Vigilantes de las delicias del Museo del Prado
Cada uno de estos trabajadores siente miedo, orgullo, agobio, afecto o felicidad ante los tesoros que guardan
Ernst J¨¹nger, el m¨¢s longevo de los autores alemanes, autor de obras en las que restallan la paz y la guerra m¨¢s crueles del siglo XX, vino al Museo del Prado un lunes de hace mucho tiempo y se qued¨® solo, de pie, ante El jard¨ªn de las delicias, de El Bosco.
J¨¹nger fue un lunes, cuando no hab¨ªa visitas (ahora s¨ª abre los lunes). Otro d¨ªa de la semana hubiera estado atento a sus movimientos un vigilante discreto cuya misi¨®n es la de asegurar que el museo siga ¨ªntegro despu¨¦s de las avalanchas. Hace una semana estuvieron por aqu¨ª exactamente 13.883 personas, integrantes de colas kilom¨¦tricas atra¨ªdas tambi¨¦n por otras delicias que incluyen a Goya y a Vel¨¢zquez y al Greco y... Desde hace dos siglos la pinacoteca que se salv¨® de la guerra es orgullo del arte mundial y, desde hace ocho d¨ªas, Premio Princesa de Asturias de Humanidades.
Antes de que este lugar de tanta delicadeza abra al p¨²blico, a las 10 de la ma?ana, una algarab¨ªa se concentra junto a la Puerta de Los Jer¨®nimos. Son los vigilantes. A ellos se debe que no haya bullicio en las salas, que no se tomen fotograf¨ªas (¡°con el m¨®vil ya es m¨¢s dif¨ªcil garantizarlo¡±, dice Charo Lapausa, la jefa del servicio de relaciones con los medios), que la gente circule, que no se paren en exceso ante los cuadros.
Lapausa es hija de vigilante, ella misma lo ha sido, y estudi¨® Periodismo ¡°con el deseo de seguir siempre en el Museo del Prado¡±. Es hija de las tradiciones de la pinacoteca, y ahora cuenta sus avatares y sus tesoros. Su padre es el origen de la pasi¨®n que respira.
De su ¨¦poca de vigilante, Lapausa recuerda: ¡°Ten¨ªa tiempo para memorizar mis ex¨¢menes, para contar los pasos que daba en torno a los cuadros en la sala que me correspond¨ªa¡±. Su cuadro favorito, mientras vigil¨® y ahora, es Cristo crucificado, de Vel¨¢zquez. En general, el arte transmite paz. ¡°Aunque si te enfrentas a El jard¨ªn de las delicias...¡±.
Antes de que se dispersaran por las salas, algunos de los encargados de asegurar la vigilancia explicaron c¨®mo es vivir entre tantas delicias. Virginia Garde L¨®pez, que se incorpor¨® el pasado diciembre como coordinadora gerente de Desarrollo de P¨²blicos y Seguridad, siente que ¡°es un premio¡± estar aqu¨ª. Y su cuadro es La lechera de Burdeos, de Goya.
La pasi¨®n de Mari Carmen Gonz¨¢lez (vigilante desde 1983) es Vel¨¢zquez, ¡°su luz¡±. Y del museo tambi¨¦n ama las horas de la ma?ana, ¡°el silencio¡±. Beatriz Heras (en el Prado desde hace 15 a?os) echa de menos el silencio ante los cuadros, y su preferencia (como para Sempr¨²n, por cierto) es Patinir. Y El jard¨ªn de las delicias, ¡°con su miedo al da?o, tan indefinible¡±. Soledad Mart¨ªnez (desde 1987) ama la pintura del XIX, los cuadros de Sorolla, ¡°el aire de luz y color que hay en su obra¡±. Ram¨®n Miguel lleva cinco a?os. Considera el Prado ¡°un alimento enorme¡±.
Cada uno de ellos siente miedo, orgullo, agobio, afecto o felicidad vigilando los tesoros que guardan. Alberto Bueno vigila desde diciembre (antes trabaj¨® ¡°en una ingenier¨ªa¡±). Tiene ahora a su cargo, precisamente, El jard¨ªn de las delicias. ¡°La gente se aglomera, sorprendida¡±. J¨¹nger lo vio a solas. ?l vigila, una forma especial de mirar.
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