El final de Bob Dylan y la filosof¨ªa de Picasso
El m¨²sico, que tocar¨¢ en ocho ciudades espa?olas, protagoniza en Par¨ªs un gran concierto donde rescata sus cl¨¢sicos
Despu¨¦s de haber protagonizado las vanguardias art¨ªsticas del siglo XX, un anciano Pablo Picasso se instal¨® en un estudio de la Costa Azul para repasar las obras de los autores cl¨¢sicos que le hab¨ªan marcado: Rafael, Vel¨¢zquez, Delacroix, Manet, Goya¡ Les dibujaba bajo su propia experiencia y tambi¨¦n hac¨ªa versiones de sus propios lienzos m¨¢s famosos bajo el estilo de aquellos maestros. Termin¨® sus d¨ªas rodeado de sus universos, como si la pintura, como causa, como arte, como modo de conexi¨®n con el mundo y como deuda humana, definiera toda su existencia. A punto de cumplir 78 a?os, Bob Dylan, uno de los m¨²sicos m¨¢s influyentes del siglo pasado, promulga la misma filosof¨ªa. Acabar¨¢ sus d¨ªas como Picasso.
Casi octogenario y con achaques en su caminar despacio y algo c¨®mico, Dylan est¨¢ ante la ¨²ltima etapa de su vida. Su estudio es un escenario y no est¨¢ en la Costa Azul. Su estudio es un espacio siempre cambiante, en continuo movimiento, dentro de lo que ¨¦l mismo califica como Never Ending Tour (La gira interminable). Es su taller, que igual pasa por una gran ciudad como por una peque?a localidad fuera de los mapas de las agendas de las estrellas. De esta forma, si la gira interminable pas¨® el a?o pasado por Salamanca, Madrid y Barcelona, a finales de este abril y principios de este mayo lo har¨¢ por Pamplona, Bilbao, Gij¨®n, Santiago, Sevilla, Fuengirola, Murcia y Valencia. Anoche lo hizo por Par¨ªs, donde toc¨® el jueves y lo har¨¢ tambi¨¦n esta noche de s¨¢bado.
Bajo el techo estrellado del Grand Rex parisino, un maravilloso teatro art-deco de principios del siglo XX, Dylan y su banda aparecieron de repente de la oscuridad. Se hizo un apag¨®n y al volver la luz ya estaban los cinco sobre el escenario, como ca¨ªdos del cielo, o surgidos de las entra?as de la tierra. Ellos con traje gris, Dylan con chaqueta blanca de lentejuelas brillantes, pantal¨®n negro con amplia l¨ªnea dorada y botas blancas. Se hizo la luz en el mismo instante en el que se lanzaron con Things Have Changed, la canci¨®n a la que ha recurrido el m¨²sico estadounidense para abrir sus conciertos en los ¨²ltimos tiempos. Su declaraci¨®n velada para decir a su p¨²blico que las cosas han cambiado, aunque ¨¦l mantenga los mismos modos con respecto a su leyenda en vida. Ni saluda ni habla ni encara sus canciones cl¨¢sicas como suenan en los discos. Dylan cambi¨® hace tanto tiempo que ya ni se recuerda c¨®mo fue antes.
Quiz¨¢ el mismo tiempo que lleva afrontando esta ¨²ltima etapa de su vida art¨ªstica, a la postre de su vida entera. Con m¨¢s de 100 conciertos al a?o, a Dylan solo le queda morir en el escenario, ese taller personal y a la vista de todos donde, si ninguna enfermedad ni percance interrumpen todo abruptamente, ya est¨¢ ejecutando su canto del cisne como Picasso, rodeado de sus maestros, haciendo versiones de sus lienzos m¨¢s famosos. Versiones como Highway 61 Revisited, que asalt¨® la noche como un caballo abri¨¦ndose paso por la curva. Inesperada y contundente, con un redoble de bater¨ªa que bombe¨® salvajemente. Es George Receli un baterista excepcional, un pura sangre de golpes secos, que podr¨ªa crear su propia escuela por sus formas brillantes en Love Sick y que rescata a Dylan cuando su voz de ¨®xido no llega al pico alto, ese que de joven alcanzaba con facilidad pasmosa y ternura afilada.
