Postrimer¨ªas y novedades
Las viudas derechohabientes en la literatura se erigen en cancerberos del templo sagrado ante cuyas puertas se estrellar¨¢n todos los que no sean de su agrado
1. Viudedades
Hace alg¨²n tiempo, The Times Literary Supplement lanzaba la muy pertinente idea de crear un galard¨®n que sirviera para premiar al autor/a m¨¢s p¨®stumamente prol¨ªfico y reconocer de modo oblicuo el esfuerzo realizado por quienes, tras la muerte del creador/a, prolongaron su vida y su influencia literaria incluso m¨¢s all¨¢ del deseo de los propios finados. Kafka, cuya obra ocupar¨ªa poco m¨¢s de un tomito en r¨²stica si no hubiera sido por su fel¨®n albacea Max Brod, es el mejor ejemplo: por eso sugiero a los mu?idores de la idea que el premio lleve el nombre del autor de La metamorfosis o, como suele titularse ahora de forma m¨¢s filol¨®gicamente correcta, pero m¨¢s sentimentalmente distante, La transformaci¨®n.
M¨¢s all¨¢ de su muerte, la obra ¡°rescatada¡± de los escritores prolonga un negocio que a menudo estuvo lejos de sustanciarse en su vida. Hemingway, Carver o Bukowski son algunos de los m¨¢s p¨®stumamente engordados. Por cierto que los numerosos fans hisp¨¢nicos de los dos ¨²ltimos estar¨¢n dando saltos de alegr¨ªa: Anagrama acaba de publicar del primero Todos nosotros, un volumen que re¨²ne la poes¨ªa completa del cuentista de Oreg¨®n en biling¨¹e y en una traducci¨®n que quiz¨¢s hubiera merecido un repaso; y del segundo, Las campanas no doblan por nadie, una recopilaci¨®n de relatos y textos dispersos que, salvo por alguna excepci¨®n, podr¨ªa subtitularse ¡°M¨¢s de lo mismo¡±.
?Y qu¨¦ decir, entre nosotros, de Roberto Bola?o! Tras su muerte (2003) y ascensi¨®n ol¨ªmpica en la anglosfera (la Wikipedia inglesa se porta mejor con ¨¦l que con Cort¨¢zar), el grand¨ªsimo narrador chileno ha experimentado tambi¨¦n el beneficio de las postrimer¨ªas. Al parecer, siempre hay un Bola?o dispuesto para las mesas de novedades. Alfaguara, que se hizo cargo de la antorcha que hab¨ªa sostenido Anagrama en tiempos menos monetariamente brillantes, ha dado impulso y difusi¨®n americana a la marca, ocup¨¢ndose de ¡°republicar¡± la obra anterior y ¡°rescatar¡± las pretendidas joyas escondidas en el polvoriento ba¨²l del desv¨¢n: poemas y cuentos diz que completos (aunque contengan un solo in¨¦dito) est¨¢n entre las ¨²ltimas. El papel que en esa (re)construcci¨®n de la posteridad literaria ¡ªy en la omisi¨®n de algunos extremos significativos de la vida y la obra del ¨²ltimo Bola?o¡ª haya correspondido a la viuda derechohabiente y al feroz agente Andrew Wylie ser¨ªa un buen asunto para una moderada novela de intriga, (leve) codicia y, tal vez, venganza.
Lo que, inevitablemente, me lleva a una breve consideraci¨®n sobre el papel de las viudas derechohabientes en la literatura. Personajes a menudo dolientes y paup¨¦rrimos ¡ªel lumpen del lumpen¡ª en la ley mosaica y el Nuevo Testamento, las viudas son fundamentales para entender ciertas vicisitudes de la historia literaria. Y no solo por lo que algunas guardan, muestran, saben o callan de, por ejemplo, Alberti, Cela o toda la cohorte de pr¨®ceres fallecidos, sino porque se erigen por derecho adquirido en cancerberos del templo sagrado ante cuyas puertas se estrellar¨¢n todos (investigadores, cr¨ªticos, editores) los que no sean de su agrado o cuestionen su papel de albaceas (como en el relato Ante la ley, uno de los pocos publicados en vida de Kafka, el guardi¨¢n de la Ley cierra el paso al intruso).
Y es que las viudas ¡ªuna vez superado el desgarro de la p¨¦rdida y sublimado el recuerdo del ausente¡ª ya no tienen por qu¨¦ ser las figuras dolorosas de la Biblia. Adquir¨ª hace alg¨²n tiempo en un baratillo ¡ªun expurgo¡ª de la biblioteca municipal de Vergennes, Vermont, un viejo ejemplar de The Widow (la viuda), un ensayo de la humorista Helen Rowland (1875-1952), del que me permito extraer una peque?a reflexi¨®n ¡ªir¨®nica y parad¨®jicamente machista¡ª que la autora dedica a la viuda ¡°liberada¡±: ¡°Una viuda es un ser fascinante con el perfume de la madurez, la especia de la experiencia, el hormigueo de lo nuevo, el aroma de la coqueter¨ªa practicada y el halo de la aprobaci¨®n de un hombre¡±. En fin, que menos mal que el copyright no dura eternamente; de otro modo, y aunque Cristo (al parecer) no estuvo casado ni dej¨® derechohabientes claros, a estas alturas todav¨ªa estar¨ªamos recibiendo entregas in¨¦ditas o fragmentos dispersos de la palabra de Dios.
2. Se siente
Parafraseando, con permiso de Diego Moreno, el antiguo motto de N¨®rdica, ¡°pronto llegar¨¢ Sant Jordi, se siente en el aire¡±. La octava del D¨ªa del Libro y la temporada de las ferias al aire libre (con la largu¨ªsima del Retiro de Madrid, este a?o a partir del 31 de mayo) sirven para redondear el ejercicio, por lo que para muchos editores y a¨²n m¨¢s libreros es la ¨²ltima oportunidad de cerrar caja en positivo. Los editores sacan lo mejor y/o m¨¢s rentable de cada casa: en este momento se est¨¢n vendiendo bien (dentro de lo que cabe) novedades de Matilde Asensi, Domingo Villar, P¨¦rez-Reverte, Vila-Matas, Landero, Mu?oz Molina, Elisabet Benavent, Juan Jos¨¦ Mill¨¢s o Jos¨¦ Castillo, por solo citar los que recuerdo a bote pronto.
Pero no solo de ficci¨®n en formato tradicional viven las librer¨ªas. Desde hace tiempo se han puesto de moda libros ilustrados, habitualmente en tapa dura, y a precios econ¨®micos, a menudo gracias a que las obras est¨¢n en derecho p¨²blico y resultan menos costosas. Y adem¨¢s, a los grandes dibujantes ¡ªuno de los colectivos menos favorecidos del sector¡ª les permite lucirse. Entre los que m¨¢s me han gustado en las ¨²ltimas semanas, les recomiendo La hija de Rappaccini (Zorro Rojo), que contiene el estupendo relato de Hawthorne y la interpretaci¨®n dram¨¢tica que hizo Octavio Paz, todo ello magistralmente ilustrado por Santiago Caruso. Y no se pierdan, si a¨²n no lo han le¨ªdo, el Benito Cereno de Herman Melville (N¨®rdica; ilustrado por Elena Ferr¨¢ndiz), una enigm¨¢tica y brillant¨ªsima novela corta sobre el mal y cuya ambig¨¹edad sobre el racismo todav¨ªa es asunto de debate en discusiones acad¨¦micas y grupos de lectura.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.