El int¨¦rprete de metales
Para sus esculturas, eleg¨ªa los materiales apropiados a la medida de sus sue?os
Solo en Valencia pudo darse el caso de que un joven carnicero convertido en un gran escultor acabara siendo un enamorado de Goethe a quien dedic¨® esculturas de acero l¨ªrico y de un m¨¢rmol casi carnal. ?Un carnicero goethiano? Hay que ser valenciano de pura cepa para que ese milagro sea posible. Se trata de Andreu Alfaro, (Valencia 1929- 2012), cuya exposici¨®n retrospectiva ¡ªAlfaro. Laboratorio de formas escult¨®ricas¡ª,se abrir¨¢ el 5 de octubre en el Centro Cultural de Bancaja (Valencia). El joven Andreu Alfaro, mucho antes de pensar en ser un artista sobresaliente se conformaba con ser un buen tratante de ganado y lo demostraba a la hora de recorrer los pueblos de la comarca para comprar novillos y terneras con que abastecer las demandas de la carnicer¨ªa que regentaba la familia. Era una carnicer¨ªa de lujo instalada en el barrio m¨¢s burgu¨¦s de la ciudad, con buena clientela, lo que permit¨ªa a sus padres pasearse por la calle en un land¨® de dise?o modernista. Ese trato cerrado con los huertanos en bares y colmados dot¨® al joven Andreu de mucha gram¨¢tica parda. Unos aprenden psicolog¨ªa en la universidad, otros, como en este caso, la absorben directamente de la fuente natural que mana de las pasiones expresadas con gestos, miradas y silencios por la gente de la calle.
Alfaro creci¨® imbuido de ideas republicanas y anticlericales propias del blasquismo que hab¨ªa respirado en casa junto con la moral del trabajo honrado, la del menestral que ante todo lleva bien las cuentas y paga religiosamente las deudas. Quien en Valencia se apodere del esp¨ªritu del mercado central tendr¨¢ la llave de la ciudad. Este principio consagrado por Blasco Ib¨¢?ez lo asimil¨® muy bien el padre del artista porque acab¨® siendo uno de los alcaldes de Valencia durante la Rep¨²blica.
En medio de la represi¨®n pol¨ªtica de la posguerra el inconformismo natural de Andreu Alfaro se manifest¨® en una confusa rebeld¨ªa sin nombre que solo encontraba salida en el deporte. La pr¨¢ctica de la nataci¨®n y del submarinismo le hab¨ªan dotado de un cuerpo atl¨¦tico que compart¨ªa con una inteligencia de primera mano. Sus opiniones eran siempre apasionadas aunque atemperadas por la iron¨ªa y el humor sarc¨¢stico muy mediterr¨¢neo.
Alfaro ten¨ªa opiniones apasionadas atemperadas por la iron¨ªa y el humor
Alfaro estaba muy dotado para el dibujo, una afici¨®n que ejerc¨ªa como un ejercicio solitario y autodidacta para liberarse de la sucia realidad cotidiana del matadero municipal. La visita a la Exposici¨®n Universal de Bruselas en 1958 y sobre todo el viaje juvenil a Italia fue para ¨¦l una revelaci¨®n m¨¢s all¨¢ de las inevitables dudas. Ser¨ªa escultor. Primero dibuj¨® para una empresa de publicidad, despu¨¦s se integr¨® en el grupo Parpall¨®, pero desde el principio tuvo claro que este nuevo oficio no ten¨ªa sentido si no se pon¨ªa al servicio de la colectividad.
Hab¨ªa que elegir los materiales apropiados a la medida de sus sue?os, buscar un punto entre la est¨¦tica y la producci¨®n industrial para conquistar el espacio p¨²blico, las plazas, los parques, los grandes vest¨ªbulos. Su amigo Raimon ha definido a Alfaro como un ¡°int¨¦rprete de metales¡±, otros han se?alado sus varillas generatrices como una forma de m¨²sica. En efecto, existe un Alfaro ¨ªntimo, capaz de formalizar sentimientos muy sofisticados en esculturas de peque?o formato pero su mayor triunfo se debe a la manipulaci¨®n de materiales industriales que definen su arte en las encrucijadas de la ciudad.
Un salto cualitativo en su vida se produjo con la amistad de Joan Fuster, quien tal vez le hizo saber que la verdad del artista consiste en absorber la cultura universal a trav¨¦s de las ra¨ªces de la propia tierra. En este caso deber¨ªa esforzarse por encontrar primero el Parten¨®n o los kouroi egipcios o las tanagras de Creta o al propio Goethe que tanto le gustaba enterrados en el subsuelo de Valencia. Solo as¨ª podr¨ªa plantar despu¨¦s sus esculturas en Nueva York, en Fr¨¢ncfort, en Barcelona y en Madrid, en cualquier parte del planeta sin dejar de ser valenciano. Andreu Alfaro dedic¨® su ¨²ltimo trabajo al mundo del jazz, a esos negros que cantan su pena azul con voz de madera quemada, a los clarinetes y saxos cuyo sonido es un licor muy largo, a todos los pianos que en los antros del sur tambi¨¦n sirven de f¨¦retros, a Billie Holiday, la primera, y a todos los grandes y lo hizo a su vez como un int¨¦rprete de metales.
Mi memoria de Alfaro se halla instalada en una encrucijada de amigos, Raimon, Vicent Ventura y aquel Joan Fuster volteriano y burl¨®n que desmitificaba a los guerreros de la An¨¢basis de Jenofonte cuando exclamaba: ¡°! el mar, el mar! , pero desde el chiringuito con un whisky en la mano¡±. Corr¨ªan malos tiempos en Valencia durante la Transici¨®n donde por cuestiones ling¨¹¨ªsticas te pon¨ªan una bomba. como le sucedi¨® al propio Fuster a quien le reventaron en dos ocasiones la puerta de casa. Andreu Alfaro estuvo en todos los frentes culturales de la democracia valenciana, en la fundaci¨®n y arraigo del IVAM y en tantos otros empe?os por sacudirse de encima la caspa y liberar la gracia grecolatina del inconsciente colectivo del Valencia.
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