Solo nosotros y los dinosaurios
Existe un teatro con nombre de aerol¨ªnea en Nueva York que estos d¨ªas programa una obra de Sam Shepard a la que el propio Sam Shepard no hubiera podido permitirse asistir y pone de manifiesto lo feroz y absurdo del capitalismo aplicado al mundo del arte
Descubr¨ª la semana pasada en una poco concurrida cafeter¨ªa de Nueva York en la que serv¨ªan caf¨¦s a cinco d¨®lares ¨C no se asusten, es lo que cuestan los caf¨¦s en Nueva York ¨C, no solo que algunos teatros en Estados Unidos tienen ya nombres de compa?¨ªas a¨¦reas ¨C hay al menos un American Airlines Theater ¨C, sino que esos mismos teatros programan obras de Sam Shepard (True West) protagonizadas por Ethan Hawke. Maravilloso, se dir¨¢n. No tanto, les dir¨¦, si se tiene en cuenta que la media de coste de una entrada est¨¢ en 200 d¨®lares. Es m¨¢s, que una entrada cualquiera cuesta en realidad 213 d¨®lares. Imagin¨¦ a Sam Shepard no pudiendo asistir a ninguna de sus representaciones durante buena parte de su vida. En especial, la parte de su vida que le sirvi¨® para llegar a escribir la clase de obra de teatro que casi se llev¨® el Pulitzer y que ahora protagoniza Ethan Hawke.
Sam Shepard creci¨® en una granja en California. Su familia se dedicaba a la cr¨ªa de ovejas y al cultivo de aguacates. Su padre beb¨ªa m¨¢s de la cuenta. Shepard empez¨® a escribir poes¨ªa al poco de llegar al instituto. Encontr¨® un ejemplar de Esperando a Godot en la biblioteca del instituto. Lo ley¨®. Le cambi¨® la vida. Sigui¨® escribiendo. Escribi¨® poemas sobre la ¨¦poca en que trabajaba en un rancho de caballos, poemas que no ten¨ªan t¨ªtulo, pero que recog¨ªan la mec¨¢nica aburrida del trabajo en cuesti¨®n (Limpi¨® los canarios / Dio de comer a la mula / Se qued¨® traspuesto durante ? hora / Cada ma?ana / Limpiaba los canarios / Daba de comer a la mula / Y se quedaba traspuesto durante ? hora). M¨¢s tarde los recopilar¨ªa en libros como Cr¨®nicas de motel, que se abrir¨ªan con un verso de C¨¦sar Vallejo que ten¨ªa mucho que ver con haber crecido al margen de todo aquello a lo que no tard¨® en pertenecer: ¡°Jam¨¢s tan cerca arremeti¨® lo lejos¡±.
No deja de ser curioso que los espectadores de la obra que estos d¨ªas programa el American Airlines Theater sigan estando tan lejos de aquello que permiti¨® que la obra fuese siquiera concebida. Y que aquellos que podr¨ªan concebirla est¨¦n, a su vez, tan lejos de la misma como lo estaba Shepard en su momento. Por suerte para estos ¨²ltimos, a un paseo del lugar en el que se encuentra el teatro, hay una librer¨ªa, la tambi¨¦n famosa y superviviente The Strand, en la que pueden comprarse un ejemplar de True West, la obra en cuesti¨®n, por lo mismo que cuesta un caf¨¦: cinco d¨®lares.
De haber podido pisar Nueva York en la ¨¦poca en la que vivi¨® todo aquello que luego inspir¨® su obra ¨Csu deambular con su madre y hermanos por moteles, todas las peleas en casa cuando su padre llegaba borracho, aquella noche en Rapid City, South Dakota, en que su madre le daba cubitos de hielo envueltos en servilletas para que los chupase, porque le estaban saliendo los dientes y le dol¨ªa la boca, y se detuvieron en una pradera en la que hab¨ªa un c¨ªrculo de enormes dinosaurios de yeso blanco, sobre la que m¨¢s tarde escribi¨®: ¡°No hab¨ªa nadie. Solo nosotros y los dinosaurios¡±¨C el propio Sam Shepard no habr¨ªa tenido otro remedio que caminar hasta la librer¨ªa de haber querido saber algo de aquella obra.
En uno de los cap¨ªtulos de la segunda temporada de La Maravillosa Se?ora Maisel, Midge, la protagonista, brillant¨ªsima stand-up comedian, esto es, monologuista, acude con su nuevo novio, un ilustrado doctor, a una exposici¨®n en una galer¨ªa. Acaba en una suerte de trastienda de la misma y le compra un cuadro a la chica que hay all¨ª por 25 d¨®lares. En el cuadro aparece una mujer sentada a una mesa, con la mirada ligeramente perdida. Poco despu¨¦s, Midge y su nuevo novio, acaban en un antro de artistas ¨Cque resulta ser el recomendable McSorley's, el ¨²nico lugar de Nueva York en el que pides una cerveza y te sirven dos¨C, top¨¢ndose con un renombrado pintor aparentemente chiflado que se niega a vender su obra. El doctor est¨¢, claro, entusiasmado ante la sola idea de poder presumir de haber coincidido con ¨¦l en dicho antro. Midge no quiere irse sin conocerle.
Se conocen. Intiman lo suficiente como para que cada uno le pregunte al otro algo importante. El artista quiere saber por qu¨¦ Midge compr¨® ese cuadro. Ella admite que tuvo la sensaci¨®n de que la mujer del cuadro estaba a punto de contarle un chiste que iba a encantarle. Y que cada vez que la miraba ten¨ªa esa sensaci¨®n y que le gustaba esa sensaci¨®n. Midge le estaba diciendo que ese cuadro era ella, su yo monologuista, todo su talento. ?l confiesa que cada cuadro es un pedazo de s¨ª mismo. Su consideraba obra maestra, ante la que charlan sin que en ning¨²n momento se vea, es, en realidad, toda su vida, dice. ¡°Y no quiero que acabe en la sala de estar de un doctor¡±, dice a continuaci¨®n. Porque no fue concebida para eso. Y ese parece ser su ¨²nico destino.
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