50 a?os de Jethro Tull, una voz que se agota (y es literal)
Ian Anderson celebra un aniversario admirable con grandes canciones, pero una garganta muy mermada
Es dif¨ªcil no sentir nostalgia ante una banda como Jethro Tull, capaz de entregar del tir¨®n 11 ¨¢lbumes en su primera d¨¦cada de existencia (de 1968 a 1978) que solo podemos considerar, con la perspectiva del tiempo, entre notables y excepcionales. Puede que el primer nost¨¢lgico sea el propio Ian Anderson, al que a partir de Stormwatch (1979) se le agot¨® fulminantemente, sospechamos que para siempre, la gasolina creativa. Y que en los ¨²ltimos a?os ha ido perdiendo voz y tesitura de manera a ratos angustiosa, sobre todo cuando se enfrenta a las frases agudas de su magna obra Thick as a brick (1972) y lo que acierta a emitir su garganta es un balbuceo entrecortado, ag¨®nico y dif¨ªcil de reconocer.?
Celebraba Anderson este s¨¢bado en Madrid el quincuag¨¦simo aniversario de su fabulosa criatura, que es cifra mareante, y en el Palacio Municipal de Congresos se hab¨ªa agotado hasta la ¨²ltima entrada muchas semanas atr¨¢s, porque las vacas sagradas bien merecen veneraci¨®n y nunca est¨¢ claro si habr¨¢ muchas m¨¢s ocasiones de honrarlas. El cantante y flautista escoc¨¦s saca pecho con un espect¨¢culo rico en dedicatorias y material de archivo, pero sobre todo fascinante en un repertorio no siempre sujeto a la tiran¨ªa de los grandes ¨¦xitos. Sobre todo por su arranque, que aporta hasta cinco piezas de aquel disco de debut, This Was (1968), entonces mucho m¨¢s cerca del blues que de los posteriores y emblem¨¢ticos delirios progresivos. Junto a la fabulosa psicodelia de A Song For Jeffrey, Ian recupera incluso una absoluta rareza, Love Song, descarte por el que cualquiera habr¨ªa vendido su alma a Lucifer.
Estos 50 a?os le han dado a Anderson para mucho; sobre todo, para que un jefe de filas de personalidad seguramente tan extenuante como la suya haya contabilizado hasta ?36! compa?eros de banda. Ninguno de sus cuatro compinches actuales aporta pedigr¨ª, pero s¨ª solvencia; la misma que ¨¦l evidencia con su sempiterna flauta travesera, adem¨¢s de con la arm¨®nica y la guitarra ac¨²stica, que desenfunda para la en su d¨ªa controvertida My God (de su otro disco ineludible, Aqualung, 1971). ¡°La censuraron en su d¨ªa en Estados Unidos, pero fue porque no leyeron la letra adecuadamente¡±, adujo con sorna. Desaprovech¨® la ocasi¨®n de anotar que Aqualung, en su integridad, estuvo proscrito en Espa?a hasta 1976, una vez hab¨ªa fallecido ya el todav¨ªa morador de nuestro Valle m¨¢s funesto.
La excelencia del repertorio colisiona con sus limitaciones, paliadas tras el descanso mediante toda clase de triqui?uelas
El protagonista absoluto de este medio siglo de historia hoy suma 71 a?os y conserva el curios¨ªsimo sonido con percusi¨®n bucal de su flauta o esa estampa ic¨®nica de la pierna izquierda flexionada en el aire mientras toca el instrumento. Pero la excelencia del repertorio colisiona con sus limitaciones, paliadas tras el descanso mediante toda clase de triqui?uelas: un instrumental irrelevante (Pastime With Good Company), una pieza que asumen entre teclista y bajista (David Goodier) sin que Ian meta baza (Ring Out, Solstice Bells) y un mano a mano para Farm On The Freeway con el propio Goodier, hombre de voz aflautada, y mira que no busc¨¢bamos el chiste, que malamente encaja con el esp¨ªritu de los Tull. Para colmo, hay incluso sendos d¨²os virtuales con la pantalla gigante, en Heavy Horses y Aqualung, tal que si asisti¨¦ramos a un musical.
Quedan los chispazos, sin duda. Y m¨¢s a¨²n con ese nuevo guitarrista, el alem¨¢n Florian Opahle, que hunde pie y medio en el rock duro. Por eso result¨® tan emotivo el final, con Aqualung y el ¨²nico bis, Locomotive Breath, acompa?ado por una proyecci¨®n de v¨ªas f¨¦rreas a toda pastilla que recuerda much¨ªsimo a la que utilizaban Supertramp para Rudy. Pero eran m¨¢s las caras de complicidad o de resignaci¨®n a la salida que las de euforia por lo vivido. Podemos sentir nostalgia de un repertorio ¨¦pico, mordaz, laber¨ªntico y riqu¨ªsimo. Ian Anderson, que fue quien lo concibi¨® hasta la ¨²ltima nota, debe sentir una nostalgia mucho mayor: la de los tiempos en que era capaz de ejecutarlo.
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