Potencia visual y adrenalina para hablar de la corrupci¨®n
'El reino' no solo es una muy buena pel¨ªcula. Tambi¨¦n era necesaria
Me da asco desde que era un cr¨ªo, antes de descubrir que la vida de esa cosa tan abstracta y tan real llamada gente se mueve en funci¨®n de las decisiones de un monstruo ancestral, del dominio, del enga?o, de las falsas promesas, de la pol¨ªtica. Sus protagonistas y subalternos de este negocio encarnan algo destructivo y odioso, siempre abusivo y falso casi siempre impune, llamado poder. Debi¨® de existir en el para¨ªso, entre Ad¨¢n y Eva (y seguro que hab¨ªa m¨¢s secundarios all¨ª) y por mi parte juro que he sufrido su efecto destructivo, desde los curas pederastas o simplemente salvajes que destruyeron mi infancia hasta relaciones familiares regidas por la brutalidad, por el ¡°t¨² vas a ser as¨ª porque me sale los cojones, porque soy el jefe¡±. Despu¨¦s descubr¨ª algo evidente, que casi todo en el mundo se rige por relaciones de poder, que solo ha existido una historia cre¨ªble en el universo, la batalla de los fuertes contra los d¨¦biles, y que cuando mediante revoluciones triunfan los oprimidos, los m¨¢s listos y fuertes de ellos se convierten en una nueva casta decidida a joder a los de siempre.
Y por ello, jam¨¢s he votado, aunque tuviera tentaciones o responsabilidad c¨ªvica. No tengo creencias, ni amores sin presente ni final, y una desconfianza razonada y vieja ante todo ese personal, mediocre hasta extremos vomitivos, que ha logrado un sueldo oneroso para el resto de su vida, con m¨¦ritos propios o con el enchufe de familia y amigos, con esa falacia grotesca e hip¨®crita de que va a arreglar el lamentable estado de las cosas si los ciudadanos le votan. Siempre me ha parecido una ci¨¦naga, como casi todo en la vida, pero sin su eterno poder. Y s¨¦ que en ese mundo que me repugna soy tan seducible que solo me podr¨ªa involucrar con actores excelsos, llamados Barack Obama y V¨¢clav Havel, pero el resto me parecen lamentables. Y se trata de eso, de crear una imagen vendible, de vender la moto (el t¨¦rmino es anticuado, lo reconozco, modernos) en un mundo regido por la mentira, por las promesas rotas, por la permanente impostura.
Y toda la gente decente est¨¢ molesta por algo que no es la excepci¨®n sino la norma. Se llama corrupci¨®n. Funciona en todos los ordenes de la vida, incluido ese periodismo que afirma sin rubor que es el defensor de la verdad, pero sabemos gracias a jueces que se atreven a agredir a sus supuestos amos, a polic¨ªas y guardias civiles que respetan el sagrado concepto de la profesionalidad, a pringados importantes o prescindibles que destapan el hedor de la alcantarilla para reducir su pena, que el robo sistem¨¢tico y ancestral que ha ejercido el mundo pol¨ªtico en este pa¨ªs (y en todos, no seamos ¨¢ngeles) es interminable. Y de esta s¨®rdida movida, de su mediocridad y su rutina, de algo perverso pero institucionalizado, se ocupa por primera vez una excelente pel¨ªcula espa?ola titulada El reino.
Nos cuenta que la mugre en la pol¨ªtica ha existido siempre y ser¨¢ interminable, que las grietas solo aparecer¨¢n en funci¨®n de que los secundarios con datos e influencia se sientan traicionados, de que no quieran comerse el marr¨®n sin involucrar a todos los colegas que delinqu¨ªan obedeciendo al orden natural de las cosas. Su oficio es burocr¨¢tico, cutre y ostentoso, gansteril y pavorosamente real, est¨¢n convencidos de que la justica jam¨¢s va a pillar a los reyes en un juego en el que se pueden sacrificar los peones si el peligro es real. La mierda en la que se desenvuelven los partidos pol¨ªticos se cree inviolable en nombre de la tradici¨®n, son los administradores de la vida ajena,los gestores del bien com¨²n, garrapatas cotidianas y estrategas ancestrales, algo tan antiguo y conocido como el sistema, consistente en saltarse todas las leyes en nombre del beneficio propio, de tus hijos, de tus cu?ados, de tus sobrinos, de tu santa esposa (las putas, el Dom Perignon, la horterada en los yates, la cuenta en Suiza son privilegios naturales de tu democr¨¢tico oficio), pero todos esos privilegios pueden desmoronarse si el barco amenaza con naufragio, si los colegas en latrocinio de toda la vida venden tu piel para salvarse ellos, si el Padrino (magn¨ªfico y terror¨ªfico Josep Mar¨ªa Pou) te recuerda que no puedes traicionar, ni siquiera en nombre del s¨¢lvese quien pueda, un inmenso negocio at¨¢vico que ha enriquecido a una casta imperdurable, bajo cualquier r¨¦gimen.
Rodrigo Sorogoyen cuenta esta abyecta historia con un poder¨ªo visual que crea adrenalina no solo en los protagonistas de la historia sino en el espectador. La c¨¢mara hace prodigios necesarios y la m¨²sica electr¨®nica tambi¨¦n. A veces se siente tan seguro de su potencia visual que da un poco de grima, la misma que me produce una secuencia interminable en la terraza de una administraci¨®n p¨²blica entre el subsecretario corrupto y un subordinado que tambi¨¦n est¨¢ en pleno naufragio. La voz del segundo igual es natural, pero me resulta de un histrionismo insoportable. Y Antonio de la Torre, ese actor para todo especializado en los ultimos a?os en interpretar a todo tipo de tarados, est¨¢ perfecto. El reino no solo es una muy buena pel¨ªcula. Tambi¨¦n era necesaria. No cambiar¨¢ el estado de las cosas. El personal seguir¨¢ confiando en la necesidad de l¨ªderes, de derechas o izquierdas obsesionadas con mejorar la vida de sus compatriotas. Y algunos se lo creen mientras se mueren de hambre.
Babelia
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