La maldici¨®n de Christopher Robin
Acaba de estrenarse una pel¨ªcula que, bas¨¢ndose en el hijo al que A. A. Milne arruin¨® la vida por culpa de 'Winnie The Pooh', esquiva hablar de tan peliagudo asunto
Para el espectador de Christopher Robin, la pel¨ªcula de Marc Forster, el tipo que dirigi¨® Monster's Ball y Guerra Mundial Z y la formidable, y mucho m¨¢s en la l¨ªnea de ¨¦sta, Descubriendo Nunca Jam¨¢s, el propio Christopher Robin no es m¨¢s que un adulto aburrido sin tiempo libre al que su mujer y su hija reprochan que nunca est¨¦ con ellas porque siempre tiene que trabajar. El tal Christopher, un Ewan McGregor extra?amente inquietante en su papel de grown up capaz de hablar con peluches, trabaja para una empresa de maletas en horas bajas y tiene un jefe rico, est¨²pido y despiadado que le obliga a trabajar en fin de semana. Y esa es la ¨²nica y rid¨ªcula tragedia de la historia, trat¨¢ndose, como se trata, de Christopher Robin Milne, el ¨²nico hijo de Alan Alexander Milne, A. A. Milne, el creador de Winnie The Pooh. El hijo al que Milne arruin¨® la vida.
Foster decide, en un intento de convertirse en una extensi¨®n del propio Milne, y, por lo tanto, del tormento de Christopher Robin, que va a utilizar su personaje, el personaje del ni?o que jugaba con sus peluches parlanchines (Winnie The Pooh, Tigger, Piglet, ?gor), para dar, esta vez, una lecci¨®n a los adultos (s¨ª, es esa clase de pel¨ªcula, la clase de pel¨ªcula que te dice: ¡°Pase m¨¢s tiempo con sus hijos, vuelva a ser ni?o, el mundo puede ser un lugar maravilloso¡±), esquivando la verdadera tragedia de Robin: la de ser hijo de un escritor que ha decidido usarte como material narrativo. ¡°No me gustar¨ªa que llegase un momento en el que Christopher Robin desease que su nombre fuese Charles Robert, o cualquier otro que no fuese Christopher Robin¡±, dijo en una ocasi¨®n Milne Padre, consciente del imparable ¨¦xito de sus libros, y de la clase de condena que un ¨¦xito as¨ª pod¨ªa imponer.
En su caso, le impidi¨® escribir otra cosa que no fuesen libros infantiles. Milne Padre hubiera querido ser Raymond Chandler. Pero ya no pudo ser m¨¢s que el creador de Winnie The Pooh. Y Winnie The Pooh no era, en realidad, nada que hubiese creado. Era el osito de peluche de su hijo, que ni siquiera se llamaba Winnie, sino Edward. Winnie se llamaba el oso que hab¨ªa entonces en el zoo de Londres. En cualquier caso, Edward era un osito enorme, que tend¨ªa a perder los ojos con facilidad, y que hoy puede visitarse, junto al resto de los peluches del ni?o Christopher, en la Biblioteca P¨²blica de Nueva York. S¨ª, el adulto Christopher los don¨®, harto de encontr¨¢rselos por casa y no poder evitar darle vueltas a lo mucho que hab¨ªa odiado a su padre cada vez que los ve¨ªa, y a lo mucho que segu¨ªa odi¨¢ndolo por lo que hizo: convertirlo en personaje.
Christopher Robin tuvo incluso que aprender a boxear para defenderse de sus compa?eros de instituto. Porque no, no est¨¢ nada bien ser el protagonista de una historia en la que hablas con tus mu?ecos de peluche cuando tienes diecis¨¦is a?os y eres un chaval real que tiene que ir a un instituto y luego tiene que ir a otro porque en el primero se ha convertido en una especie de chiste. Robin lleg¨® a alistarse en el ej¨¦rcito ¨C y solo entr¨® porque su padre hizo una llamada: no pas¨® el examen ¨C y a la vuelta se cas¨® con su prima ¨C cosa que le llev¨® a no volver a hablar con su madre ¨C y mont¨® una librer¨ªa en Darmouth, por la que, a diario, se dejaban caer fans de Winnie The Pooh decididos a salir de all¨ª con un aut¨®grafo del personaje en cuesti¨®n. El Christopher Robin de Marc Foster es, pues, la punta de un iceberg con aspecto de pesadilla no querida, pues a buen seguro Milne Padre habr¨ªa vuelto atr¨¢s en el tiempo de haber podido para borrar el nombre de su hijo de sus historias, pero no pudo, y la vida del resentido chico se ha convertido en una entrada del Manual del Buen Padre Escritor (o la Buena Madre Escritora): hagas lo que hagas, mant¨¦n a tus hijos al margen, por si el ¨¦xito viene a buscarte.
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