El poder incendiario de Rammstein
La controvertida banda alemana entusiasma a sus seguidores en Barcelona con un concierto apabullante
Mientras Rosal¨ªa cantaba anoche en el Primavera, en el F¨°rum, en el otro extremo de Barcelona, en el campo del Espanyol, en Cornell¨¤, los partidarios de algo notablemente m¨¢s duro se ensordec¨ªan gozosamente con los marciales Rammstein y su gamberro averno. Nada de sutilezas, finuras y regatones, la banda alemana nacida en 1994 puso entusi¨¢sticamente firmes a las 35.000 personas que llenaban el recinto y a bailar desfilando: con Rammstein no te contoneas, marchas. Como si tuvieras la pelvis soldada. Poderoso y espectacular concierto el del grupo de Till Lindemann. Con m¨¢s llamaradas ¨Csello de la casa- que los dragones de Juego de Tronos. El grupo despleg¨® lanzallamas y hasta un ca?¨®n antitanque de 20 mil¨ªmetros de los restos de serie de la Wehrmacht que tambi¨¦n vomitaba fuego, as¨ª como el famoso arco ¨ªgneo que maneja habitualmente Lindemann y una ballesta ardiente que disparaba cohetes y desat¨® efectos pirot¨¦cnicos espectaculares por todo el estadio. Le llaman el Neue Deutsche H?rte, la nueva dureza alemana. ?Ch¨²pate esa Rosal¨ªa!
Se abri¨® la sesi¨®n con una andanada brutal de sonido capaz de despeinar el cemento ¨C¡°?ah¨ª vamos!¡±, solt¨® una chica fibrada como si comenzara la campa?a de Narvik-, y el volumen no descendi¨® ya. El sonido te persegu¨ªa como algo vivo hasta en los lavabos, y en la pista y sus aleda?os se te met¨ªa insidiosamente dentro y parec¨ªa que te fuera a brotar luego por implosi¨®n. Notabas como unos calambrazos. ¡°Esto s¨ª que es ca?a y no lo del otro d¨ªa de Metallica¡±, apunt¨® un tipo al que el bramido musical le mov¨ªa hasta los tatuajes. Con el primer tema Was ich liebe surgieron grandes nubes de humo negro del escenario hasta semejar que se hab¨ªa hundido el Bismarck.
Un momento estupendo fue cuando Lindemann sac¨® una enorme olla al escenario y en su interior estaba Lorenz como un misionero en una fiesta can¨ªbal
La producci¨®n esc¨¦nica de Rammstein es de una sobriedad contundente y cicl¨®pea con un aire industrial como de forja o fundici¨®n estilo Metr¨®polis. Cuando ve¨ªas al robusto Lindemann golpearse el muslo a ritmo (su gesto ic¨®nico) parec¨ªa un cruce de Von Stroheim y el herrero Mime de Los Nibelungos d¨¢ndole aire a la fragua. Arriba, el delgado y obsesivo teclista Christian Flake Lorenz ejecutaba su particular show hipn¨®tico con ecos de Kraftwerk en su cinta de gimnasio. Un momento estupendo fue cuando Lindemann sac¨® una enorme olla al escenario y en su interior estaba Lorenz como un misionero en una fiesta can¨ªbal. El l¨ªder de la banda le meti¨® fuego al pote con el teclista dentro. En Puppe, un carrito de beb¨¦ gigante devino una barbacoa. La fijaci¨®n con el fuego es como para psicoanalizarlos. Se ve que son muy seguros, aunque Lindemann ha estado varias veces a punto de quedar como Juana de Arco.
La comuni¨®n con el p¨²blico fue absoluta desde el principio. La gente segu¨ªa las canciones core¨¢ndolas en alem¨¢n y mira que es dif¨ªcil el alem¨¢n (es cierto que algunos nos invent¨¢bamos las letras). Todo el estadio marchaba enfervorecido y disciplinado al ritmo de los disparos de ob¨²s de la m¨²sica. La unanimidad de la audiencia en la indumentaria era casi total: no se ha visto tanta gente de negro desde el entierro de Manolete. Cay¨® el tema Zeig Dich con palabras en lat¨ªn y un eco de Carmina Burana y surgieron unas columnas de fuego que hubieran espantado a Mois¨¦s.
