Fernando Vallejo: noticias despu¨¦s del terremoto
El escritor colombiano publica en su pa¨ªs ¡®Memorias de un hijueputa¡¯, un pu?etazo a la Iglesia, la pol¨ªtica y la sociedad
La casa se qued¨® en el aire, muri¨® su compa?ero de d¨¦cadas, y el terremoto del oto?o mexicano de 2017 asalt¨® su vida hasta el delirio. Fernando Vallejo lo dej¨® todo atr¨¢s, casi hasta la vida, y volvi¨® al sol de la infancia, en Medell¨ªn, de donde proceden su rabia y sus met¨¢foras. David Ant¨®n muri¨® en esos d¨ªas terribles y Fernando se qued¨® solo, aterido de realidad. La vida era mucho m¨¢s que palabras, un lugar insoportable.
De la casa no quedaron ni el piano ni los amigos ni los cuadros. El barrio de la Condesa, la calle ?msterdam, la vida entera se hizo pedazos, nada. ?Sobrevivir¨ªa a las distintas dimensiones del desastre el autor de La virgen de los sicarios, el m¨²sico dulce, el escritor despiadado, el suave ciudadano que ama a los perros, los ¨²nicos seres a los que no morder¨ªa?
Sobrevivi¨® Vallejo, renaci¨® en su tierra, Medell¨ªn, adonde se fue con Brusca, su perra ¡°desinquieta¡±. Como en el personaje m¨¢s inquietante de Albert Camus, en el estruendo de aquel oto?o debi¨® resonar en sus o¨ªdos acostumbrados al silencio y a Mozart la llamada de Los Laureles, donde David, dise?ador lorquiano trasplantado a M¨¦xico, le hab¨ªa hecho un hogar transparente para que pasara los ¨²ltimos tiempos de su vida. Medell¨ªn, su casa, la finca de su abuela, el lugar en el que hab¨ªa sido feliz.
En ese sitio, en cuyas paredes no hay ni un cuadro y donde, como dice su amiga Pilar Reyes, su editora, ¡°el aire pasa como si la casa fuera suya¡±, ha escrito un estruendo que es adem¨¢s un libro de los suyos. Es Memorias de un hijueputa (Alfaguara), que ya es en Colombia un ¨¦xito y que, como aquella Virgen de los sicarios o como La puta de Babilonia, es un pu?etazo en la mand¨ªbula de las iglesias, de los pol¨ªticos y de los hombres. Y ya escribe otro. Le pregunt¨® Mario Jursich, sobre este otro que ya escribe, de qu¨¦ va, c¨®mo se titula. Dijo Vallejo: ¡°Tengo el t¨ªtulo y el color. Se llamar¨¢ Escombros y es negro¡±.
Memorias de un hijueputa saldr¨¢ fuera de Colombia en septiembre, as¨ª que aqu¨ª se da noticia de la novedad, sin otros adelantos. Pero, para quienes se asombraran o indignaran con otros pu?etazos o terremotos del pasado de Fernando Vallejo, conviene se?alar que s¨ª, que otra vez el m¨¢s atronador de los escritores de la lengua espa?ola, gram¨¢tico que discute con Dios y con los hombres, regresa como si aquel vendaval mexicano que le rompi¨® la vida en la Condesa se le hubiera atragantado y arrojara fuego por la boca.
Se podr¨ªa pensar que ese Vallejo es todo lo que es Fernando. Conviene imaginarlo de otra manera: a ¨¦l se le cuela el amor cuando habla de los animales, pero no solo practica ese amor al que ha dedicado desvelos y premios, pues ha destinado sus premios a asistir a los perros. Se ocupa como un monje sereno de aquellos que siente cercanos; como Miguel de Unamuno o como el Quijote m¨¢s loco, rompe esto y aquello, pero muerde rabiosamente solo lo que desprecia o disuena. Es rabiosamente humano, y lo que le duele o le insulta, desde Colombia hasta las mentiras de la Iglesia (como en Memorias de un hijueputa), desata en ¨¦l una furia de terremoto o de volc¨¢n. Cuando escribe le sale esa espuma: el mundo, los dioses bastardos, las dictaduras, los pol¨ªticos, le revuelven el est¨®mago y la cabeza, as¨ª que cuando se pone ante la m¨¢quina todo se torna en un asunto personal.
Esta casa de Los Laureles tiene dos jardines, una luz apacible. Ah¨ª dentro se mueve Vallejo como un monje; vive enfrente de su querido hermano An¨ªbal, escribe; ya no hay en su vida aquellos almuerzos de La Condesa, cuando todo el mundo (periodistas de EL PA?S tambi¨¦n) cab¨ªa en su casa y ¨¦l, a veces, se levantaba para preguntar o re¨ªr o tocar el piano. Los laureles enormes lanzan ahora sombra sobre sus sombras, de las que escribe y le sale oscuro. Pero cuando le hablan del paisaje de Colombia, de los animales, del lenguaje, de su abuela, ese Vallejo que ve alrededor hijueputas, de los que escribe para borrarlos, es apacible como el aire que traspasa su ¨²ltima casa en Medell¨ªn.
Un d¨ªa discut¨ªa, en La Condesa, con un amigo que manten¨ªa su fervor por otro escritor de Colombia. Cuando la discusi¨®n ya estaba en el desbarrancadero, Vallejo dijo: ¡°Yo no discuto con el que me contradice¡±. Ese es Vallejo, al que hay que leer como si se escuchara m¨²sica.
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