Don McCullin, el hombre que ha visto demasiado
Durante d¨¦cadas sus fotograf¨ªas b¨¦licas agitaron la conciencia de los lectores de la prensa brit¨¢nica. Una gran retrospectiva recorre su obra
En los paisajes de Don McCullin (Londres, 1935) no hay nada de buc¨®lico. Son oscuros e invernales. Wagnerianos, como el propio autor los describe. En ellos parece resonar el dolor de todas las guerras y revoluciones que durante d¨¦cadas presenci¨® su autor. Cuando en sus paseos oye una motosierra siente morir un ¨¢rbol; cuando distingue los tiros de una cacer¨ªa de fais¨¢n cree que va a haber sangre en alg¨²n lugar. Es parte del alto precio que paga uno de los m¨¢s grandes fot¨®grafos de la segunda mitad del siglo XX por haber retratado la barbarie. Un d¨ªa decidi¨® buscar la paz en los campos de Somerset, Inglaterra, donde poco a poco intenta exorcizar los m¨¢s atroces recuerdos y la culpa que a veces le acompa?a.
¡°No soy ni un poeta ni un artista. Soy un fot¨®grafo¡±, afirma McCullin. Algo que parece no tener tan claro una instituci¨®n art¨ªstica como la Tate Britain, que le dedica una gran retrospectiva. ¡°Es manifiesto a trav¨¦s de toda su trayectoria que siempre hizo cosas que uno no considerar¨ªa fotoperiodismo¡±, declaraba Simon Baker, uno de los tres comisarios de la exposici¨®n a The Art Newspaper. As¨ª, a trav¨¦s de m¨¢s de 250 im¨¢genes, todas ellas impresas por el fot¨®grafo en su cuarto oscuro, la muestra nos adentra en el horror de los escenarios b¨¦licos de Chipre, Vietnam, Congo, Banglad¨¦s, Camboya y L¨ªbano; en el hambre de Biafra; en los conflictos de Irlanda del Norte; y nos acerca a los desheredados de la Inglaterra de Thatcher, para acabar con una selecci¨®n de im¨¢genes desprovistas de la figura humana, donde se incluyen paisajes brit¨¢nicos y naturalezas muertas, as¨ª como una serie dedicada a las majestuosas ruinas de los confines del Imperio romano.
La obra realizada en tiempos de paz comparte la misma grandiosidad est¨¦tica que caracteriza a sus fotograf¨ªas de guerra, y trae a colaci¨®n el dilema ¨¦tico que implica producir belleza de la tragedia. As¨ª, el autor brit¨¢nico siempre se ha mostrado renuente al apelativo de fot¨®grafo de guerra, ya que podr¨ªa sugerir que su nombre descansa en el sufrimiento de otros. Prefiere ser reconocido como un fot¨®grafo que ha pasado gran parte de su vida en distintos conflictos b¨¦licos. Cree que el precio de la guerra es inaceptable y dice nunca haberse sentido satisfecho con el impacto de sus im¨¢genes, al no haber servido para poner fin a la violencia y al sufrimiento que describen. Su capacidad de acercarse emocionalmente a sus sujetos, as¨ª como el alcance de su empat¨ªa, definen su obra. ?l mismo se refiere a sus herramientas fotogr¨¢ficas como su coraz¨®n y su esp¨ªritu. ¡°No opero como un fot¨®grafo sino como un ser humano. Intento equilibrar lo que hago no como fot¨®grafo sino como persona, como un hombre, y la fotograf¨ªa no tiene nada que ver con ello. Es simplemente algo que he aprendido, una forma de comunicaci¨®n¡±, afirma McCullin.
Harold Evans, exdirector de The Sunday Times, donde McCullin desarroll¨® la mayor parte de su trayectoria, recordaba en el documental titulado?McCullin (realizado por Jacqui y David Morris) c¨®mo en cierta ocasi¨®n, invitado a una ejecuci¨®n en Saig¨®n, lleg¨® a la prisi¨®n y decidi¨® regresar sin una sola imagen siguiendo a sus impulsos humanitarios. ¡°El canon de su fotograf¨ªa es deslegitimar la violencia. Decir: estas son las consecuencias de vuestras terribles decisiones, de vuestra avaricia, de vuestra negligencia. Mirar esto y pensar de nuevo. Es un fot¨®grafo humanitario con una tremenda destreza t¨¦cnica. Un genio, en mi opini¨®n¡±. De hecho, ¡°su capacidad para captar el verdadero y devastador coste de la guerra, la pobreza y el hambre, tanto en casa como en el extranjero, resulta asombrosa y ciertamente sirvi¨® para agitar las mesas donde desayunaban los lectores de clase media del The Sunday Times y Observer¡±, apunta A?cha Mehrez, comisaria de la exposici¨®n. Su verdad result¨® tan inc¨®moda que en 1982 el gobierno brit¨¢nico le deneg¨® el permiso para cubrir el conflicto de las islas Malvinas. Y en 1984 abandon¨® The Sunday Times, ya en manos de Rupert Murdoch, tras sus diferencias con el entonces director, Andrew Neil (el fot¨®grafo consideraba que exist¨ªa una falta de seriedad en cuestiones de cobertura internacional y social). ¡°La prensa se ha alejado demasiado de las noticias urgentes¡±, destacaba McCullin hace unos d¨ªas en entrevista con The Art Newspaper. ¡°Estoy harto de la presencia de Jamie Olivier, de los Beckams, de Gordon Ramsay, de los futbolistas, y de las atractivas estrellas de cine en los peri¨®dicos. Es puro narcisismo. Y no da voz a los m¨¢s desafortunados. Necesitamos un equilibrio que no estamos alcanzando¡±.
