Benjamin Grosvenor, un pianista muy serio
El m¨²sico deja una excelente impresi¨®n en su primer recital en Madrid
Da que pensar que un pa¨ªs con un excelso sistema educativo musical como Gran Breta?a haya producido tan pocos pianistas de primer¨ªsima fila. Como no es menos llamativo que muchos de los mejores pianistas acompa?antes de las ¨²ltimas d¨¦cadas sean brit¨¢nicos, desde el gran patriarca Gerald Moore hasta Roger Vignoles, pasando por Graham Johnson, Malcolm Martineau o Julius Drake. En realidad, es muy probable que el m¨¢s grande pianista brit¨¢nico haya sido Benjamin Britten. Gerald Moore sol¨ªa decir que Aldeburgh era el ¨²nico lugar donde no se requer¨ªan sus servicios porque all¨ª ya contaban con el mejor de todos. Y Londres es o ha sido ciudad de adopci¨®n de pianistas de la talla de Maria Curcio (que form¨® all¨ª a decenas de instrumentistas de talento), Alfred Brendel, Andr¨¢s Schiff o Mitsuko Uchida.
Cuando Benjamin Grosvenor, con tan solo once a?os, se alz¨® triunfador en un concurso de j¨®venes m¨²sicos de la BBC, el pa¨ªs sinti¨® que por fin hab¨ªa surgido el talento del teclado que llevaba tanto tiempo esperando. De hecho, Grosvenor fue el primer pianista brit¨¢nico contratado por el sello Decca, el m¨¢s importante del pa¨ªs, despu¨¦s de un largo par¨¦ntesis de cuatro d¨¦cadas. Con 19 a?os se convirti¨® en el pianista m¨¢s joven en tocar en el concierto inaugural de los Proms, el macrofestival veraniego que organiza la BBC en el Royal Albert Hall, y desde entonces ha ido cimentando una carrera muy s¨®lida, que le ha llevado ya a tocar con muchas de las mejores orquestas y directores del mundo.
Obras de Bach, Mozart, Chopin, Granados y Ravel. Benjamin Grosvenor (piano). Auditorio Nacional, 9 de octubre.
En Madrid pudo o¨ªrsele el pasado mes de marzo con la Orquesta G¨¹rzenich de Colonia dirigida por Fran?ois-Xavier Roth, pero es ahora cuando ha hecho por fin su presentaci¨®n en recital. La elecci¨®n de programa delataba a un pianista cl¨¢sico y, al tiempo, amante del virtuosismo. Empez¨® con una versi¨®n desigual de la Suite francesa n¨²m. 5 de Bach, con tempi desbocados en los dos primeros movimientos que dejaron claro que Grosvenor posee un fabuloso y segur¨ªsimo mecanismo, pero la m¨²sica no cobr¨® verdadero sentido hasta la Sarabande, cuando las aguas por fin se remansaron. La ornamentaci¨®n a?adida, que ser¨ªa mejor reservar para las repeticiones de cada secci¨®n en vez de duplicarla id¨¦ntica, son¨® reiterativa, ya que suele limitarse a sencillos mordentes, aunque lo cierto es que las velocidades de nuevo excesivas de movimientos posteriores (Bourr¨¦e, Gigue) no dejan margen para mucho m¨¢s.
La Sonata K. 333 de Mozart conoci¨® una versi¨®n correcta en los dos movimientos extremos (ocasionalmente emborronados por un uso excesivo del pedal, como ya hab¨ªa sucedido en Bach) y mucho m¨¢s que eso en el Andante cantabile central, donde Grosvenor hizo gala de un sonido y un fraseo de alta escuela, con una perfecta comprensi¨®n y traducci¨®n de las constantes sorpresas arm¨®nicas de la segunda secci¨®n. El Allegretto grazioso final, tocado con una impecable pulsaci¨®n, volvi¨® a sonar, sin embargo, innecesariamente apresurado.
Poco personal fue la traducci¨®n de la Barcarolle de Chopin, con una ejecuci¨®n prodigiosa de los dobles trinos, pero sin que la m¨²sica se balanceara libre y espaciosamente como reclama esta m¨²sica de enga?osa apariencia inocente. Fue un acierto conectar al compositor polaco con Granados, uno de sus herederos naturales, cuyas Goyescas llevan a?os figurando en el repertorio de Grosvenor. Toc¨® muy bien Los requiebros, exigent¨ªsima t¨¦cnicamente, aunque su versi¨®n ganar¨ªa mucho con una mayor flexibilidad o con un ¨¦nfasis m¨¢s acusado en lo que el propio Granados anota en la partitura: ¡°garbo y donaire¡±. En cambio, nos regal¨® una versi¨®n po¨¦tica, sentida e intensa de La maja y el ruise?or, si bien Grosvenor se sit¨²a siempre m¨¢s cerca de la contenci¨®n que del desafuero rom¨¢ntico.
En Gaspard de la nuit,?que tan bien conecta asimismo con?Goyescas, los dedos prodigiosos del ingl¨¦s se hallaron por fin en lo que parec¨ªa su l¨ªquido elemento. Toc¨® Ondine con un gran sentido del color, mantuvo sabia e implacablemente el ostinato r¨ªtmico de Le gibet y se enfrent¨® a las legendarias y temibles exigencias de Scarbo sobrado de recursos, provocando una justa respuesta entusiasta en el p¨²blico. No es Grosvenor un pianista al uso y su sobria manera de tocar est¨¢ mucho m¨¢s cerca de los pianistas del pasado que de sus colegas millennials, muchos de ellos m¨¢s pendientes de la promoci¨®n personal y de llamar la atenci¨®n de una manera u otra que de tocar lo mejor posible. Su peculiar idiosincrasia volvi¨® a ponerse de manifiesto en las dos inusuales propinas que toc¨® para agradecer los incesantes aplausos: el Estudio op. 72 n¨²m. 11 de Moszkowski (la vieja escuela) y una de las Piezas l¨ªricas de Grieg (Erotikk, de la op. 43). El brit¨¢nico madurar¨¢ a buen seguro, su personalidad a¨²n algo borrosa se perfilar¨¢ y acentuar¨¢, empatizar¨¢ mejor con el p¨²blico a pesar de su marcada seriedad y su pianismo, deslumbrante desde el punto de vista t¨¦cnico, se volver¨¢ a¨²n m¨¢s interesante y atractivo.
El ciclo de Grandes Int¨¦rpretes atraviesa una seria y, en apariencia, imparable crisis de p¨²blico y la Sala Sinf¨®nica del Auditorio Nacional presentaba un aspecto descorazonador, con casi dos tercios de las butacas vac¨ªas. El talento de Grosvenor no lo merec¨ªa.
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