Pese a los l¨ªos en que se ha metido el grupo por juguetear provocadoramente con la iconograf¨ªa nazi en sus v¨ªdeos (en uno de su ¨²ltimo ¨¢lbum aparecen caracterizados de deportados de los campos a punto de ser ahorcados, el guitarrista Paul Landers incluso con la estrella de David amarilla cosida en el pecho, y tambi¨¦n como oficiales y soldados de las SS, lo que como es l¨®gico est¨¢ mal visto en Alemania), en el directo no hay nada de eso. Se podr¨ªan asociar las banderas rojas que lucen el signo de Rammstein con la decoraci¨®n de un acto del partido, pero ser¨ªa como comparar el abrigo largo blanco que luce Richard Z. Kruspe con el vestuario de Goering. Ni siquiera en Deutschland (¡°mein Herz in Flammen¡±), un himno gore de amor y odio a la naci¨®n de Arminio, la Rep¨²blica de Weimar y las V-2, coreado como si hubiera saltado al campo Uwe Seeler, hubo imagen pol¨¦mica alguna. Tambi¨¦n es verdad que nos quedamos con las ganas de que apareciera la modelo negra Ruby Commey caracterizada de provocadora personificaci¨®n de Germania en el v¨ªdeo y ataviada como si fuera el sir Mordred de Excalibur, de John Bormann.
En realidad, lo que hay en el concierto de Rammstein es un aire transgresor de cabar¨¦, y una atm¨®sfera curiosamente brechtiana
En realidad, lo que hay en el concierto de Rammstein es un aire transgresor de cabar¨¦, y una atm¨®sfera curiosamente brechtiana, como si fuera a salir por ah¨ª, entre las ubicuas llamas, el Berliner Ensemble. La banda, pese a las referencias militares, se mueve en un registro ambiguo, con connotaciones escatol¨®gicas y punkis, a veces ¨¦pico y a ratos autopar¨®dico e incluso clownesco. Entonces Lindemann tiene un aire burl¨®n de Lindsey Kemp pasado de peso (y eso que fue casi nadador ol¨ªmpico de la RDA). Todo ello no resta pegada a su m¨²sica que parece ser lo m¨¢s importante para ellos. El efecto de conmoci¨®n de las composiciones es verdaderamente extraordinario y llega al paroxismo comunicativo en los temas cl¨¢sicos como Du hast y Ohne Dicht, los m¨¢s conocidos, que provocan una relaci¨®n de trascendencia casi sacramental con el p¨²blico. En la segunda, momentazo l¨ªrico-¨¦pico, un t¨ªo robusto con aspecto de Ernst R?hm se me abraz¨® como si fu¨¦ramos de la misma hermandad de sablistas de Heidelberg y, lo juro, ?estaba llorando!
En una canci¨®n, Engel, el concierto se traslad¨® a una torre central en la que los seis componentes del grupo actuaron junto a dos pianistas. Luego regresaron de uno en uno en grandes lanchas neum¨¢ticas desplazadas a brazo por el propio p¨²blico sobre sus cabezas. Un recurso cl¨¢sico de Rammstein pero no por ello menos espectacular. Interpretaron entonces, enlazando con lo de las barcas, su nuevo hit Ausslander, en cuyo v¨ªdeo clip alcanzan nuevas alturas gamberras y par¨®dicas, bromeando con algo tan espinoso como la antropolog¨ªa de salacot, Venus africanas y frenolog¨ªa y las referencias gruesas al colonialismo alem¨¢n que extermin¨® a los herero. Vamos es que estos chicos no escarmientan. En el tramo final, Lindemann se encaram¨® a un enorme ca?¨®n gal¨¢ctico y dispar¨® contra el p¨²blico lo que parec¨ªa nieve y eran papelitos blancos. Hielo y fuego. Echaron el resto Rammstein y volvieron las llamas y la ca?a m¨¢xima en una traca final de bises. Acabaron de rodillas ante el p¨²blico, agradecidos, para luego subir en un balc¨®n ascensor por la escenograf¨ªa en una verdadera apoteosis culminada en un ¨²ltimo fogonazo deslumbrante. ?Bum! Ite Missa est.
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