Su infancia y juventud transcurri¨® en Finsburry Park. Durante la Segunda Guerra Mundial tuvo que ser evacuado y durante a?os vivi¨® separado de su familia. Quiso ser pintor y consigui¨® una beca para estudiar arte, pero la prematura muerte de sus padre le forz¨® a abandonar sus estudios. Mientras realizaba su servicio militar en la RAF un amigo le regal¨® su primera c¨¢mara, una Rolleicord. Su bautismo como fot¨®grafo de prensa ocurri¨® en Observer, con The Guv?nors, donde fotografi¨® a los miembros de una banda de su barrio indirectamente implicada en el asesinato de un polic¨ªa. Su intuitivo estilo fotogr¨¢fico atrajo de inmediato la atenci¨®n. Fue la intuici¨®n quien de nuevo le indujo a documentar el levantamiento del muro de Berl¨ªn por su cuenta, lo que le vali¨® su primer premio, el Premio de la Prensa Brit¨¢nica. Su primera guerra fue en Chipre. Fue all¨ª donde aprendi¨® que los peque?os detalles a veces cuentan mucho m¨¢s de una historia que las cosas m¨¢s obvias. Tambi¨¦n la ¡°primera vez que me sent¨ª culpable de tomar fotograf¨ªas mientras todos corr¨ªan a cubrirse. Corr¨ª y agarr¨¦ a uno de los ni?os que sal¨ªan del edificio¡±, escribe. ¡°Estaba aprendiendo una nueva profesi¨®n acerca de la humanidad y el sufrimiento¡±.
De ¨¦l dijo Henri Cartier-Bresson, que hac¨ªa con la fotograf¨ªa lo que Goya hizo con la pintura, y el editor Mark Holborn ha querido ver en su compasi¨®n una ira dirigida a nuestra indiferencia. En la exposici¨®n se muestran sus fotograf¨ªas m¨¢s ic¨®nicas como Grenade Thrower,?O?Shell-shocked US Marine, tomada en la batalla de Hue, Vietnam, el retrato de un marine petrificado frente al horror, al que dispar¨® cinco veces seguidas con su c¨¢mara sin que el soldado tan siquiera pesta?ease una sola vez. ¡°Enseguida aprendi¨® a mostrar con claridad y fuerza que los horrores de la guerra no est¨¢n limitados a los que luchan, sino al impacto en las vidas de los civiles ¡°, escribe la comisaria Shoair Mavlian en el catalogo de la muestra. ¡°Podr¨ªa decirse, que es en estas im¨¢genes, donde se representa de forma m¨¢s eficaz los? efectos a largo plazo de la guerra: no solo el dolor inmediato y la miseria, sino la transmisi¨®n del odio racial y religioso de una generaci¨®n a otra¡±.
Nunca ha dejado de observar a su propio pueblo, Gran Breta?a, del que admira especialmente "su excentricidad y su capacidad de re¨ªrse de s¨ª mismo incluso en la derrota". Una de las pocas im¨¢genes que considera como favorita, y que describe como ¡°un claro ejemplo de intrusi¨®n¡±, es con seguridad una de las m¨¢s placentera de la muestra, y es aquella en la que aparece un grupo de ingleses aprovechando los escasos rayos de sol en un muelle. ¡°Ad¨¦ntrate en la comunidad en la que vives¡°, recomienda a quienes dicen querer ser fot¨®grafos de guerra. ¡°All¨ª hay una guerra, no tienes que ir a la otra parte del mundo donde hay bombas y proyectiles. Existen guerras sociales que merecen la pena. No quiero llevar a la gente a pensar que la fotograf¨ªa es solo necesaria a trav¨¦s de la tragedia de la guerra¡±.
La serie Southern Fronteirs of the Roman Empire, para cuya realizaci¨®n viaj¨® a L¨ªbano, Siria, Jordania, Marruecos, Algeria, T¨²nez y Libia, cierra la muestra incidiendo en el hecho de que estas maravillosas obras fueron erigidas ¡°a trav¨¦s de la crueldad y la esclavitud. Tras observarlas, uno se aleja con sentimientos contradictorios, y son todos v¨¢lidos¡±, nos dice el fot¨®grafo.
McCullin. Tate Britain, Londres. Hasta el 6 de mayo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.