La humillaci¨®n de un ser humano

¡°Despu¨¦s de una larga e infructuosa espera, me he decidido a escribirte (¡­), pues me repugna pensar que he pasado en la c¨¢rcel dos a?os interminables sin haber recibido de ti una sola l¨ªnea¡±. Oscar Wilde, acusado de sodom¨ªa y condenado en prisi¨®n, es un hombre derrotado, ¡°antes henchido de amor¡± y ahora lleno de ¡°maldiciones, amargura y desprecio¡±, que apenas unos meses antes de su libertad decidi¨® escribir una carta a su amante, Alfred Douglas, causante de sus dichas y sus desdichas. No le sali¨® una misiva cualquiera, sino una ep¨ªstola de casi dos centenares de p¨¢ginas, publicada de forma p¨®stuma con el ejemplar t¨ªtulo de De profundis.

Y all¨ª, en las profundidades, las del alma y las del f¨ªsico, las del amor y las del deseo, a medio camino entre la vida y la muerte, se encuentra el escritor brit¨¢nico en La importancia de llamarse ?scar Wilde, rotunda y art¨ªstica pel¨ªcula de Rupert Everett, que la ha escrito, producido y dirigido casi como un proyecto de vida. Una obra que se sale deliberadamente del concepto habitual de las biograf¨ªas cinematogr¨¢ficas, quiz¨¢ porque eso ya estaba filmado en la tambi¨¦n notable, pero meridianamente acad¨¦mica, Wilde (Brian Gilbert, 1997), protagonizada por otro int¨¦rprete que, por estilo f¨ªsico y vital, parec¨ªa haber nacido, como Everett, para ser alg¨²n d¨ªa el escritor de El retrato de Dorian Gray.

Con un trabajo fotogr¨¢fico que se sale de lo convencional, de tintes casi tenebristas, que confluyen con los abismos de un hombre sufriente, la pel¨ªcula de Everett aborda sus tres ¨²ltimos a?os de vida, sus d¨ªas en el exilio parisino, pero desde un orden que se aleja de lo cronol¨®gico para acercarse a la pincelada impresionista, personal¨ªsima y perceptiva, donde no hay flashbacks del triunfal pasado del escritor, el art¨ªstico y el social, sino apenas insertos, planos sueltos entre lo psicol¨®gico y lo on¨ªrico.

Everett ha compuesto un relato donde siempre est¨¢ presente la complejidad de Wilde, su poes¨ªa, sus impulsos, su vanidad, sus fiestas, su audacia, su distinci¨®n y su sordidez. Pero, sobre todo, ha logrado una pel¨ªcula sobre la humillaci¨®n: ¡°Durante media hora me qued¨¦ bajo la lluvia gris rodeado de una turba socarrona¡±. La de un hombre brillante, la de un adicto al deseo, en un tiempo imposible.