Esos obsesionantes y emocionantes tambores de Calanda
Un viaje al pueblo de Luis Bu?uel -y a su cine- pasando por Par¨ªs mientras arde Notre Dame
El criminal que comparte una s¨®rdida celda con el devastado padre Nazario le pregunta (la cita no es literal, hace tiempo que no he vuelto a ver esa obra maestra): ¡°Usted se ha pasado la vida haciendo el bien y yo el mal, pero hemos acabado en el mismo sitio, ?cu¨¢l es la diferencia?¡±. Poco despu¨¦s, en la polvorienta cuerda de presos que ambos comparten y padecen, una caritativa mujer le ofrece una manzana para el camino a Nazarin. Y el rostro de este se contrae, el que lo ha dado todo no sabe si aceptar ese regalo al desvalido. Est¨¢ en crisis todo en lo que ha cre¨ªdo. Finalmente, la coge. Y comienza a sonar un atronador, acompasado, at¨¢vico ruido de tambores. Esa banda sonora acompa?ando al gesto entre el tormento y la incertidumbre de Paco Rabal, la recordar¨¦ siempre.
A?os despu¨¦s me entero de que ese sonido tan hipn¨®tico y torrencial se produce desde tiempos remotos y durante la Semana Santa en un pueblo de Arag¨®n llamado Calanda, lugar de nacimiento de uno de los contados e incontestables genios que ha dado el cine mundial, la cultura universal, alguien llamado Luis Bu?uel. No hablo de talento, eso lo posee mucha gente (bueno, no tanta) sino de algo que le hace ¨²nico, grandioso, perturbador, inimitable (y pobre de aquel que intente ser bu?ueliano, incluido el cine de su hijo Juan Luis), due?o de un universo al que puedes retornar cien veces con la fascinaci¨®n intacta. Y existe un glorificado Bu?uel, el que rueda en Francia, con abundantes medios econ¨®micos y con estrellas, que me interesa menos, con la excepci¨®n de Un perro andaluz (es muda), La edad de oro (se habla poco), Diario de una camarera y Belle de jour, pero el Bu?uel mexicano y el espa?ol me parece incomparable.
Recuerdo que conoc¨ª a ese artista incomparable cuando yo era un adolescente. En Toledo. En la plaza de Zocodover. ?l preparaba el rodaje de? 'Tristana'
Llego a esa Calanda tan salvajemente espiritual, despu¨¦s de haber asistido a la misa del domingo de Ramos en la incomparable Notre Dame, un d¨ªa antes de que el maldito fuego arrasase lo que tanta gente respeta o ama. Tambi¨¦n la historia. Veo el museo dedicado a Bu?uel. Esta lleno de conocimiento, datos, intuiciones amor y mimo. Vuelvo a flipar con una recopilaci¨®n de im¨¢genes sensuales que han aparecido en el cine del gran erot¨®mano. Recogen piernas de mujeres, incluida aquella de Los olvidados en la que una atribulada y descreida mujer frota sus piernas con leche ante el futuro asesino de su hijo. Y aparece todo aquello que conceb¨ªa su prodigiosa imaginaci¨®n, su obsesi¨®n por los insectos, por los sue?os, los simbolos religiosos (¨¦l, que confesaba ser ateo gracias a Dios), por todo aquello que parece inexplicable, por el irrenunciable valor de la transgresi¨®n.
Y a las doce de la noche suena un silbato e infinidad de tambores y bombos empiezan a sonar. Veo vestidos de nazarenos y aporreando con una fe que te provoca el escalofr¨ªo a todo tipo de gente: desde una anciana en silla de ruedas a cr¨ªos que no tendr¨¢n m¨¢s de cuatro a?os. A las dos horas concluyen. Pero a las 12 horas del Vienes Santo, esa mujer admirable por tantas razones llamada Ana Belen, inaugura el rompido, golpeando con emoci¨®n nada impostada un bombo gigante. A partir de ese momento espectaculas, los tambores no dejar¨¢n de sonar duran un d¨ªa entero. Para mi, un agn¨®stico sin dudas, supone un espect¨¢culo grandioso e imagino lo que deben de sentir los creyentes.
Remato esta semana tan intensa viendo la interesante pel¨ªcula, con un punto entra?able, Bu?uel, en el laberinto de las tortugas, dibujos animados intercalados con im¨¢genes de Las Hurdes, tierra sin pan, sobre el escalofriante documental que rod¨® Bu?uel en el pueblo m¨¢s desvalido de la miseria. Y recuerdo que conoc¨ª a ese artista incomparable. Cuando yo era un adolescente. En Toledo. En la plaza de Zocodover. Fui siguiendo a un se?or con pinta rustica que se parec¨ªa a Bu?uel. Subi¨® a un edificio derruido en el que hab¨ªa un campanario. Estaba solo, de espaldas a mi. Le ech¨¦ coraje y empec¨¦ a soltarle un rollo. No me contestaba. Normal me pareci¨®, a pesar de mis nervios, era un genio escuchando la brasa insoportable de un impertinente. Apareci¨® su guionista, Julio Alejandro Y me dijo: "No es que Bu?uel no te haga caso, es que est¨¢ sordo". Se dio la vuelta. Fue educado y cordial conmigo. Estaba preparando el rodaje de Tristana. Guardo como oro en pa?o en mi memoria ese fugaz encuentro. Tambi¨¦n fueron respetuosos y afables conmigo Brassens y Ferlosio. Hablo de los aut¨¦nticamente grandes. Y lo cuenta alguien que nunca ha pedido aut¨®grafos.
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