Aguas del tiempo pasado
Consultar diarios es una tarea para la que no se requiere una inteligencia singular, sino una constancia de S¨ªsifo
Cu¨¢ndo tuve en mis manos por primera vez una publicaci¨®n del siglo XIX o una revista ilustrada de 1905, con fotos de desfiles de carnaval y bailes de m¨¢scaras? ?Cu¨¢ndo vi la primera carta manuscrita por un personaje muerto hace 100 a?os? Me hice estas preguntas despu¨¦s de visitar el Archivo General de la Naci¨®n, en Argentina, acompa?ada por Emilio Perina, su director y mi amigo. Sal¨ª cargada con una bolsa de cat¨¢logos: uno sobre la biblioteca de Per¨®n, por ejemplo, que naturalmente es el primero que examino. Pero despu¨¦s de ese recorrido por las fuentes de la historia nacional no puedo evitar las preguntas del comienzo.
Mi remota tesis de licenciatura fue sobre un intelectual rom¨¢ntico, no el m¨¢s importante, sino el reflexivo amigo de los poetas y pol¨ªticos importantes, que, cuando lo permit¨ªan las guerras y los exilios del siglo XIX, se dedicaba a la historia literaria. Ya viejo y un poco m¨¢s tranquilo el pa¨ªs, mantuvo una orgullosa y pol¨¦mica distancia con la Real Academia, a la que juzgaba imbuida de pretensiones de soberan¨ªa ling¨¹¨ªstica sobre los que hab¨ªan sido los territorios coloniales de Espa?a en Am¨¦rica. Por ese tipo visit¨¦ mi primer archivo en el Congreso de la Naci¨®n, donde alguien me dijo que hab¨ªa papeles de Juan Mar¨ªa Guti¨¦rrez (tal es el nombre de mi sujeto y objeto de tesis).
En efecto, los hab¨ªa, y no tuve la asistencia de ning¨²n bibliotecario que a mi juventud ignorante le indicara c¨®mo encontrar algo en esos arcones. A?os despu¨¦s volv¨ª a esas mismas dependencias del Congreso para buscar fotos de Eva Per¨®n, que ocupaban una peque?a habitaci¨®n cercana a la del intelectual rom¨¢ntico. Encontr¨¦ todos los almanaques que se imprimieron durante el peronismo: Eva era la ¡°chica del mes¡±, para decirlo en la jerga contempor¨¢nea.
De ese barrio del Congreso pas¨¦ a la hemeroteca de la Biblioteca Nacional. Esa hemeroteca fue mi segundo archivo, el lugar donde trabaj¨¦ seriamente y durante m¨¢s tiempo. Tambi¨¦n buscaba fotos de Eva Per¨®n (ustedes saben que muchos argentinos padecemos una fijaci¨®n obsesiva con los a?os 1940 y 1950). En esa hemeroteca, por cuyas ventanas se ve la estatua de Juan Pablo II, un regalo impuesto por la comunidad polaca, transcurrieron d¨ªas, meses y a?os de mi vida. Cuando alg¨²n bibliotecario se cansaba de mis constantes pedidos, a veces me dec¨ªa: ¡°Sarlo, el Papa la est¨¢ mirando¡±.
Quiero aclarar a los lectores j¨®venes, si por casualidad leen estas l¨ªneas, que en las d¨¦cadas de 1980 y 1990 no hab¨ªa fotocopiadoras port¨¢tiles ni esc¨¢neres. Algunos investigadores acostumbraban a leer en voz alta las notas de los viejos peri¨®dicos ante un grabador, pero tal actividad molestaba a quienes compart¨ªan una mesa con quien se atrev¨ªa al doble trabajo de llevarse grabadas las noticias de los diarios, para despu¨¦s copiarlas al llegar a casa. Yo no lo hice. Tampoco hab¨ªa c¨¢maras fotogr¨¢ficas digitales y, de haberlas tenido, seguramente nos las hubieran requisado. Por esta raz¨®n, en la hemeroteca no sorprende encontrar diarios desgarrados en la noticia del d¨ªa, o revistas con alguna p¨¢gina faltante (que hoy puede quiz¨¢ conseguirse en un sitio de comercio online: compr¨¦ unas magn¨ªficas con fotos de Zully Moreno, una especie de Sophia Loren argentina que brill¨® en los a?os cuarenta).
Consultar diarios es una tarea para la que no se requiere una inteligencia singular, sino una constancia de S¨ªsifo. Cuando se cree que se ha llegado a la cima de la monta?a, aparecen los tomos del a?o siguiente y todo recomienza. Los diarios son interminables porque se empieza por buscar solo un peque?o tema que, ingenuamente, se cree limitable y, sin darnos cuenta, de pronto, como si se tratara de un naufragio, corren hacia nosotros las aguas del tiempo pasado. Y, como si fueran provisiones de supervivencia en un naufragio, todo parece que puede servirnos. Los m¨¢s experimentados sabemos que nunca se usar¨¢ ese material completo, pero el deseo de tenerlo (como si fuera dinero atesorado por un avaro) vence a la experiencia.
A otro mundo me llevaron mis expediciones por los archivos de escritores que hay en Harvard y Princeton. Buscaba las cartas escritas o recibidas por Victoria Ocampo, la m¨¢s distinguida intelectual argentina del siglo XX. Bibliotecarios de expresi¨®n severa me entregaban las carpetas y, a partir de ese momento, yo ten¨ªa la sensaci¨®n de que no me sacaban los ojos de encima. No miento si les digo que en Princeton, cuando empec¨¦ a separar las cartas que me interesaban, uno de esos custodios se par¨® a un metro del lugar que yo ocupaba como si creyera posible que yo tomara unas cuantas y escapara corriendo por el campus.
Todas las hojas estaban perfectamente conservadas e indexadas. Entre ellas encontr¨¦ el tesoro de los dibujos originales de Vera Stravinski para Pers¨¦phone, el melodrama musical de ?gor. Los archivos de Princeton y Harvard fueron mi traves¨ªa de lujo por el arte y la t¨¦cnica de la conservaci¨®n de papeles. Sin embargo, acostumbrada a las dificultades, me sent¨ªa como una primitiva a quien la benevolencia de los se?ores le permit¨ªa sentarse all¨ª.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.