¡®Narcos: M¨¦xico¡¯: ?Pinche Netflix!
La serie es brillante y descarnada, pero abunda en los peores t¨®picos que abonan el discurso de la era Trump
Desde Colombia, el fil¨®n de Narcos ha desembocado en M¨¦xico. Las tres temporadas a las que dio lugar la era Escobar, han servido para alentar un g¨¦nero tan eficaz como h¨ªbrido, entre el culebr¨®n y la mafia, con verdadero impacto mundial bajo el amparo de Netflix. La siniestra figura simb¨®lica del capo colombiano ha creado escuela y hasta un apartado propio en la literatura y la ficci¨®n audiovisual. Pero lleg¨® la hora de desprenderse de su influjo individual ¨Caunque proyecte su sombra y su presencia tambi¨¦n en esta nueva entrega- y saltar a otro terreno.
M¨¦xico es la tierra de promisi¨®n de Narcos para nuevas tramas y entuertos. Pero el contexto encierra un riesgo enorme. Y los nuevos cap¨ªtulos de Carlo Bernard y Doug Mir¨® no dan muestra de superarlo. La complejidad del asunto les viene grande. Han tirado por el camino peor: el de los prejuicios, el arquetipo tendencioso y viciado en la estela de otras obras m¨¢s que sobrevaloradas, como El poder del perro, de Don Wislow. Esa catedral del lugar com¨²n y la literatura de saldo representa todo un disparate donde leemos incluso que monse?or ?scar Romero fue asesinado en Guatemala, no en El Salvador. ?A qui¨¦n le importa cuando lo que buscas es el estigma, no el rigor, a pesar de que aquel acto impune desatara una guerra que se cobr¨® 75.000 muertos? Con ejemplos as¨ª, Dios coja confesados incluso a los te¨®logos de la liberaci¨®n.
Apenas cayeron en esos pecados mortales cuando Narcos se desarroll¨® en Colombia. El periodo Escobar nos present¨® un panorama de guerra sin cuartel plagado de personajes con claroscuros donde a menudo se encontraban resquicios de luz. Entre la villan¨ªa y el hero¨ªsmo, cab¨ªan m¨²ltiples matices, empezando por el propio Escobar y siguiendo por aquellos estadistas a los que puso en jaque, como C¨¦sar Gaviria. No vemos hoy por ninguna parte ese esfuerzo de sano y conveniente relativismo en Narcos M¨¦xico. Los guionistas y sus creadores no han logrado superar el blanco y negro a la hora de afrontar una compleja realidad. Y la peor parte siempre cae del lado m¨¢s d¨¦bil. De Tijuana para abajo.
Como si se sintieran presos del asqueroso magma que despide la era Trump, los responsables de la serie han decidido demonizar a saco y hacer el juego a quienes desconf¨ªan de qu¨¦ se cuece al otro lado de la frontera. Abonan el terreno del rechazo y azuzan razones para la discriminaci¨®n. Pintan un pa¨ªs enfangado donde solo campan la maldad, la corrupci¨®n y el crimen organizado. Entre las opciones para esquematizar personajes mexicanos solo se muestran capaces de dibujar dos: putas y delincuentes. No salen de ah¨ª. Ni siquiera en lo que respecta al protagonista, el agente de la DEA, Kiki Camarena. Si bien la biograf¨ªa de este apunta que naci¨® en M¨¦xico, fue convenientemente reformado de sus vicios en el norte desde ni?o para ser lanzado a la tierra de sus or¨ªgenes como un cruzado del T¨ªo Sam.
En cuanto al caso de Miguel ?ngel F¨¦lix Gallardo, el esfuerzo por contar c¨®mo el rey de la marihuana en Guadalajara se reconvirti¨® en narco de otras sustancias y puente de los colombianos para introducir la coca en Estados Unidos, cabe poco que a?adir. El trabajo de Diego Luna para darle matices al personaje cae en la trampa del mejunje general: a los mexicanos solo cabe atarles en corto. Ni agua. Tampoco se molestan en aportar ese gramo de carisma que le dieron a Escobar.
Dicho esto, la serie se devora. El peligro aumenta, por tanto. Resulta adictiva y hasta convincente. Las tramas contin¨²an desgranando la naturaleza del entramado criminal con personajes que s¨®lo se rigen por las leyes del exceso y la ambici¨®n. Las espirales se disparan hasta lograr cl¨ªmax m¨¢s que atractivos, con est¨¦ticas y fuentes que mezclan al Brian de Palma de El precio del poder o al Scorsese de Uno de los nuestros con culebrones latinos y espagueti w¨¦sterns. Brillan en el reparto Luna, como Gallardo y Michael Pe?a, como Camarena, lo mismo que Jos¨¦ Mar¨ªa Yazpnik, Joaqu¨ªn Cos¨ªo o Tenoch Huerta, al encarnar a miembros del cartel de Guadalajara.
Aun as¨ª, el resultado desmerece lo que ha sido el nivel de exigencia de la serie hasta el momento. La etapa colombiana pon¨ªa parad¨®jicamente en valor el esfuerzo regenerador y pac¨ªfico que vive actualmente el pa¨ªs. La realidad plasmada, pese a la crueldad, ennoblec¨ªa a una Colombia que se las arregla hoy para salir de aquel hoyo. La serie marc¨® impronta con lenguajes arriesgados y resultados sobresalientes. En este Narcos M¨¦xico pervive la est¨¦tica, el ritmo, el continente, pero se pervierte el contenido. Tras lo que ha supuesto el invento de Netflix como producto audiovisual latino en las primeras tres entregas, es una l¨¢stima que ahora degenere.
Una tristeza que caiga en las telara?as que proporcionan un descarado caldo de cultivo para la xenofobia y el ultranacionalismo de fronteras cerradas hacia el sur. M¨¢s en comparaci¨®n a otras obras recientes, como la pel¨ªcula Barry Seal, de Doug Liman, protagonizada por Tom Cruise. Este retrato crudo, certero y cabal de los estragos del narcotr¨¢fico en Centroam¨¦rica y sus complicidades por el norte en base a la pol¨ªtica de Ronald Reagan, es el camino correcto para no caer en compadreos con el peor de los sustratos supremacistas. Todo un b¨¢lsamo reciente a mano para consolarse con el mal sabor de boca pro Trump que deja esta nueva y fallida entrega de Narcos.
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