Llamadla inspiraci¨®n
Flaubert trabajaba con ella, aunque lo ocultara por temor a parecer lo que en realidad era: un rom¨¢ntico perdido
Me acuerdo de haber le¨ªdo que, antes de lanzarse a escribir, Flaubert pasaba largas temporadas fantaseando, tumbado en la cama, sumergido en enso?aciones en las que iba tomando forma la novela que solo abordaba cuando la ten¨ªa del todo organizada. Y tambi¨¦n me acuerdo de la frase: ¡°El umbral es el lugar en el que conviene detenerse¡±, o¨ªda ayer casualmente en la penumbra de un viejo pub de Londres. Es una frase que me transporta al m¨¦todo de trabajo de Kafka, bien diferente del de Flaubert, pues, sin renunciar al gesto previo de madurar en la cama sus proyectos, m¨¢s bien tend¨ªa directamente a escribirlos, sin excesivos pre¨¢mbulos. Tal vez por esto sus personajes (Karl Rossmann, Josef K., el mismo K¡) se dedicaban tanto a demorarse, con impertinencia, en los m¨¢s diversos umbrales, incomodando a todo bicho perteneciente al mundo del sentido com¨²n.
Si Flaubert borr¨® la palabra inspiraci¨®n y se fabric¨® una sudorosa mitolog¨ªa personal del trabajo literario, Kafka, en contrapartida, devolvi¨® la inspiraci¨®n al vocabulario de los escritores, lo que puede haber facilitado que, por ejemplo, recientemente uno de ellos, Pierre Michon, al ser preguntado por su relaci¨®n con la sudorosa leyenda de Flaubert, dijera trabajar con ¡°una mitolog¨ªa de vete a saber qu¨¦, de cosas antiguas y flotantes, como la inspiraci¨®n; y punto¡±.
Para Michon, el gran Flaubert no pod¨ªa citar a ¡°la inspiraci¨®n¡±, porque esta era ¡°una coartada agotada¡± y un concepto gastado por la gran ola rompedora de los rom¨¢nticos, y por eso se fabric¨® esa falsa leyenda del esfuerzo en el parto literario. El caso es que los escritores que vinieron despu¨¦s de ¨¦l ya pudieron restaurar sin problemas la palabra ¡°inspiraci¨®n¡±, entendida como el cl¨¢sico deslumbramiento repentino que le llega a un escritor cuando est¨¢ trabajando. Y no, no creo que sea un t¨®pico que esta llegue cuando uno m¨¢s inmerso se encuentre en el trabajo, porque en realidad la inspiraci¨®n ¡ªpara Juan Benet el gesto de la voluntad m¨¢s distante de la conciencia, pero al fin y al cabo un gesto de la voluntad¡ª siempre ha estado ah¨ª y ah¨ª va a seguir, por mucho que cualquier d¨ªa de estos vayan a empezar a llamarla de otra forma.
Cr¨¦anme: dar¨¢ igual que intenten cambiarle el nombre, porque seguir¨¢ siendo la inspiraci¨®n. Despu¨¦s de todo, hasta el propio Flaubert trabajaba con ella, aunque lo ocultara por temor a parecer lo que en realidad era: un rom¨¢ntico perdido. Pero en fin. Tan verdad parece el hecho de que la inspiraci¨®n llega trabajando como que puede llegar por casualidad, por un simple traspi¨¦, por pulsar, por ejemplo, una tecla equivocada del ordenador y dejarnos de pronto admirados ante el formidable cambio de sentido de lo que escrib¨ªamos, dejarnos tan son¨¢mbulos que hasta acabemos sospechando haber ido m¨¢s all¨¢ de la voluntad m¨¢s distante de nuestra conciencia. ?No ser¨¢n esos traspi¨¦s el signo de una inteligencia nueva? Por si acaso, no olvidemos que tambi¨¦n esos inspirados errores pertenecen al mundo de una palabra ¡ªinspiraci¨®n¡ª que Flaubert, v¨ªctima de su tiempo, eludi¨® m¨¢s que in¨²tilmente.
Babelia
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