¡®Arde Madrid¡¯, mentiras en blanco y negro
En su af¨¢n por facturar una serie 'moderna', los autores han ca¨ªdo en errores propios de paletos
En tiempos no muy lejanos, cre¨ªamos que la hemeroteca universal de Internet ser¨ªa gloria bendita para los periodistas. Por la facilidad para confirmar datos, por acercarnos al n¨²cleo de cualquier cuesti¨®n, por colarnos en el di¨¢logo abierto sobre asuntos pol¨¦micos.
?Vaya ingenuidad! Al menos por lo que respecta al periodismo musical, el nivel ha degenerado bajo el imperio de la Red. En vez de asimilar informaci¨®n, se ha impuesto el copipega, detectable por el uso de t¨¦rminos pret¨¦ritos o argumentos sobados. Perdido el sentido de la proporci¨®n, se proclaman genialidades sin ton ni son. Sobre todo, se trastoca la dimensi¨®n temporal. Se suele ignorar que los Bee Gees fueron anteriores a los Beatles, que la primera referencia al LSD est¨¢ en un disco de 1960, que Dylan ya grababa con banda el¨¦ctrica tres a?os antes de Highway 61 revisited. Y menciono solo curiosidades tipo Trivial Pursuit.
Los anacronismos dejaron de ser pecado: se han convertido en gracietas hip. Ocurre con Arde Madrid, serie con admirable reparto que disfruto inmensamente¡ hasta que me siento abofeteado con unas referencias musicales fuera de ¨¦poca. Se supone que la acci¨®n transcurre en 1961, una ilusi¨®n que (al menos, para los musiqueros) se rompe al o¨ªrse a Antonio Gonz¨¢lez El Pesca¨ªlla con Alguien cant¨® (1969) o Smash haciendo?El garrot¨ªn (1971).
Atenci¨®n: no soy cazador obsesivo de gazapos. Considero pecado leve que, en Good Morning, Vietnam, Robin Williams presente?What a Wonderful World, dos a?os antes de que Louis Armstrong editara el tema. O que, en Regreso al futuro, Michael J. Fox haga virguer¨ªas con una guitarra Gibson ES-345 que no exist¨ªa en 1955. Arde Madrid tambi¨¦n es una comed¨ªa pero parece aspirar a cierto neorrealismo, al ser rodada en (precioso) blanco y negro.
Y no. El disparate llega a ser insultante al celebrar Ava Gardner, en su leonera de la calle Dr. Arce, una fiesta en memoria de Pap¨¢ Hemingway. Antes de que lleguen los flamencos (no falta la cabra, viva el t¨®pico racial), la animaci¨®n corre a cargo de una orquestina que desata el desenfreno tocando bugal¨², desde Bang bang (1966) a I Like It Like That (1967). Arrebatados por el (futuro) nuevo ritmo, dos oficiales uniformados se morrean. En medio de una reuni¨®n multitudinaria. En 1961.
Uno dir¨ªa que el realizador no se ha privado de nada. Invita a arist¨®cratas e influencers para hacer bulto, oportuna carnaza para los cronistas del ramo. Desfilan gitanos cool que lucen reci¨¦n salidos de una sesi¨®n fotogr¨¢fica para el pr¨®ximo Vogue. Es opci¨®n de los guionistas el reducir a Juan Domingo Per¨®n a una caricatura pero suenan todas las alarmas cuando Ana Mari, d¨ªas antes una disciplinada instructora de la Secci¨®n Femenina, suelta un speech feminista al recibir la propuesta de matrimonio del p¨ªcaro Manolo.
Todo sirve para dar masajes sentimentales, para confirmar la bondad ideol¨®gica del espectador guay. Hasta el a?adido de una grabaci¨®n de Rosal¨ªa es tratado con la reverencia digna de un mensaje divino. Advierto que se trata de la Rosal¨ªa moderna, no la madrile?a Rosal¨ªa yey¨¦ que, en buena l¨®gica, es la que deber¨ªa escucharse en una ficci¨®n situada en 1961. Prep¨¢rense para una segunda temporada en la que irrumpir¨¢ El Fary anunciando La mandanga. No nos va a ganar Netflix en chuler¨ªas.
Babelia
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