Himnos triunfales
Es tranquilizador que Espa?a no tenga letra ni canto patri¨®tico: rebaj¨® el espect¨¢culo de banderas del domingo pasado
Dentro de todo es una tranquilidad que el himno nacional espa?ol carezca de letra. Un himno sin letra no puede cantarse, y esa carencia reduce mucho las posibilidades de emoci¨®n colectiva, el fervor de la comunidad exagerado ac¨²sticamente por la comuni¨®n de las voces, por no hablar del efecto euforizante y ya casi heroico de la ronquera. Los aficionados a la m¨²sica conocemos bien su capacidad incomparable de sugesti¨®n emocional. Cualquiera que participe en un coro de aficionados puede atestiguar el poder¨ªo de la sensaci¨®n de sumar la propia voz al canto colectivo, de sentirse al mismo tiempo disuelto y exaltado en la gran sonoridad com¨²n. El coro puede salvaguardar algo de presencia individual en el pluralismo de la polifon¨ªa. El canto de un himno tiende a la unanimidad: es la manifestaci¨®n puramente f¨ªsica de lo compacto del grupo, la met¨¢fora sonora de la patria que se afirma cerr¨¢ndose sobre s¨ª misma y eliminando toda discordancia, en el sentido musical y pol¨ªtico de la palabra, que se parecen bastante. En Indonesia, en 1965, y luego en Ruanda, en 1994, la pr¨¢ctica del genocidio estuvo acompa?ada y animada muchas veces por grupos musicales. La voz cantante era la voz del verdugo.
Todos los himnos nacionales son temibles, y no solo porque tengan letras amenazadoras y vulgares y m¨²sicas de tachunda municipal. El m¨¢s bello musicalmente de todos es tambi¨¦n el que puso banda sonora a la m¨¢xima bestialidad: que el himno nacional alem¨¢n hasta 1945 procediera del adagio de un cuarteto de Haydn no apacigu¨® en nada la sa?a de los nazis que lo cantaban y lo escuchaban con la expresi¨®n reverencial con que se escucha una obra de m¨²sica religiosa en la iglesia.
Este domingo pasado yo cruzaba el centro de Madrid camino de una exposici¨®n y me tranquilizaba mucho que el espect¨¢culo de las banderas espa?olas desplegadas no estuviera acompa?ado por los cantos de este himno nacional cuya falta de letra confirma el aire de desgana que se desprende de su m¨²sica. Cantar a voz en grito y agitar la bandera une tanto a los patriotas como agruparse tribalmente contra el enemigo. Espa?a, un pa¨ªs que tanto los ha sufrido y los sufre, en sus diversas variedades, quiz¨¢ tiene en el fondo un recelo o un escepticismo hacia esos fervores, porque nuestros himnos nunca parece que lleguen a cuajar. Cuenta Josep Pla en sus cr¨®nicas del advenimiento de la Segunda Rep¨²blica que la gente que celebraba en la calle la ca¨ªda de la monarqu¨ªa no sab¨ªa qu¨¦ himno cantar. Algunos acud¨ªan con m¨¢s entusiasmo que conocimiento a La Marsellesa, pero, como no se sab¨ªan la letra, ten¨ªan que tararearla. Pero el entusiasmo de un himno tarareado se disgrega muy pronto, al faltarle la rotundidad de las palabras. El himno de Riego acab¨® imponi¨¦ndose en 1931 de una manera tan improvisada como la bandera tricolor. Es un himno m¨¢s de bullanga amotinada o verbenera que de solemnidad patri¨®tica. A Manuel Aza?a, tan celoso de la dignidad formal de la Rep¨²blica, no le gustaba nada. Y adem¨¢s, tampoco ten¨ªa letra. La gente lo cantaba en Madrid con estrofas de irreverencia anticlerical y antimon¨¢rquica que algunas personas mayores segu¨ªan repitiendo en voz baja cuando yo era ni?o: ¡°Le dice el rey a la reina?/ que no tenemos corona?/ pero tenemos unos cuernos?/ que llegan a Barcelona¡±.
Con ese nivel de elocuencia no se llega muy lejos. El himno de Riego era alegre y vulgar como una charanga, y a muchos nos emocionaba escucharlo, despu¨¦s de la media noche, con la radio en voz baja y las puertas cerradas, en las emisiones clandestinas de La Pirenaica, en las que sonaba a la vez como el recuerdo de la Rep¨²blica perdida y el anuncio de su regreso siempre aplazado. A los ni?os, en las escuelas, nos ense?aban el Cara al sol y el Monta?as nevadas, pero nadie entend¨ªa la ret¨®rica de aquellas letras ni se emocionaba con aquellas m¨²sicas que solo produc¨ªan aburrimiento. El ¨²nico fervor de canto colectivo que yo recuerdo es el que se difundi¨® en nuestra clase cuando empezamos a salir en fila del colegio cantando a gritos, nunca supe por qu¨¦, ¡°Ay que llueve, que llueve, que ya est¨¢ lloviendo¡±, de Manolo Escobar. Entonces s¨ª que brace¨¢bamos, acompasando las pisadas, subrayando el ritmo con alegres pisotones en¨¦rgicos. M¨¢s saludable ser¨¢ cantar coplas de Manolo Escobar que repetir las conmovidas incitaciones al deg¨¹ello de La Marsellesa o de Els segadors, por poner dos ejemplos.
Cantar a voz en grito y agitar la bandera une tanto a los patriotas como agruparse tribalmente contra el enemigo
Lo malo del patriotismo cerril es que, en vez de provocar reacciones de sensatez y templanza, despierta cerrilismos sim¨¦tricos. El uso de la bandera como capa de superh¨¦roes, que han perfeccionado tanto los hooligans del f¨²tbol y los del independentismo catal¨¢n, lo imitan con bastante solvencia ahora los m¨¢s j¨®venes entre los devotos de la patria espa?ola. Observ¨¦ el domingo que la edad dificulta el mimetismo: las personas m¨¢s entradas en a?os, cuando llevaban la bandera a la espalda y ce?ida al cuello, parec¨ªa m¨¢s bien que se hubieran puesto una capa eclesi¨¢stica, o incluso una toquilla, muy ¨²til por lo dem¨¢s en la ma?ana de invierno.
Desde la calle de Goya, en la amplitud caraque?a de la plaza de Col¨®n, en las lejan¨ªas de la calle de G¨¦nova, se apreciaba un mar rojo y amarillo de banderas, pero el clamor sonoro no estaba a la altura de la vehemencia visual, que volv¨ªa irresistible el recurso al a?orado adjetivo ¡°rojigualda¡±. Quiz¨¢ por eso hab¨ªa algo como desangelado en todo aquello, un ¨¦xtasis que no acababa de cuajar, un gent¨ªo que no fraguaba en multitud, y eso que un vientecillo oportuno manten¨ªa ondeantes las banderas. En un momento dado, justo cuando cruzaba la calle de Serrano hacia el Museo Arqueol¨®gico, fui consciente de ser la ¨²nica persona que caminaba en direcci¨®n contraria y que no esgrim¨ªa una bandera. Alguien dijo muy alto, cerca de m¨ª, con una de esas roncas voces masculinas que parecen moduladas para el canto patri¨®tico y las transmisiones de partidos de f¨²tbol: ¡°Qu¨¦ asco se ve que les da a algunos la bandera de Espa?a¡±. Prefer¨ª no mirar y no darme por aludido. Me habr¨ªa sentido m¨¢s solo, y hasta m¨¢s vulnerable, si esa voz individual hubiera sido colectiva y adem¨¢s se hubiera manifestado cantando los versos batalladores de alg¨²n himno.
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