Juan Cueto, el int¨¦rprete del progresismo
El fallecido periodista descifraba el significado de los mitos sociales del momento y los mensajes subliminales del consumo
All¨¢ por los a?os ochenta del siglo pasado, cuando la historia de Espa?a trepidaba junto a las barras de los bares de Malasa?a, escrib¨ª de Juan Cueto como puedo hacerlo ahora que ha muerto. Fue el int¨¦rprete m¨¢s ver¨ªdico de la neurosis de una generaci¨®n que dijo llamarse progresista, la que en este pa¨ªs estren¨® la modernidad. He aqu¨ª la clave: lo mejor era estar loco, pero sobre todo ser ¨ªntimo del farmac¨¦utico. Cueto descifraba el significado de los mitos sociales del momento, los mensajes subliminales del consumo, el susurro de los dioses detergentes con el bistur¨ª fr¨ªo, con el mismo que machacaba los hielos del gin tonic. Se abr¨ªa paso entre el calmante y el estimulante hacia los ¨²ltimos hilos del cerebro, que ya lindaban con su cogote cubierto con una melena que se peinaba con los dedos, y de all¨ª sacaba una respuesta r¨¢pida, imaginativa, sorprendente para todo. Lo que escrib¨ª de Juan Cueto entonces, podr¨ªa rubricarlo ahora que se ha ido a ocupar un sill¨®n preferente en la historia del periodismo. Entre toda aquella camada era el que ten¨ªa el rev¨®lver m¨¢s presto para disparar siempre que la bala fuera de plata y valiera la pena usarla, pero nunca para herir de forma ingenua, fr¨ªvola y gratuita. Pasaba una cosa rara: dec¨ªas una frase ocurrente y a partir de ella Cueto comenzaba a navegar, la sobrepasaba por la izquierda, la recreaba, la reordenaba, la romp¨ªa, le sacaba el excipiente y finalmente la despe?aba en el absurdo. Como vaquero de la modernidad era, sin duda, el m¨¢s r¨¢pido en desenfundar, con un pie en el estribo en la barra de Boccaccio, el caballo atado en la puerta relinchando por las ganas de compartir el gin tonic de la hora s¨¦ptima. Ese caballo era una moto de gran cilindrada, en cuyos plateados tubos de escape se pintaban los labios negros las punkis de rodillas en el asfalto.
Fue un intelectual fino sin ahorrarse cierto salvajismo del norte, entre la seducci¨®n y el sarcasmo, de vuelta de todos los universos. He aqu¨ª la cuesti¨®n, dijo Hamlet: no s¨¦ si suicidarme o tomarme una coca-cola. Este es para m¨ª Juan Cueto, con su bigote a lo Nietzsche, el de las antiguas carcajadas ante el esperpento espa?ol, el que todo lo vio venir el primero, el que ense?¨® a una generaci¨®n a chascar los dedos para burlarse de Kant o llamar al camarero.
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