se cumpli¨®. Ten¨ªa otro: ¡°Tener 10 Nobel antes de morir¡±. Siete a?os m¨¢s tarde, ya se sabe que no es tiempo suficiente para que la Academia Sueca, que es verdaderamente ¡°un mundo de locos¡±, atienda ese ruego.
La muerte de Giangiacomo dej¨® a Feltrinelli en una grave crisis econ¨®mica, que le detrajo autores, como Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, cuya Cien a?os de soledad alcanz¨® con ellos un ¨¦xito enorme. ¡°Y a pesar de la estima y de la amistad, no pod¨ªamos seguir con ¨¦l; est¨¢bamos con el agua al cuello¡±. En esa ¨¦poca a¨²n era posible combinar amistad y negocio. Las agencias, los anticipos disparados, etc¨¦tera, convirtieron ese mundo alocado en un universo en el que la amistad literaria ya no era una ciencia exacta. Inge y Carlo prosiguieron, con ¨¦xito, una idea feliz de Giangiacomo: las librer¨ªas Feltrinelli, ¡°una se?al de optimismo que nos ayuda a seguir adelante¡±, dec¨ªa ella.
Fue fiel a la memoria de su marido, pero en su manera de ser no cab¨ªan ni la suspicacia ni el vano halago. ¡°?l formaba parte de los j¨®venes antifascistas que quer¨ªan limpiar Italia del fascismo; quer¨ªan un pa¨ªs nuevo y tuvo la idea y el dinero y la condici¨®n pol¨ªtica para intentarlo¡±. La editorial iba a ser un veh¨ªculo. Ella transform¨® en energ¨ªa el dolor por la muerte del marido: ¡°Intento olvidar las cosas feas, es un sano rechazo del mal¡±. Tambi¨¦n rechazaba los t¨®picos sobre Giangiacomo: ¡°?l estaba fuera de cualquier t¨®pico. No era un cl¨¢sico hombre de izquierda, no era un cl¨¢sico millonario, no era un cl¨¢sico intelectual. Era un fuera de serie, fuera de cualquier clasificaci¨®n¡±. Un compa?ero suyo dijo: ¡°Muri¨® por su atormentada coherencia¡±.
Un fuera de serie, como ella misma, que sobrevivi¨® a aquella tragedia sacando energ¨ªa del dolor, buscando la excelencia, alcanzando por m¨¦rito propio un lugar impar en el mundo de locos que le leg¨® su marido y que ella comparti¨® hasta el fin con su hijo Carlo. Dej¨® dicho que en el mundo de la edici¨®n ¡°hace falta mucha pasi¨®n, mucha eficiencia, pero tambi¨¦n mucha suerte¡±. Carlo, al que ya se puede llamar italo-espa?ol, o viceversa, adopt¨® de su madre la combinaci¨®n exigente de esos requisitos.
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