Un hombre entero hablando
La noche de Coria parec¨ªa la habitaci¨®n de su esp¨ªritu, salvaje, radical, po¨¦tico, rabiosamente Rafael S¨¢nchez Ferlosio
Un hombre hosco, la ternura de los hoscos. Un hombre entero en silencio. Hablando con sus ojos desorbitados. Y ahora otra vez en paz, el bast¨®n es el epicentro de su energ¨ªa, y de su mirada. Fijo en un punto, taladra el hielo y los ladrillos, la piedra visible de la casa caliente. El pelo revuelto, los pijamas. El paso veloz, desordenado, para un hombre de aquella edad, ferragosto, 1990 en Coria. Est¨¢ a punto de estallar la guerra de Irak del padre de Bush.
El d¨ªa va acumulando calor en su cuerpo abrigado. Demetria es, una y otra vez, la referencia, refresco de seguridad para el atleta que piensa. Demetria. Su nombre es ben¨¦fico. En alg¨²n momento ella prepara una excursi¨®n al r¨ªo. El camino hurta las sombras, hasta que se divisa el agua. No es dif¨ªcil juntar la literatura, el Jarama ¡ªpero cualquiera dice el Jarama¡¡ª y esa orilla aireada de Coria.
El escritor hace tiempo e incluso gestos para que el fot¨®grafo, Miguel Novack, lo retrate haciendo que su bast¨®n parezca un fusil de madera. Lo ves y sabes que su punter¨ªa no s¨®lo es sint¨¢ctica. Tira, pero no sale metralla, al contrario que en la escritura. En aquel calor de Coria no hay ni p¨¢jaros, ni aire para los p¨¢jaros.
La tarde avanza, se retraen las sombras. Va almacenando su voz y sus ideas. Se le oye pensar, es un murmullo. T¨² le miras. M¨¢s tarde hablamos, dice. Y as¨ª m¨¢s tarde y m¨¢s tarde y m¨¢s tarde. Lleg¨® el anochecer. Las mesas y la casa, los recortes, los peri¨®dicos, los libros, las gram¨¢ticas. El orden, el desorden. ?l se estaba preparando para hablar de la guerra. De aquella, de todas.
La casa vieja estaba ya m¨¢s fresca, la cena, las palabras dom¨¦sticas, de nuevo el don apacible de Demetria, los nombres propios de los numerosos amigos. Un eco redondo de nombres propios. El cansancio superado por la necesidad de contar en qu¨¦ momento exacto se encontraba la estupidez del mundo, su ruido.
Pas¨® la medianoche. Entonces ya s¨®lo estaba resguardado por la ropa blanca, su cuerpo a la intemperie declar¨¢ndose en silencio. Y de pronto fue un hombre entero hablando, casi desnudo tambi¨¦n su lenguaje. Su mente ordenando palabras precisas. Como Beckett dictando, el periodista empe?ado por el compromiso de anotar exactamente la tenacidad intachable de sus verbos, de los sustantivos. Ideas que parec¨ªa haber cincelado con el arma que m¨¢s sobresal¨ªa: la inteligencia.
Cuando termin¨® de responder las preguntas volvi¨® al silencio. Palabra a palabra hab¨ªa sido un hombre entero hablando. La noche de Coria parec¨ªa la habitaci¨®n de su esp¨ªritu, salvaje, radical, po¨¦tico, rabiosamente Rafael S¨¢nchez Ferlosio.
Ninguna palabra de las que dijo se quedar¨ªan durmiendo. As¨ª fueron sus ¨²ltimas respuestas:
¡ª?Qu¨¦ le irrita de los espa?oles?
¡ªEs que me irritan lo mismo los italianos o los franceses o los alemanes. E incluso los ¨¢rabes.
¡ª?Cu¨¢l es el objeto de su rechazo?
¡ªLa cultura de la victoria.
Entonces empez¨® a dar vueltas por aquel cuarto de abajo y mir¨® al periodista como si m¨¢s all¨¢ de los cuerpos hubiera otra idea que esa noche dormir¨ªa hasta convertirse, vete a saber cu¨¢ndo, en una palabra escrita con cincel en la frente fresca de su pensamiento.
Babelia
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