El guerrero definitivo

A finales de los ochenta, una pel¨ªcula tan influyente como Akira (1988), de Katsuhiro Otomo, y la serie televisiva Dragon Ball, creada por Akira Toriyama, prendieron la mecha de una animefilia que iba a convertirse en se?a de identidad generacional. A partir de ese momento, los mercados occidentales ya no iban a permanecer ajenos a la diversidad de formas y propuestas tanto de la historieta como de la animaci¨®n japonesas: lejos de inspirar un fen¨®meno de temporada se abrieron de forma permanente unas fronteras culturales. Como los primeros amores dejan huellas imborrables, la saga creada por Toriyama ha logrado sobrevivir hasta el presente, reformul¨¢ndose a trav¨¦s de mutaciones progresivamente ¨¦picas que han culminado en la producci¨®n de la serie Dragon Ball Super (2015-2018), que tiene su primera derivaci¨®n cinematogr¨¢fica en este Dragon Ball Super: Broly, vig¨¦simo largometraje de la saga, que, por sorprendente que resulte el dato, se ha erigido en la producci¨®n m¨¢s rentable de la veterana franquicia.

Quien no milite en el culto al universo Dragon Ball se preguntar¨¢ si la propuesta tiene inter¨¦s m¨¢s all¨¢ de las gratificaciones dise?adas a medida del fan. Con el propio Toriyama encarg¨¢ndose del guion, la pel¨ªcula incorpora alg¨²n apunte humor¨ªstico ¨Cel villano que quiere ganar altura, el modesto deseo de rejuvenecimiento de Bulma- en un conjunto dominado por la hip¨¦rbole ¨¦pica. Que nadie espere una animaci¨®n modelo Ghibli, Hosoda, Shinkai o Yonebayashi, pero el en¨¦rgico modo en que el combate final flirtea con la animaci¨®n abstracta es digno de ser celebrado.