El cielo de Florencia
Los cuadros decisivos se miran siempre por primera vez. La sensaci¨®n es m¨¢s poderosa tras la restauraci¨®n de ¡®La Anunciaci¨®n¡¯
Hay revoluciones secretas. Hacia 1425, en el taller de un convento de Florencia, un pintor que era fraile dominico hizo algo que no hab¨ªa hecho nunca nadie hasta entonces: en vez de cubrir con una l¨¢mina de oro el fondo de una escena sagrada, pint¨® en ¨¦l un trozo de cielo azul muy profundo, el que ver¨ªa uno sobre los tejados y las colinas de la ciudad, por la ventana a la que se asomara el fraile pintor, a quien nadie llamaba todav¨ªa Fra Angelico. Ese cielo de azul ultramar es m¨¢s luminoso ahora porque acaban de restaurarlo en el Prado. Es el azul del cielo por encima de los ¨¢rboles del Jard¨ªn del Ed¨¦n y el del manto de la Virgen, y el de las b¨®vedas salpicadas de estrellas del edificio donde sucede la escena de La Anunciaci¨®n.
Tambi¨¦n el edificio es una novedad de ruptura, y hasta el formato mismo de la tabla, un rect¨¢ngulo perfecto, sin arcos ni crester¨ªas g¨®ticas, como era la moda de la ¨¦poca. Nuestra mirada aturdida ve una Anunciaci¨®n pintada en el siglo XV y la califica de inmediato de respetable antigualla. Pero resulta que el piadoso dominico al que imaginamos pintando como si rezara, sumido en contemplaciones m¨ªsticas, era un hombre de su ciudad y de su tiempo; de la ciudad tecnol¨®gica, econ¨®micamente, culturalmente, m¨¢s avanzada de Europa, y estaba conectado con los m¨¢s innovadores de sus contempor¨¢neos. El uso de la perspectiva en esta Anunciaci¨®n se parece mucho al que estaban introduciendo Donatello y Ghiberti en sus bajorrelieves. El edificio con sus columnas y sus arcos de limpia arquitectura clasicista se parece a la Loggia del Hospital de los Inocentes que acababa de dise?ar Filippo Brunelleschi. Y fue probablemente el mismo Brunelleschi, con su desd¨¦n de arquitecto innovador por las formas del pasado inmediato, quien inspir¨® en Fra Angelico ese rect¨¢ngulo despejado que facilita la percepci¨®n unitaria de la obra.
Los cuadros decisivos uno est¨¢ mir¨¢ndolos siempre por primera vez. Al tenerlos de nuevo delante de los ojos se nos vuelven presentes todas las contemplaciones anteriores. El placer de las cosas reconocidas se corresponde con el de las que ahora estamos descubriendo, las que nos parece mentira no haber observado antes. La sensaci¨®n, desde luego, es m¨¢s poderosa cuando vemos el cuadro despu¨¦s de una restauraci¨®n tan admirable como la que han llevado a cabo con La Anunciaci¨®n en el taller del Prado. Tambi¨¦n cuando lo encontramos sumergido en esa atm¨®sfera vibrante que irradian las otras obras de la exposici¨®n sobre Fra Angelico y el Quattrocento en Florencia: pinturas suyas, de sus maestros y sus contempor¨¢neos, y adem¨¢s muestras de canter¨ªa, bajorrelieves en terracota, tejidos suntuosos, esculturas policromadas. El mundo ilusorio de los cuadros se vuelve tangible en esas telas que formaban parte de la riqueza industrial de Florencia y con las que los pintores cubr¨ªan a sus personajes sagrados. La antigua rigidez de las representaciones bizantinas se convierte ahora en una vitalidad arrebatada: una Virgen de Donatello es una madre delgada y muy joven que no logra sujetar al Ni?o Jes¨²s que se le revuelve entre los brazos. En un bajorrelieve, la Eva que acaba de surgir del costado de Ad¨¢n es una mujer verdadera y carnal que no acierta a dar un primer paso y tiene que sujetarse al manto de Dios Padre. Las escenas de martirios, milagros o episodios evang¨¦licos suceden con una extra?a naturalidad en calles comunes de Florencia, y los personajes sagrados con sus togas arcaicas se mezclan con transe¨²ntes de la ciudad, vestidos a la moda de su tiempo. En todo hay un esquematismo de decorados de teatro: casas como maquetas, rocas y monta?as de evidente cart¨®n.
No es un efecto casual. Muchas de las escenas de los cuadros reproducen funciones teatrales religiosas. En un ensayo apasionante del cat¨¢logo, Ana Gonz¨¢lez Mozo explica que la Anunciaci¨®n se representaba en las iglesias con gran aparato de escenograf¨ªa. En un tablado muy alto, Dios Padre entregaba al arc¨¢ngel Gabriel las tres azucenas que ¨¦ste deb¨ªa llevar a la Virgen. Sujeto a cuerdas y poleas, el actor vestido de arc¨¢ngel descend¨ªa desde las alturas sobre las cabezas de los fieles y se arrodillaba delante de Mar¨ªa, a quien por cierto interpretaba un hombre, ya que a las mujeres les estaba prohibido participar en tales representaciones. En el momento culminante, el estallido de un cohete indicaba la irrupci¨®n del Esp¨ªritu Santo. ¡°Estos mecanismos suscitaban un estado de estupefacci¨®n y la impresi¨®n de estar ante una visi¨®n misteriosa y aterradora¡±, escribe Gonz¨¢lez Mozo.
El pasado es mucho m¨¢s extra?o de lo que podemos imaginar. La luz divina atraviesa el espacio de la intimidad dom¨¦stica en rayos paralelos de l¨¢mina de oro, pero en esa estancia donde Mar¨ªa recibe al arc¨¢ngel tambi¨¦n hay una claridad de ma?ana terrenal, te?ida de verdes de vegetaci¨®n, que entra por una ventana y se proyecta como un rescoldo suave en una pared, en una habitaci¨®n modesta en la que hay un banco corrido y un arc¨®n. La paloma del Esp¨ªritu tiene una orla de santidad dorada, con incisiones de orfebrer¨ªa: pero cerca de ella, junto a un capitel, se ha posado una golondrina, tan ajena a la escena sagrada como al valor simb¨®lico que a ella misma se le pueda atribuir.
Pero Fra Angelico no es menos religioso por ir haci¨¦ndose m¨¢s naturalista. El huerto contiguo a la casa de la Virgen resulta ser el para¨ªso terrenal, un poco a la manera de esos espacios de los sue?os que son varios lugares a la vez. Los fondos sumarios de la pintura religiosa se convierten aqu¨ª en un prodigio de variedad y precisi¨®n bot¨¢nica: palmeras ex¨®ticas, hierbas y flores comunes, manzanas de la tentaci¨®n y el pecado, granadas de la redenci¨®n y la pasi¨®n futura de Cristo. Deteni¨¦ndose a pintar las plantas y los p¨¢jaros tal como son, Fra Angelico es tan piadoso como cuando pone un detallismo extremo en el oro de las alas del arc¨¢ngel. Lo sagrado es visible a los ojos de la fe y lo visible atestigua en su perfecci¨®n y su singularidad la providencia divina, el gran milagro b¨ªblico de la creaci¨®n del mundo. El cielo de Florencia que ¨¦l ve¨ªa a diario y que pint¨® con tanto cuidado en La Anunciaci¨®n era al mismo tiempo para Fra Angelico el cielo abstracto de la teolog¨ªa, y por ¨¦l volaban con la misma naturalidad las golondrinas y los ¨¢ngeles.
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