Anoche, se notaron las costuras de un tiempo y otro cuando cant¨® It Ain¡¯t Me, Babe, el momento m¨¢s flojo. La fuerza po¨¦tica de la siempre imperfecta voz de Dylan se transform¨® hace tiempo en un canto limitado, da?ado, pero que se sustenta por su imperiosa necesidad de abrirse paso, de masticar a pesar de la edad. Se pierde diente y detalle en los tonos, pero adquiere un acento de extra?a agon¨ªa, como de ¨¦poca que llega a su fin pero con la mirada al frente. Como hizo en Like a Rolling Stone, llevada a un terreno de swing ligero, Dylan distribuye los compases de la canci¨®n de forma distinta con la complicidad de su magn¨ªfica banda, los altera para adaptarlos a su ¨²ltima voz, la m¨¢s vetusta, la m¨¢s arisca, la ¨²nica que puede morder el polvo de su propio mito y darle la vuelta. As¨ª, se ha despojado del traje de Sinatra, renunciando a los standards americanos en el repertorio e introduciendo sus propios cl¨¢sicos, tan solicitados, tan cambiados.
Es el mito del hombre escurridizo, ahora obsesionado con sus maestros. El caudal sonoro que crea la banda, presidida con Dylan en el piano, coge las hebras de la m¨²sica norteamericana de ra¨ªces y las condesa en un todo. Un todo absorbente, sublime por momentos como en Scarlet Town, Early Roman Kings, Thunder on The Mountain, Soon After Mignight o Gotta Serve Somebody. Coge esos sonidos pre-rock and roll (country-western, R&B, folk, swing, blues¡) y los inyecta en sus canciones para transformarlas en el mismo discurso conceptual, ya sea la archiconocida Blowin¡¯ in the Wind o la en¨¦rgica pero mucho menos famosa Pay in Blood. Para redefinir su propia obra, se nutre de esas exploraciones de los pioneros, que marcaron a un Robert Zimmerman adolescente en los cincuenta escuchando programas nocturnos de radio en su pueblo de Minnesota y que dieron forma y significado al definitivo rock and roll, la vanguardia musical que transformar¨ªa el siglo XX, convirti¨¦ndolo en algo m¨¢s divertido, tolerante y abierto.
Como Picasso, Dylan, que toc¨® la emotiva When I Paint My Masterpiece, est¨¢ en la ¨²ltima etapa de su vida rodeado de sus maestros. Ya dijo en alguna de sus escasas entrevistas en este siglo XXI que toda su imaginer¨ªa viene de ah¨ª. Creador de un cancionero inigualable, todo un universo en s¨ª mismo, Dylan tuvo distintas etapas y cada cambio importante en su estilo se termin¨® convirtiendo en un movimiento con connotaciones s¨ªsmicas en el entorno de la m¨²sica popular. Por eso, el music¨®logo Paul Williams, uno de los bi¨®grafos m¨¢s reputados de Dylan y fundador de la revista musical Crawdaddy, le llam¨® ¡°el Picasso de la m¨²sica¡±. Ahora, el compositor estadounidense no genera ondas expansivas, aunque su particular¨ªsimo empaste sonoro de la m¨²sica norteamericana tradicional sea un concepto a valorar, y qui¨¦n sabe si influyente en alg¨²n joven m¨²sico por venir y friki del genio hura?o, quien concedi¨® el mejor momento de la noche al interpretar Don¡¯t Think Twice, It¡¯s All Right al piano y con arm¨®nica (recuperada en varias canciones como no se recuerda).
Soplando con toda plenitud el instrumento con el que se dio a conocer hace medio siglo, Dylan, alumbrado por un simple foco de luz anaranjada en plena oscuridad, cort¨® el aire al cantar algunos de sus m¨¢s celebrados versos, una composici¨®n que bien puede hablar de s¨ª mismo y su relaci¨®n con el p¨²blico y con la historia. ¡°Hasta la vista / Donde me dirijo no puedo decirlo / Adi¨®s es una palabra demasiado buena / As¨ª que solo dir¨¦ que te vaya bien¡±, cant¨® para que luego la intensidad de la arm¨®nica inundase el teatro de cielo estrellado. Una melancol¨ªa poderosa y rota se apoder¨® de la noche. La gente acab¨® levantada de sus butacas y decenas de ellos se agolparon en pasillos y primeras filas durante los bises. Tras tocar Blowin¡¯ in the Wind y It¡¯s Takes a Lot to Laugh, It Takes a Train to Cry, Dylan se fue sin despedirse mientras el grupo sigui¨® tocando. Adi¨®s es una palabra demasiado buena. Tanto los creyentes del m¨²sico como sus detractores, e incluso los indiferentes, deber¨ªan saber ya una cosa: Bob Dylan no estar¨¢ en su propio funeral.
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